“Tengo la profunda confianza en mi amado Padre del cielo de que, al final, todo saldrá bien. Por eso, aguardo con serenidad interior todas las cosas que se avecinan” (Beato Luis Andritzki).
El Beato Luis comprendió aquella verdad que las Sagradas Escrituras nos transmiten una y otra vez; pero que a menudo aún no somos capaces de poner en práctica como corresponde. La confianza en nuestro amado Padre nos da aquella seguridad que no procede tanto del sentimiento, pero que puede abarcar todo nuestro ser. Se podría decir que siempre está en ventaja en relación con lo que pueda acontecer. Si vemos que se acercan oleajes estrepitosos, queriendo influir en nuestra realidad emocional, hemos de activar muy concretamente la confianza.
Esta “activación” significa entrar en diálogo con nuestro Padre, cerciorarnos una vez más de su amor por nosotros o simplemente aferrarnos a Él en un acto de “fe desnuda”, sin pretender que todos los sentimientos se apacigüen inmediatamente. Con el paso del tiempo lo harán…
Si vivimos con la confianza puesta en Dios, estaremos equipados para el combate, porque el principal ataque del enemigo del género humano consiste en sacudir nuestra confianza en la amorosa presencia de nuestro Padre y presentarnos todo tipo de escenarios amenazadores que podrían sobrevenirnos. Sin duda existen peligros y desgracias que podrían alcanzarnos, pero éstos ya están “domados” de antemano, porque sabemos que, con el Señor, todo saldrá bien. Así, puede penetrar en nuestro corazón aquella serenidad de la que habla el Beato Luis. Entonces las amenazas ya no pueden absorbernos en su dinámica negativa, sino que aprendemos a afrontarlas con calma.
La confianza en nuestro Padre transforma cada situación, por más que parezca no tener salida, convirtiéndola en una ocasión para que Dios se glorifique y nuestra fe se fortalezca.
La confianza en nuestro Padre es como aquel dueño de casa prudente, que sabe protegerla de los ladrones y nunca está desprevenido cuando éstos llegan (Mt 24,43).
Por tanto, día a día hemos de poner en práctica esta confianza en el Padre, aprovechando cada oportunidad que se nos presente para profundizarla. Esto agradará a nuestro Padre, pues de esta manera Él podrá atraernos cada vez más a su Corazón y vivir en mayor intimidad con nosotros.