CONFÍA EN MÍ

Hoy se cumplen cien días desde que empezamos con estos impulsos diarios para conocer, honrar y amar más profundamente a nuestro Padre Celestial; es decir, que esta es la centésima meditación de los “3 minutos para Abbá”. Entonces, tenemos razón suficiente para agradecer a nuestro Padre y a todos aquellos que cooperan con nosotros, oran por nosotros y nos escuchan. 

“¡Confía en mí, yo soy tu Padre!” (Palabra interior).

Estas palabras sintetizan lo que una y otra vez hemos tematizado en estos impulsos diarios. Nuestro Padre Celestial quiere que tengamos una confianza sin reservas en Él. La razón es sencilla y, al mismo tiempo, profunda e insondable: “Yo soy tu Padre”. ¡Esto basta!

Es como si el Padre quisiera decirnos: “Siendo tu Padre del cielo, no puedo sino amarte. Cuando lo entiendas, reconocerás que esta certeza es motivo suficiente para darme toda tu confianza. En mí estarás siempre cobijado.”

Confiar significa soltar todos los proyectos de vida que hemos diseñado, todas las ilusiones, y entregárselas completamente a Dios, junto con todo nuestro ser. Precisamente en esto radica lo grande, lo que transforma nuestra vida, porque de esta manera nuestro Padre se convierte realmente en el centro de todo nuestro pensar y actuar. Más aún, permitimos que Dios tome las riendas de nuestra vida y nos dedicamos a practicar las “obras que de antemano dispuso Dios que practicáramos” (Ef 2,10).

Aunque nos confrontemos con cuestiones y circunstancias que no podemos entender y que superan nuestra capacidad, nos ponemos en manos de nuestro Padre. Así, éstas no se convierten en dudas persistentes que nos corroen; sino que yacen en la Sabiduría de Dios. ¡Quizá Él nos las haga comprender a su debido tiempo!

Tanto el pasado, como el presente y el futuro pertenecen a nuestro Padre, y de su mano los aceptamos. ¿Y por qué podemos entonces vivir en verdadera despreocupación? ¡Sencillamente porque nuestro Dios es un amantísimo Padre! ¡Es así de simple y así de cierto!