COOPERADORES EN EL REINO DE DIOS

“No debemos negligenciar nada que pudiese ayudar a alcanzar la meta de los esfuerzos que Dios ha puesto en nuestras manos, pero siempre bajo la condición de que también sepamos aceptar los fracasos con serenidad y mansedumbre” (San Francisco de Sales).

Nuestro Padre nos llama a la responsabilidad de hacer todo lo que está en nuestras manos para que la misión que Él nos ha encomendado tenga éxito. Es una interpelación a nuestra voluntad y a nuestro entendimiento para que utilicemos fervorosamente los dones y talentos que Dios nos ha dado para este objetivo.

Al mismo tiempo, es importante cobrar consciencia de que, a fin de cuentas, es nuestro Padre quien realizará la obra en la que Él nos ha llamado a cooperar. “No me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os he elegido a vosotros” –dice el Señor a sus discípulos (Jn 15,16). Esta certeza nos libera de una cierta tensión que puede surgir al creer que todo depende de nuestros esfuerzos y de nuestra voluntad, y nos recuerda que somos cooperadores de Dios, y no sus “capataces”.

Los fracasos –o aquellas circunstancias y acontecimientos que interpretamos como tales– son lo que San Francisco de Sales quiere que aprovechemos para nuestra formación espiritual. Precisamente por estar al servicio del Señor, también debemos ser capaces de aceptar los contratiempos o los esfuerzos que parecen no haber tenido resultado alguno. Si hemos hecho todo lo que está en nuestras manos, hemos de ponernos a nosotros mismos y a nuestro servicio bajo el Señor, a sabiendas de que Él conducirá todo de acuerdo a sus planes y se valdrá de todas las circunstancias –por adversas que sean–, haciéndolas fructificar en su sabiduría. No pocas veces, nuestro Padre nos consuela con la seguridad de que Él juzga el presunto fracaso de forma distinta a cómo lo juzgamos nosotros mismos.