“Sé vigilante, pero sin miedo; sé valiente, pero sin ligereza; sé recogido, pero a la vez activo” (Palabra interior).
Estas palabras recogen elementos esenciales para llevar una vida atenta en el seguimiento de Cristo: es aquella vida que está totalmente centrada en el Padre Celestial y asume responsabilidad por la vocación que se nos encomienda como personas redimidas por Cristo.
Dios Padre forma a todos aquellos que están dispuestos a cooperar en la viña del Señor, para poder cosechar los frutos que lo glorifican y sirven a los hombres.
La vigilancia es un concepto clave para nuestra vida, para que no sucumbamos a la atracción de este mundo, que nos conduce a la nada y al alejamiento de Dios. No es el mundo el que debe definir nuestra vida y ser nuestro modelo; sino que la vida divina que nos fue concedida por medio de la gracia ha de caracterizarnos e impregnar y transformar el mundo.
Para ello hace falta valentía, porque la vida divina encuentra resistencia: “La luz vino a las tinieblas, y las tinieblas no la recibieron” (Jn 1,5). Si queremos brillar como luz del mundo, tal como el Señor nos exhorta a hacerlo (cf. Mt 5,14), entonces no debemos dejarnos intimidar por la resistencia que podamos encontrar. Al mismo tiempo, hemos de evitar toda ligereza, que se sobreestima a sí misma y a sus posibilidades y, en consecuencia, no está enraizada en nuestro Padre.
Sin el recogimiento que nos permite reposar en el Corazón del Padre, las actividades amenazan con volverse ásperas y pueden llevarnos a la distracción. En cambio, cuando brotan del recogimiento, éstas adquieren un “sabor divino” y la unión interior con el Padre las hace ágiles y muy eficaces.