“Fiado en ti, fuerzo el cerco,
con mi Dios asalto la muralla” (Sal 17,30).
Nuestro Padre nos da la valentía de hacer grandes cosas con Él. No pocas veces se levantan “cercos y murallas” en el camino de seguimiento del Señor, que quieren desanimarnos: obstáculos que parecen insuperables, una dificultad tras otra, contrariedades y quizá incluso enemistades concretas.
Si tiramos la toalla, las dificultades habrán vencido sobre nosotros. En cambio, si nos armamos de valor confiando en el Señor, nos enfrentaremos a ellas y lucharemos. Entonces comenzaremos a forzar los cercos y asaltar las murallas.
Dios nos equipa con todo lo que necesitamos para el camino en pos de Cristo. Nuestra vida y nuestras obras a partir de la fe no deben limitarse a mantenernos alejados del mal. Nuestro Padre quiere enviar su luz a este mundo a menudo tan desolado, pero encuentra resistencias. Si nosotros vivimos como “hijos de la luz” (cf. Ef 5,8), siendo sus mensajeros, nos enfrentaremos a las mismas circunstancias que Jesús encontró: “La luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la recibieron” (Jn 1,5).
Así, nuestro Padre llama a los suyos a enrolarse en el ejército de su Hijo para la batalla entre los hijos de la luz y los hijos de las tinieblas. Con Él serán asaltadas las murallas que impiden a los hombres reconocer a su Padre Celestial. Con Él serán forzados los cercos que erigen los poderes de las tinieblas para esclavizar a los hombres.
Para ello necesitamos valentía y el espíritu de fortaleza. Las fortalezas del príncipe de la oscuridad han de ser derribadas en todos los niveles. Sólo lo conseguiremos a través de Aquel de quien dice la Revelación de San Juan: “Salió en plan victorioso, para seguir venciendo” (Ap 6,2), “juzga y combate con justicia” (19,11b) y “los ejércitos del cielo (…) le siguen sobre caballos blancos” (19,14).
En este ejército del Cordero quiere enrolarnos el Padre. ¡Qué gran honor para nosotros!