2Tim 4,6-8.17-18
Querido hermano: Yo estoy a punto de ser derramado en libación y el momento de mi partida es inminente. He peleado el noble combate, he llegado a la meta en la carrera, he conservado la fe. Y desde ahora me aguarda la corona de la justicia que aquel día me entregará el Señor, el justo Juez; y no solamente a mí, sino también a todos los que hayan esperado con amor su Manifestación.
El Señor me asistió y me dio fuerzas para que, por mi medio, se proclamara plenamente el mensaje y lo oyeran todos los gentiles. Y fui librado de la boca del león. El Señor me librará de toda obra mala y me salvará guardándome para su Reino celestial. A él la gloria por los siglos de los siglos. Amén.
Algún exégeta podría preguntarse cómo es que en este texto San Pablo habla con tanta certeza de su propia salvación. Quizá alguien señalaría que difícilmente un “mortal” podría hablar así sin caer en presunción…
Sin embargo, San Pablo estaba tan intensamente unido al Señor y tan entregado a la misión que Él le había encomendado, que no tenía ninguna duda sobre la meta a la que le conduciría este camino recorrido.
El momento de su partida era inminente… Ya antes había anhelado la muerte, para estar definitivamente con Cristo, pero sabía que era mejor quedarse, pues su presencia en la tierra aún era necesaria para las comunidades nacientes (cf. Fil 1,23-25).
¡Ahora finalmente había llegado el momento! Dichoso aquel que pueda exclamar con él al final de su vida: “He peleado el noble combate, he llegado a la meta en la carrera, he conservado la fe”.
“Pelear el noble combate”… Ciertamente San Pablo estaba consciente de que la vida del cristiano es una lucha de todos los días; una lucha contra potestades y dominaciones, contra los espíritus malignos que están en los aires (cf. Ef 6,12). Dios permite este combate, para que la Iglesia complete la misión de Jesús en el mundo. Estos poderes que fueron precipitados del cielo quieren arrebatar a los hombres la salvación y hacerlos parte de la rebelión en contra de Dios, estableciendo así el dominio para sí mismos. “El diablo, como un león rugiente, ronda buscando a quien devorar.” (1Pe 5,8). Pero Dios nos concede la armadura necesaria para poder resistir (cf. Ef 6,13-17). Así, el combate espiritual pone a prueba nuestra fe y la acrecienta y fortalece.
También San Pablo tuvo que enfrentar este “noble combate” contra las tentaciones del mundo y aquellas que proceden de nuestra naturaleza caída.
“Llegar a la meta en la carrera”… ¡Cuán grande era la misión que le había sido encomendada a Pablo! “El Señor me asistió y me dio fuerzas para que, por mi medio, se proclamara plenamente el mensaje y lo oyeran todos los gentiles”. Anunció incansablemente el evangelio hasta el final de su vida, y coronó su obra con su martirio en Roma.
Ahora bien, las palabras que hoy leemos en la Carta a Timoteo no son sólo un maravilloso testimonio de la vida del Apóstol Pablo, sino además una invitación para que también nosotros reconozcamos y completemos la misión que nos ha sido encomendada en nuestra vida. Aunque no toda persona esté llamada a realizar una obra de las mismas dimensiones como la de un San Pablo o de un San Pedro, sí hay algo que cada uno puede cumplir: su propia misión. Si alguien le pregunta a Dios cuál es esta misión personal suya y, habiéndosela mostrado Él, se esfuerza sinceramente en realizarla, entonces quizá también pueda decir al final de su vida: “He llegado a la meta en la carrera”. Desde esta perspectiva, la vida no es simplemente una serie de casualidades; sino que todo tiene un profundo sentido en orden al cumplimiento de la misión encomendada por Dios.
San Pablo supo permanecer fiel a su Señor y a su misión, aun en tantas luchas y penurias que atravesó, de las cuales nos da una idea en la Segunda Carta a los Corintios (11,24-33).
El ejemplo de su vida y las palabras que hoy escuchamos nos invitan a seguir a la verdad, a servir a la misión que nos ha sido confiada, a permanecer fieles al Señor y a su Iglesia, y a completar así nuestra carrera.