«Haced como el pez: cuando sintáis que se avecina una tormenta, sumergíos inmediatamente en la contemplación y refugiaos en los brazos de Cristo; así estaréis a salvo de todas las tentaciones del mundo y de las potestades oscuras» (San Pedro de Alcántara).
Esta invitación que nos dirige el santo de hoy, san Pedro de Alcántara, brota de su íntima relación con el Señor. Si estamos vigilantes desde el principio, nos resultará mucho más fácil rechazar todo tipo de tentaciones. En cambio, si reaccionamos tarde, la tormenta puede imponerse y perturbar nuestra alma.
El refrán «hay que cortar el mal de raíz» se aplica también al combate espiritual. A lo largo del camino espiritual, nuestro Padre Celestial puede introducirnos cada vez más en su servicio y formarnos cada vez con más sutileza. Como nos sugiere san Pablo, debemos llegar «al estado de hombre perfecto, a la plena madurez de Cristo» y no ser «como niños, zarandeados por cualquier viento» (Ef 4,13-14).
Esto no significa, en modo alguno, que debamos perder la actitud filial hacia nuestro Padre, en quien nos sabemos cobijados. Más bien, quiere decir que hemos de asumir cada vez más responsabilidad con respecto a nuestra vocación cristiana. El Señor pide nuestra buena disposición. Eso es lo que podemos ofrecerle. Y eso incluye la vigilancia.
La actitud vigilante siempre es necesaria. «Tened ceñidas vuestras cinturas y encendidas las lámparas, y estad como quienes aguardan a su amo cuando vuelve de la boda» (Lc 12,35-36), nos dice claramente el Señor. En esta exhortación se describe la atención vigilante al retorno del Señor, la escucha amorosa de la voz del Esposo.
En la frase de hoy, la vigilancia se refiere a la disposición defensiva al sumergirnos en el espacio protegido por Dios, donde encontramos la seguridad para defendernos de los ataques. Ambos aspectos son necesarios, ya que mientras dure nuestra vida terrenal, el combate no cesará. La frase de hoy también se asienta en la certeza de que nunca podríamos ganar la batalla con nuestras propias fuerzas. Cualquier tipo de excesiva seguridad en uno mismo es letal, pues muestra que ya ha sido infectado por las fuerzas a las que se pretende combatir. Por tanto, no se trata de una huida temerosa, sino de realismo en relación con el combate espiritual.
La comparación a la que recurre San Pedro de Alcántara es muy ilustrativa: ciertamente hemos visto con qué velocidad el pez desaparece de la superficie y se refugia. ¡Hagamos lo mismo si no estamos a la altura de un enfrentamiento!