Estamos llamados a llevar a los hombres el mensaje de que Dios los ama infinitamente, y a mostrarles los caminos que el Padre Celestial ha escogido para darles la certeza de este amor.
A Dios le agrada hacernos partícipes de esta noble tarea, convirtiéndonos así en colabores suyos.
¿A quién no le gustaría contar sobre un soberano que verdaderamente merece este nombre; un soberano que al mismo tiempo es para nosotros padre, hermano y amigo; un soberano a quien no hace falta idealizar y encumbrar; un rey que ama?
Simplemente debemos contar cómo es Dios en verdad. Él es grande en sí mismo, pero, en su bondad, se abaja a nosotros.
En la Carta a los Filipenses San Pablo escribe:
“Cristo a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios. Al contrario, se anonadó a sí mismo y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos…” (Fil 2,6)
En primera instancia, hemos de conocer más profundamente a Dios, día tras día, para que podamos contarles mejor a las personas cómo es Él en verdad. Pero luego no debemos vacilar, sino tratar de llegar a las personas de todas las formas posibles.
En el Mensaje a la Madre Eugenia Ravasio, el Padre nos dice:
“Si no podéis ir directamente donde ellos a hablarles así, buscad otros medios: existen miles de maneras directas o indirectas. ¡Implementadlas con espíritu de verdaderos discípulos y con gran fervor! Os prometo que, por Mi gracia, vuestros esfuerzos serán pronto recompensados con un gran éxito. ¡Convertíos en apóstoles de Mi bondad paternal! Gracias al celo que Yo os daré, ejerceréis una fuerte y grande influencia sobre las almas (…). Yo pondré en vuestros oyentes las disposiciones para acoger lo que les digáis. Así, los hombres serán vencidos por el amor y salvados para toda la eternidad.”