«Unge a las personas con misericordia y consuelo, como lo hizo el Hijo de Dios» (Santa Hildegarda de Bingen).
¡Qué hermosa tarea se nos encomienda a los cristianos: asemejarnos al Señor de tal manera que, al encontrarse con nosotros, los hombres tengan al menos una idea de cómo es Él! Cuando veo cómo la música sacra es capaz de abrir los corazones de las personas y penetrar en ellos con su belleza, atrayéndolas hacia el amor de nuestro Padre, pienso cuán maravilloso sería que nos dejáramos transformar de tal manera por el Espíritu Santo que nos convirtiéramos nosotros mismos en música sacra.
Solo el Espíritu Santo puede hacerlo, disolviendo nuestras durezas, transformando nuestras desarmonías en verdaderas armonías, convirtiendo nuestra obstinación en actitud de escucha y nuestro egocentrismo en apertura, haciendo de nosotros hombres nuevos… Entonces despierta en nosotros el «hombre celestial», formado a imagen de Jesucristo, portador de su suavidad y misericordia, y capaz de transmitir el consuelo que sólo el Espíritu Santo puede dar.
Quizá así podamos hacer realidad en nosotros algo de lo que expresa Santa Hildegarda de Bingen en esta maravillosa exhortación: «Sé sol con tu doctrina; sé luna con tu capacidad de adaptación; sé viento con tu firme guía; sé brisa con tu mansedumbre; sé fuego a través de la belleza de tu enseñanza».
De San Francisco de Asís se dice que era «otro Cristo». Sin embargo, esta llamada se extiende a todos los que seguimos al Señor. Él quiere llegar a las personas a través de nosotros. A esto se refiere Santa Hildegarda. ¡Y es posible, cada uno a su manera, tal y como el Padre lo ha previsto para él! ¡Cuánta gloria daremos a Dios y qué consuelo podremos proporcionar a los hombres!