Mc 8,27-33
En aquel tiempo, iba Jesús con sus discípulos hacia los poblados de la región de Cesarea de Filipo, y por el camino hizo esta pregunta a sus discípulos: “¿Quién dice la gente que soy yo?” Ellos le respondieron: “Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías; otros, que uno de los profetas.” Él les preguntó: “Pero vosotros, ¿quién decís que soy yo?” Pedro le contestó: “Tú eres el Cristo.” Entonces les ordenó enérgicamente que a nadie hablaran acerca de él.
Jesús comenzó a enseñarles que el Hijo del hombre debía sufrir mucho y ser reprobado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas; que le matarían y que resucitaría a los tres días. Hablaba de esto abiertamente. Pedro se lo llevó aparte y se puso a reprenderle. Pero él, volviéndose y mirando a sus discípulos, reprendió a Pedro, diciéndole: “¡Quítate de mi vista, Satanás!, porque tus pensamientos no son los de Dios sino los de los hombres.”
Jesús hace una pregunta decisiva a los discípulos: ¿Las personas lo habían reconocido como el Mesías? Sus respuestas muestran que las personas habían percibido que actuaba en Jesús una fuerte presencia de Dios, como también era el caso del profeta Elías y Juan el Bautista. Pero aún les faltaba la dimensión decisiva. Ésta es la que Pedro pronuncia, ciertamente también en representación por los demás discípulos: “¡Tú eres el Cristo!” En el evangelio de Mateo la afirmación complementa: “Tú eres el Mesías, el Hijo del Dios vivo”(Mt 16,16).
Con esta profesión de fe, un judío de aquella época entraba en una nueva dimensión. El Mesías esperado es el Salvador de Israel y de toda la humanidad. La promesa de Dios se ha cumplido. La búsqueda y la espera han llegado a término; y ha iniciado el tiempo del cumplimiento, que se inaugura con la encarnación de Cristo y durará hasta su Segunda Venida.
Ahora el camino hacia Dios es accesible, pues Jesús, quien dice de sí mismo que es el Camino (cf. Jn 14,6), lo abrió de una vez y para siempre a través de su Pasión, Muerte y Resurrección, invitándonos a la comunión con Dios.
En ese momento, los discípulos no podían conocer esto en toda su magnitud. Primero tendrían que ser testigos de las etapas posteriores de la obra del Señor y les haría falta aún el descenso del Espíritu Santo, quien les abrirá los ojos y les hará comprender todo cuanto Jesús había dicho y hecho (cf. Jn 14,26).
Entonces, el haber reconocido al Mesías no era todo aún; sino que esa profesión de fe les introducía en el camino de seguimiento del Señor, así como sucede con todos nosotros. Pedro tuvo que constatarlo con dolor en su seguimiento del Señor. Uno de estos momentos nos relata el pasaje de hoy.
Después de la profesión de fe, Jesús empezó a hablarles abiertamente de cómo continuaría su camino. Les habló de su Pasión, de su Muerte y de su Resurrección; es decir, de todo el camino que Él, como Mesías, tendría que recorrer para redimir a la humanidad.
Pedro escuchó lo que su Maestro tendría que padecer… El texto nos dice que empezó entonces a reprender al Señor. Quizá era una mezcla de compasión y de miedo; tal vez incluso sentía que la profesión de fe que acababa de pronunciar le daba la autoridad para reprenderle…
Pero Jesús lo corrigió severamente, pues vio que a través de Pedro era Satanás quien quería impedir que llevara a cabo su misión, interponiéndose entre la voluntad Suya y la del Padre. Jesús corrigió a Pedro en presencia de los otros discípulos, y así a todos ellos les dio una lección importante: Nosotros, los hombres, no debemos interponernos en los caminos del Señor. Pedro no lo había apoyado simplemente con su silencio y comprensión, como posteriormente lo haría la Madre del Señor en el Viacrucis. ¡No! Sea cual haya sido su motivación, Pedro pretendió retener al Señor.
Todos nosotros, que estamos en el camino de seguimiento de Cristo, hemos de permanecer en actitud de escucha frente al Señor. Esto cuenta también para quienes llevan ya muchos años caminando con Él y han podido entrar en una amistad de mucha confianza con Jesús. Nunca podremos comprender todos Sus caminos, menos aún aquellos que implican sufrimiento. ¡Esto fue lo que sucedió con Pedro!
Cuando nos encontramos frente a aquellos caminos del Señor cuya comprensión nos sobrepasa, estamos llamados a dar un paso atrás y poner nuestra confianza en Dios. Será Él, en su Sabiduría, quien conduzca todo. Él, en su Omnisapiencia, puede incluir en su plan todas aquellas cosas que nosotros desconocemos. Es mejor que nosotros no pretendamos entenderlo todo desde nuestro modo de pensar y actuar humano, pues una intromisión de nuestra parte podría ser incluso una puerta para Satanás, como vemos en el texto de hoy.
Procuremos aspirar siempre aquello que Dios quiere, y en humildad adoremos su Sabiduría, especialmente cuando no entendamos –o aún no entendamos– las cosas.