¿Cómo obtener un corazón puro? (Parte II)

Continuamos hoy con el tema que estuvimos tratando ayer. Nos enfocamos sobre todo en estas palabras del evangelio del 10 de febrero:

“Lo que realmente contamina al hombre es lo que sale de él. Porque de dentro, del corazón de los hombres, salen los malos pensamientos, las fornicaciones, los robos, los homicidios, los adulterios, los deseos avariciosos, las maldades, el fraude, la deshonestidad, la envidia, la blasfemia, la soberbia y la insensatez. Todas estas perversidades salen de dentro y contaminan al hombre.” (Mc 7,20-23)

Al estar dispuestos a percibir nuestras sombras ante un Dios amoroso, surge un doble realismo: por un lado, uno reconoce el “lado oscuro” dentro de sí mismo; y, al mismo tiempo, uno se encuentra con la misericordia de Dios. Uno comprende que Dios no lo rechaza ni castiga a causa de la impureza que procede de nuestro corazón; sino que, en Su amor, Él se ha propuesto llevar luz a las tinieblas.

Entonces, no se trata, de ningún modo, de “integrar nuestra sombra” –como lo propone, por ejemplo, la así llamada “psicología profunda”–, considerando nuestro “lado oscuro” como parte de nuestra personalidad. ¡Esto no puede ser un proceso de transformación del corazón! Una visión correcta de la “integración de la sombra” sería reconocer el hecho de que en nuestro corazón existen abismos y que éstos no han de ser reprimidos. Sin embargo, la sombra no pertenece esencialmente al hombre; sino que es la deformación de su verdadero ser; la herencia del “viejo Adán”, que, alejándose de Dios, cayó bajo el dominio del pecado (cf. Rom 5,12). Esta sombra desfigura la imagen de Dios en nosotros, mientras que Él, en Su bondad, quiere restaurarla. Para este proceso, es esencial la purificación del corazón.

Para ello, debe haber una clara decisión de la voluntad de no querer tolerar o relativizar algo en nosotros que no concuerde con el amor y la verdad. Para que veamos que no podemos evadir nuestra responsabilidad, basta con recordar aquella palabra de Jesús que nos dice que el pecado del adulterio empieza ya con la mirada impura y no sólo con el hecho mismo (cf. Mt 5,27-28).

En el proceso hacia un corazón puro no podemos transigir ni tolerar mediocridades. Para tomar esta clara decisión, el requisito es haber vivido la así llamada “primera conversión”, porque a partir de ahí, emprendemos el camino a la “segunda conversión”, que también puede denominarse “conversión del corazón”.

Esta decisión de la voluntad, que hemos de tomar y mantener firme y conscientemente, es nuestro aporte esencial para que pueda darse la transformación del corazón. Pero la decisión sola no será suficiente, sobre todo en vista de nuestras debilidades humanas, que el Señor bien conoce. La parte principal en la transformación del corazón se realiza por la gracia de Dios. En ese sentido, encontramos dos afirmaciones significativas en la Sagrada Escritura: por un lado, “haceos un corazón nuevo” (Ez 18,31); por otro lado, “Yo os daré un corazón nuevo” (36,26).

Entonces, el proceso concreto consiste en presentarle a Dios en la oración todo aquello que descubro en mí que no concuerda con el camino del Señor. Debido a que somos bastante ciegos ante nuestras propias faltas y actitudes equivocadas, hemos de pedirle una y otra vez al Espíritu Santo que nos muestre lo que aún requiere ser transformado, lo que no corresponde al camino de la santidad.

Volvamos al tema de los malos pensamientos, que era lo primero que el Señor mencionaba en el evangelio de ayer.

Si surgen los malos pensamientos en nuestro corazón, hemos de orar inmediatamente a Dios, invocar al Espíritu Santo y así contrarrestarlos. San Benito enseña que hemos de estrellar los malos pensamientos contra la roca de Cristo.

Sería importante discernir si tales pensamientos aparecen repetidamente. Si éste fuera el caso, esto indicaría que no se trata simplemente de posibles ataques del demonio; sino que están más arraigados en nuestro interior y relacionados con ciertos sentimientos. Si notamos que, efectivamente, sucede así, entonces por lo general no será suficiente con rechazarlos contundentemente una sola vez; sino que habremos de llevarlos una y otra vez ante el Señor –quizá en el Sagrario–, pidiéndole que nos sane y nos libere.

Pongamos un ejemplo: Resulta que, cada vez que veo a una determinada persona, surgen en mí pensamientos y sentimientos malos. A estas alturas, ya estoy consciente de que tales pensamientos son erróneos y atentan contra el amor. Así que lucho contra ellos… De hecho, logro ahuyentar estos pensamientos, lo cual ya es una victoria. Sin embargo, vuelven a aparecer casi cada vez que veo a esta persona. Esto indicaría que aún tengo en mi corazón algo contra ella, que tal vez no le he perdonado, que tengo algún resentimiento hacia ella, etc. Por eso, es necesario llevar constantemente ante Dios estos sentimientos interiores, hablar con Él sobre este asunto, pedirle que los sane a través del Espíritu Santo y que me libere de ellos…

Así, estaré actuando en dos niveles. Por un lado, contrarrestando los malos pensamientos actuales, no consintiéndolos y apartando mi voluntad de ellos. Por otro lado, también nos dirigimos a la dimensión más profunda: los malos pensamientos y sentimientos pueden haberse arraigado en el corazón desde hace un buen tiempo. Entonces, el ataque actual contra la otra persona puede siempre, por así decir, “recurrir” a este potencial, si no ha sido sanado y liberado por el Señor.

Mañana continuaremos…

 

NOTA: El tema del manejo de los pensamientos lo he tratado específicamente y pueden encontrarlo por escrito en el siguiente enlace: Sobre la vida espiritual (Pág. 11-15).

También hace parte de esta temática la conferencia sobre el conocimiento de sí mismo, que pueden encontrar en mi canal de YouTube: https://www.youtube.com/watch?v=i9QDNBvER3I

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