«Es mejor estar a solas con Dios. Su amistad no me defraudará, ni su consejo, ni su amor. Con su fuerza me atreveré y me seguiré atreviendo una y otra vez, hasta que muera» (Santa Juana de Arco).
Estas palabras fueron pronunciadas por Santa Juana de Arco, a quien el Señor encomendó la gran misión de llevar a la coronación al rey legítimo de Francia y expulsar a las tropas de ocupación inglesas de su patria. Todo lo hizo con la mirada puesta en el Padre, y solo Dios fue su consuelo en la etapa más difícil de su vida, cuando, siendo aún muy joven, fue apresada por sus enemigos, que posteriormente se encargaron de que fuera condenada a la hoguera.
El Señor nunca la defraudó, aunque Juana tuvo que entender que su mayor triunfo no consistiría en una batalla heroica, sino en el martirio. Siempre obtuvo el consejo que necesitaba para el siguiente paso, porque el Señor no abandona a aquellos que confían firmemente en Él. Ellos son sus lumbreras en la tierra y son capaces de asimilar su amor. Precisamente en aquellos momentos en que experimentan grandes sufrimientos por causa de Dios, nuestro Padre está muy cerca de ellos y les concede el espíritu de fortaleza. Éste resuena cuando la doncella de Orléans exclama: “Con su fuerza me atreveré y me seguiré atreviendo una y otra vez hasta que muera.”
Con estas palabras, nos invita también a nosotros a asumir todo el desafío de nuestra santa fe: estar frecuentemente a solas con Dios, vivir en su amistad y en su amor y cumplir nuestra tarea en la vida. Para ello, necesitamos su fuerza, que Él nos concederá precisamente cuando nos sintamos más débiles e incapaces. Pensemos en Juana de Arco: con la fuerza de Dios, permaneció fiel a su misión, que nunca habría podido cumplir con sus propias fuerzas.