CEÑIDOS CON LA VERDAD

“Así pues, estad firmes, ceñidos en la cintura con la verdad” (Ef 6,14).

Si no vivimos en la verdad, ¿cómo podríamos resistir en una batalla tan dispareja contra “los

principados, las potestades, las dominaciones de este mundo de tinieblas y los espíritus malignos que están en los aires” (Ef 6,12)?

Debemos estar firmemente arraigados en la verdad, para que ella nos envuelva como un cinturón y mantenga unida toda la armadura. Cada mentira, cada ambigüedad, cada vaguedad, cada error, cada pecado abre de alguna manera las puertas a los poderes del mal, que luchan contra nosotros y quieren apartarnos de Dios.

Pero nuestro Padre nos ha afianzado firmemente en la verdad. Él nos envió a su propio Hijo, que dice de sí mismo que es la Verdad (Jn 14,6). Si le escuchamos y vivimos como Él quiere, estaremos protegidos y preparados para el combate.

La Iglesia nos ofrece todos los medios para contrarrestar nuestras debilidades y nos fortalece con el pan de los ángeles.

Pero todos debemos estar conscientes de que, para poder luchar de verdad y asumir nuestro lugar en el ejército de Dios, debemos vivir en estado de gracia o, al menos, poner todo de nuestra parte para que así sea. De lo contrario, la batalla ya está perdida antes de haber comenzado.

Una vez que nuestras cinturas estén ceñidas al vivir en la verdad, tendremos que confiar ante todo en el llamado de Dios para poder resistir en el combate. Aquí viene a nuestro auxilio el don de fortaleza, haciéndonos capaces de permanecer firmes y armados para la ineludible batalla. Consideremos un honor el poder librar este noble combate, sabiendo que la Iglesia Celestial siempre nos asistirá.