«Tú eres mi hijo. Pregúntame con confianza y compárteme lo que llevas en el corazón» (Palabra interior).
Sin duda, nuestro Padre sabe lo que llevamos en el corazón, aunque apenas se manifieste tímidamente. También conoce todas nuestras inquietudes: “De lejos penetras mis pensamientos (…). No ha llegado la palabra a mi lengua, y ya, Señor, te la sabes toda” (Sal 138,2.4).
Sin embargo, nuestro Padre quiere que se lo expresemos, porque así nuestro corazón se ensancha y crece la confianza. Pensemos lo que se siente cuando alguien nos expresa el afecta o la gratitud que nos tiene. Es como si las palabras pronunciadas encarnaran la realidad.
Podemos hablar con el Señor con toda libertad. Él mismo nos invita a hacerlo, tal como lo haría un hijo con su padre. ¿Cómo reaccionamos cuando un niño nos dirige sus preguntas, que brotan de un corazón puro? ¿Acaso no intentaríamos respondérselas, por imposibles que parezcan, por amor y respeto a ese niño?
Con nuestro Padre sucede lo mismo. Él quiere que nos acerquemos a Él en esta actitud, y se encargará de comunicársenos de tal forma que podamos comprenderlo.
Tenemos tantas cosas que decirle a nuestro Padre, y Él está deseoso de escucharlas, aunque broten de nuestro corazón como un suspiro de nostalgia por Él. Ciertamente, seguiremos llevando muchas cosas en lo secreto del corazón, pero no debemos desatender la invitación de nuestro Padre a decírselas abiertamente.