“Quien ande a oscuras, sin claridad, que confíe en el nombre del Señor y se apoye en su Dios” (Is 50,10b).
El Padre Celestial nos sostendrá en todas las situaciones de la vida, en todo momento y dondequiera que estemos. Aquí en la Tierra empezamos a cobrar consciencia de ello, y en la eternidad reconoceremos con toda claridad cómo el Señor nos acompañó y protegió en nuestra vida. Esto se aplica especialmente a los “días oscuros” de nuestra existencia, ya sea que los experimentemos en el ámbito personal o a nivel general, debido a la oscuridad que se cierne sobre el mundo a causa del alejamiento de nuestro Padre y sus sabios mandamientos.
Pero precisamente en aquellos momentos en que una sombra se cierne sobre nuestra alma y no somos capaces de ver la luz, es cuando el Señor está especialmente cerca de nosotros.
Si las tinieblas del pecado han caído sobre nosotros, nuestro Padre espera que acojamos su amor misericordioso, que nos perdona y nos vuelve a levantar.
Si la oscuridad se debe a otras causas y no vemos salida, entonces hemos de perseverar con la confianza puesta en el Señor hasta que su luz vuelva a brillar.
Si nuestra alma se sume en tristeza por nuestro propio sufrimiento o, aún más, por el sufrimiento de otras personas, entonces debe orar y aferrarse a la certeza de que nuestro Padre conoce todo el dolor de la humanidad y, en la Persona de su Hijo, desciende a los abismos humanos más profundos para portar allí su luz.
Si nos envuelve la oscuridad de la desesperanza a causa del estado malsano en que se encuentra el mundo, entonces apoyémonos únicamente en el amor de nuestro Padre Celestial, que jamás se cansa de buscar a los hombres para salvarlos.
Si en nuestro camino espiritual experimentamos la noche del alma y del espíritu, entonces hemos de continuar con un acto de fe “desnuda” en Dios.
¡Es siempre nuestro Padre en quien podemos confiar sin la menor reserva!