Rom 8,31b-39
Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros? El que no perdonó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará todo con él? ¿Quién acusará a los elegidos de Dios? ¿Dios, el que justifica? ¿Quién condenará? ¿Será acaso Cristo, que murió, más aún, resucitó y está a la derecha de Dios, y que intercede por nosotros? ¿Quién podrá apartarnos del amor de Cristo?: ¿la aflicción?, ¿la angustia?, ¿la persecución?, ¿el hambre?, ¿la desnudez?, ¿el peligro?, ¿la espada?
Como dice la Escritura: “Por tu causa nos degüellan cada día, nos tratan como a ovejas de matanza.” Pero en todo esto vencemos fácilmente por aquel que nos ha amado. Pues estoy convencido de que ni muerte, ni vida, ni ángeles, ni principados, ni presente, ni futuro, ni potencias, ni altura, ni profundidad, ni criatura alguna podrá apartarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, Señor nuestro.
¡La lectura de hoy nos presenta una extraordinaria certeza de fe, en lo que refiere a la bondad y omnipotencia de Dios! Nada está omitido; desde cualquier perspectiva y ante cualquier eventualidad, el Apóstol nos hace partícipes de su seguridad en Dios. En efecto, esta certeza acompañó a San Pablo en todas las situaciones intransitables que tuvo que atravesar, según él mismo nos lo describe en la Segunda Carta a los Corintios (11,21b-29).
Ésta es una certeza triunfal, que no radica en un optimismo humano ni en la confianza en las propias fuerzas; sino que surge de la confianza en Dios, estando plenamente conscientes de la propia debilidad.
¿Cómo podemos llegar a tener esta certeza de fe tan valiosa, para enfrentarnos a los retos que se presentan en nuestra vida personal y para no tirar la toalla ante la situación general del mundo?
Si nos fijamos con más detenimiento en este texto bíblico, podremos descubrir en él una especie de metodología… En primera instancia, el Apóstol habla del enorme acto de amor de Dios al entregar a su propio Hijo por nosotros. Si Dios está dispuesto a un acto de amor tal, ¿por qué no habría de ejecutar aquello que en su designio salvífico ha dispuesto a nuestro favor? Entonces, Pablo sigue la lógica del amor y de la omnipotencia de Dios. De allí brotan todas las otras certezas, porque el Hijo de Dios mismo intercede por nosotros ante su Padre.
Quien reflexione e interiorice esta realidad, dejándola entrar en su corazón, irá encontrando una seguridad existencial, que tiene su origen en Dios.
En vistas del inmenso amor de Dios, que va hasta el último extremo para salvar al hombre, pierden importancia los peligros que amenazan la vida humana. Antes bien, San Pablo nos dice que en todo ello vencemos, y ni los ángeles ni las potestades, ni el presente ni el futuro podrán apartarnos del amor de Dios.
Así, la lectura de hoy también nos enseña cómo poder alcanzar una mayor certeza de fe. Demasiadas veces estamos en peligro de hundirnos en las dificultades, y perdemos de vista a Dios. Uno se deja llevar por la dinámica propia de la negatividad o de los diversos miedos y temores. ¡Pero así no podremos vencer los miedos y alcanzar una fe triunfal! Quizá los sentimientos negativos se apacigüen después de un tiempo, pero volverán a aparecer…
En cambio, si emprendemos conscientemente el camino del Apóstol, enfocaremos nuestro corazón totalmente en Dios y contemplaremos las grandiosas obras de su amor. Podremos entonces sumergirnos en esta certeza, y en la situación en la que nos encontremos sabremos poner nuestra esperanza en la bondad y en la sabiduría de Dios.
Pongamos un ejemplo que está atribulando a cada vez más católicos. Me refiero a la confusión actual en nuestra santa Iglesia, que más y más está saliendo a la luz. Sin restarle gravedad en lo más mínimo -y lamentablemente tendremos que hablar de ello-, hemos de elevar la mirada a Dios. ¡Él nos prometió que las puertas del infierno no prevalecerán sobre la Iglesia (cf. Mt 16,18)! Pero esto no quiere decir que Ella no pueda atravesar grandes dificultades, ni significa que el infierno no intentará aniquilar a la Iglesia. Antes bien, estas palabras del Señor nos aseguran que Él tiene en sus manos la situación actual, y que, a través de todas las tribulaciones, terminará imponiendo su plan salvífico.
Con esta certeza y confianza, debemos afrontar esta grave crisis y permanecer fieles al Señor. Es un tiempo que puede despertar nuevos santos, que defiendan a la Iglesia de los lobos que han invadido el rebaño. ¡Quizá también sea un tiempo en que en algunos católicos despierte el mártir que llevan escondido!
Pero esta consciencia de ninguna manera ha de llevar a una pasividad malsana ni a una actitud fatalista. Una victoria triunfal significa que nosotros, por nuestra parte, hacemos todo lo que nos corresponde para superar una determinada situación; y, al mismo tiempo, nos dejamos guiar por la confianza en Dios.