ITINERARIO CUARESMAL – Día 7: “La Palabra de Dios es nuestra lumbrera”

Tanto en el Rito Tradicional como en el Novus Ordo se proclama hoy en la lectura este pasaje del Profeta Isaías sobre la Palabra de Dios:

“Como bajan la lluvia y la nieve desde el cielo, y no vuelven allá sino después de empapar la tierra, de fecundarla y hacerla germinar, para que dé semilla al sembrador
y pan al que come, así será mi palabra que sale de mi boca: no volverá a mí vacía, sino que cumplirá mi deseo y llevará a cabo mi encargo”
(Is 55,10-11).

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ITINERARIO CUARESMAL – Día 6: “Pastores para las ovejas”

La lectura que hoy se lee en la Misa Tradicional (Ez 34,11-16) va precedida por la acusación del Señor contra los pastores de Israel: “Las ovejas se han dispersado, por falta de pastor, y se han convertido en presa de todas las fieras del campo” (v. 5). No quedaban pastores que se ocupasen del rebaño. Aquellos que habían sido designados, sólo se apacentaron a sí mismos (v. 8).

En este contexto, el Señor dice en la lectura de hoy:

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ITINERARIO CUARESMAL – Día 5: “Rechazar al diablo

Entre las diversas adversidades y ataques que enfrentamos en nuestro caminar, conviene que, en este santo itinerario, tengamos específicamente en consideración las acechanzas del demonio. El evangelio de hoy nos las describe al relatarnos las tentaciones de Jesús en el desierto (Mt 4,1-11).

Él procede sistemáticamente al seducir al hombre. Se vale de la inteligencia que Dios le ha dado para engañar al hombre y hacerlo dependiente de él.

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ITINERARIO CUARESMAL – Día 4: “Serenidad en la adversidad”

Marcados con la cruz de ceniza, avanzamos en este santo itinerario cuaresmal hacia una conversión más profunda. Con el ayuno proveemos buena leña para el fuego del amor y en todo mantenemos la mirada fija en Dios, sin buscar las alabanzas de los hombres.

Como los discípulos, estamos de camino con el Señor, y en esta travesía también puede haber vientos contrarios e incluso tormentas, como nos relata el evangelio de hoy en la Misa Tradicional (Mc 6,47-56). Pero el Señor no nos deja solos y siempre intervendrá en nuestro favor precisamente cuando creamos que la barca se hunde y estemos indefensos ante las tormentas (Mt 8,23-26). En estas condiciones, el Señor exhortó a los discípulos a creer y confiar en Él. Y entonces calmó la tempestad.

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ITINERARIO CUARESMAL – Día 3: Hacerlo todo con la mirada puesta en el Señor

El evangelio que hoy nos propone el leccionario de la Misa Tradicional nos ofrece importantes advertencias para nuestro santo itinerario hacia la Fiesta de la Resurrección.

Habiéndonos puesto en marcha, marcados con la cruz de ceniza, decididos a profundizar nuestra conversión e integrar el ayuno como una ayuda importante en el camino espiritual, el Señor nos advierte hoy en el evangelio de una inclinación que debemos superar con su ayuda:

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ITINERARIO CUARESMAL – Día 2: “Leña para el fuego del amor”

El santo itinerario de la Cuaresma también incluye –siempre que sea posible– el ayuno corporal y la renuncia a ciertas cosas.

Con ello, nos ejercitamos en una ascesis provechosa para la vida espiritual. Si se la practica de forma apropiada, se hacen realidad las palabras de uno de los Prefacios cuaresmales:

“Porque con el ayuno corporal refrenas nuestras pasiones, elevas nuestro espíritu, nos das fuerza y recompensa, por Cristo, Señor nuestro.”

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ITINERARIO CUARESMAL – Día 1: “El llamado a la conversión”

En el Tiempo de Cuaresma, recorreremos nuevamente el “itinerario” que nos guió el año pasado durante estos cuarenta días. Nos encomendamos de forma especial a sus oraciones, puesto que la mayor parte de la Cuaresma estaremos de misión en Brasil y Argentina. Una gran preocupación que llevamos en nuestros corazones y oraciones es la paz mundial, que se ve particularmente amenazada en Ucrania e Israel. Como estamos muy vinculados a Tierra Santa por pasar mucho tiempo allí, he escrito una oración que os pido que recéis con nosotros a lo largo del Tiempo de la Cuaresma.

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Un corazón puro

Mc 7,14-23

En aquel tiempo, llamó Jesús de nuevo a la gente y les dijo: “Oídme todos y entended. Nada hay fuera del hombre que, entrando en él, pueda contaminarle; lo que realmente contamina al hombre es lo que sale de él. Quien tenga oídos para oír, que oiga.” Cuando dejó a la gente y entró en casa, sus discípulos le preguntaron sobre la parábola. Él les dijo: “¿Conque también vosotros carecéis de inteligencia? ¿No comprendéis que todo lo que entra de fuera en el hombre no puede contaminarle, pues no entra en su corazón, sino en el vientre y va a parar al excusado?” –así declaraba puros todos los alimentos.

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SANTA INÉS – Parte IV: «Fiel hasta la muerte»

ESCENA 15

AMBROSIO: Hermanos míos, ¿recordáis lo que en la parábola le dijo Abraham al rico epulón? “Si no creen a Moisés y a los profetas, tampoco se convencerán aunque uno resucite de entre los muertos” (Lc 16,31). Pues bien, sucedió exactamente así cuando Claudio hubo resucitado. Aquella generación, que no había creído el elocuente testimonio de tantos mártires, tampoco al ver este potente signo se convirtió de sus malas obras ni dio la gloria al Dios del cielo (Ap 16,9.11). Antes bien, así como en su tiempo los fariseos quisieron aniquilar el testimonio del Lázaro a quien Jesús hubo resucitado, los sacerdotes de los ídolos enviaron a Claudio al destierro, para silenciar este viviente testimonio a favor de Cristo. Su padre Minucio Rufo, Prefecto y Supremo Juez de Roma, al ver tan grande milagro, quiso una vez más salvar a Inés; pero temió la cólera del pueblo y abdicó su autoridad en manos de su representante, por nombre Aspasiano.

UN GRITO EN LA PLEBE: “Matad a esa bruja, que hechiza los sentidos de los hombres y transforma las almas.”

AMBROSIO: El injusto juez reabrió el proceso de Inés en una juicio sumario, esta vez bajo la acusación de hechicería. Pisoteando todos los requisitos del derecho, pronunció aquel mismo día la condenación: la virgen Inés debía morir en la hoguera en exhibición pública…

AURELIO VALERIANO (en una carta a los padres de Inés): Aurelio Valeriano, abogado defensor de la virgen Inés, a Honorio Plácido y a su esposa Laurencia.

En vista de que vosotros no os habéis sentido capaces de presenciar el suplicio de vuestra amada hija, quiero corresponder a vuestro deseo de relataros a detalle sus últimos momentos.

A la hora nona, el circo empezó a llenarse. Inés se hallaba en una celda en el sótano del circo, vestida con una túnica blanca. La hoguera estaba preparada… De repente, un tumulto en la gradería. Una mujer se abría espacio para conseguir un sitio cerca de la hoguera y exclamaba:

CRESCENCIA: ¡Al menos debe haber una que le dé consuelo!;

AURELIO VALERIANO: A lo cual otro protestó: “¡No eres la única; somos muchos!”

Entonces, fui enviado a traerla a la arena. La encontré de rodillas en la celda y pude oír el susurro de su voz:

INÉS: Señor, si no es posible que esta copa pase sin que la beba, hágase Tu voluntad. ¡Pero fortalece a ésta tu pequeña e indefensa hija!

AURELIO VALERIANO: Casi sin atreverme a interrumpir su ardiente súplica, abrí la puerta y le dije: “Inés, ha llegado el tiempo.”

INÉS: “No el tiempo; la eternidad.”

(Inés es conducida a la arena y sube a la hoguera.)

VERDUGO: ¡Encended la hoguera!

GRITO 1: ¡Mirad! ¡Mirad! ¡El fuego se ha partido en 2!

GRITO 2: ¿Veis lo que yo veo o me engañan mis ojos?

GRITO 3: ¡La doncella está incorrupta!

AURELIO VALERIANO (continúa escribiendo): Efectivamente: allí estaba, en medio del fuego, con sus brazos extendidos en forma de cruz, como una orante. De repente, descendió de la hoguera, y ni un solo cabello de su cabeza había sido consumido por las llamas.

GRITO 4: ¡Es una bruja!

GRITO DEL JUEZ: ¡Verdugo: decapítala!

INÉS: Agnus… Dei…

AURELIO VALERIANO (con voz quebrada): Con gran pesar, pero a la vez una serenidad que no logro explicarme, tengo que cerrar este relato. Mis fuerzas se agotan…

ESCENA 16 (EPÍLOGO)

AMBROSIO: No tenía aún edad de ser condenada, pero estaba ya madura para la victoria; Y eso que a esta edad las niñas no pueden soportar ni la severidad del rostro de sus padres, y si distraídamente se pican con una aguja se ponen a llorar como si se tratara de una herida.

Pero ella, impávida entre las sangrientas manos del verdugo, inalterable al ser arrastrada por pesadas y chirriantes cadenas, ofreció todo su cuerpo a la espada del enfurecido verdugo, ignorante aún de lo que es la muerte, pero dispuesta a sufrirla.

Todos lloraban, menos ella. Todos se admiraban de que con tanta generosidad entregara una vida de la que aún no había comenzado a gozar. Hubiérais visto cómo temblaba el verdugo, como si fuese él el condenado; cómo temblaba su diestra al ir a dar el golpe. La niña, mientras tanto, se mantenía serena.

¡Y es que el Autor de la naturaleza puede hacer que sean superadas las leyes naturales! ¿Qué otra explicación podría encontrarse para una valentía tal, si no era el espíritu de fortaleza obrando en ella?

En una sola víctima tuvo lugar un doble martirio: el de la castidad y el de la fe. Permaneció virgen y obtuvo la gloria del martirio, siguiendo al Cordero adondequiera que vaya.

In nomine Patris et Filii et Spiritus Sancti.

PRESBÍTERO PAULINO (se abre camino para llegar donde el Obispo Ambrosio, cuando éste apenas ha terminado la celebración): ¡Pater Ambrosie! ¡Pater Ambrosie! Apenas hoy llegué a Milán, y aquí me dijeron que no podría perderme de su sermón de este día. Y en efecto, aunque conozco tan bien esta historia: me ha conmovido hasta las lágrimas esucharla hoy de sus labios… ¡Y ahora vos tenéis que escuchar brevemente mi historia! No os preocupéis, que bien sé que tanto vos como yo estamos de apuro. ¡Prometo no extenderme!

AMROSIO: ¡Venid! ¡Sentaos! Y, antes de escuchar vuestra historia, permitidme preguntaros: ¿quién sois y de dónde venís?

PRESBÍTERO PAULINO: Soy Paulino, presbítero de Roma. Y figuraos que la iglesia que me ha sido encomendada es –¡vaya coincidencia!– la de Santa Inés, construida sobre su tumba afuera de los muros de Roma. Y ahora escuchad: Hace un tiempo atrás, las tentaciones de la carne me atacaron con tal vehemencia que, a fin de no deshonrar mi sacerdocio, fui decidido donde el Sumo Pontífice para pedirle que me dispensase y me permitiese contraer matrimonio. El Santo Padre me dio entonces un anillo, y me dijo: “Paulino, id frente a la imagen de Santa Inés que está pintada en vuestra iglesia, y decidle que venís por orden del Papa para pedirle que os acepte como marido.” Ya os imagináis que mi primera reacción no fue tan entusiasta; pero, haciendo un acto de fe, obedecí al pie de la letra el consejo del Santo Padre… Y, no lo creeréis: cuando le ofrecí el anillo y, por así decir, le propuse matrimonio, la imagen extendió su brazo, tomó el anillo y lo colocó en su dedo. Al instante, cesaron todas las tentaciones que me acechaban y desde entonces no han vuelto… Y si no podéis creérmelo, venid a visitar la iglesia de Santa Inés. ¡Encontraréis que hasta el día de hoy puede verse el anillo en su imagen!

AMBROSIO: ¡Acepto vuestra invitación! Espero ir pronto en peregrinación… Esta pequeña me ha cautivado, ha conquistado mi corazón. ¡Debo admitir que la historia que acabáis de contarme casi me ha provocado celos!

PRESBÍTERO PAULINO: ¡No es necesario! ¡Creo que ahora, en el cielo, tiene un corazón para todos! Pero ahora, Pater Ambrosie, debo marcharme. Pues si hoy, en el día de la gran fiesta de nuestra iglesia, no pude presidir la celebración en honor de Santa Inés, al menos tendré que llegar a tiempo para el día de Santa Emerenciana, su hermana de leche. Nunca puedo olvidar cómo mis abuelos me contaron sobre la gloriosa muerte de esta niña: Ellos mismos habían sido parte del grupo de personas que, pasados sólo algunos días del martirio de Santa Inés, acudieron a su tumba. Una horda de paganos los acorraló y empezó a arrojarles piedras, de modo que el grupo se dispersó. Pero, desde lejos, pudieron observar que alguien permanecía allí, inamovible, orando: era la pequeña Emerenciana, que, así como en vida había sido inseparable de Inés, lo fue también en la muerte. Los implacables paganos la apedrearon hasta darle muerte. Y así, la que era apenas catecúmena, recibió el bautismo de sangre y, tal como lo había visto en su sueño, marchó mano en mano con Inés al Banquete de Bodas del Cordero.

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SANTA INÉS – Parte III: «Intacta en su pureza»

ESCENA 12

PREFECTO MINUCIO RUFO: Hoy abro la última sesión de este proceso, para anunciar pública y solemnemente la sentencia contra la acusada. ¡Levántate, acusada, para escuchar el dictamen de la Suprema Corte de Justicia de Roma! En nombre del Augusto Emperador, de la santa Ciudad de Roma y del pueblo romano. En su duodécimo año de vida, la virgen Inés, hija del patricio Honorio Plácido y su esposa Laurencia, ha sido acusada de alta traición y de blasfemia. Después de haber investigado los hechos y examinado justa e imparcialmente a la persona de la acusada en sus actos y omisiones, ponderando el grado de su responsabilidad y el peso de sus propias declaraciones, dictamos la siguiente sentencia: La acusada es hallada culpable de blasfemia. Aunque la acusada afirme que renunciar a nuestros dioses no necesariamente implica blasfemar contra ellos, es evidente que la fe en los dioses resulta del todo incompatible con la doctrina cristiana. Por tanto, la sentencia contra la virgen Inés, acusada y condenada por blasfemia contra los dioses, es: a perpetuidad el trabajo forzado más despreciable, en un burdel del más bajo nivel.

GRITOS EN LA PLEBE:

“¡No basta la deshonra! ¡Muerte a la blasfema!”

“¡Quemad a la cristiana! ¡La cristiana ha de arder! ¡Quemadla!”

“¡Esta niña es la inocencia en persona!¡Al condenarla atraeréis sobre vosotros la ira divina!”

“Su corazón valiente triunfará sobre aquellas mentes retorcidas.”

PREFECTO MINUCIO RUFO: ¡Llevadla al burdel!

INÉS (sollozando): Me rodea una oscura noche; el espanto escalofría y hace temblar mi entero cuerpo. ¡Yo sé, Señor: aun cada uno de los cabellos de mi cabeza está contado! Y, sin embargo, solo veo oscuridad; una terrible oscuridad. ¡Señor, ven en mi auxilio! ¡No permitas que el cuerpo de tu Esposa quede expuesto a la deshonra.

AMBROSIO: Y os aseguro, hermanos: cerca está el Señor de los que lo invocan, de los que lo invocan sinceramente; escucha sus gritos y los salva (Sal 145,18-19). Mientras despojaban a Inés de su túnica –tal como en el Calvario lo hicieron con su divino Esposo– para conducirla humillada al lugar de la deshonra, a la casa de la prostitución, he aquí que sus cabellos crecieron de tal forma que envolvieron cual manto su puro cuerpo. Y cuando fuese introducida en la casa de la vergüenza, un ángel la esperaba allí, dióle un manto de luz y convirtióse el lugar del pecado en un lugar de oración… No obstante, cuanto más resplandece la luz de Dios, tanto más las tinieblas se resisten, porque saben que se acerca la hora de su juicio…

ESCENA 13

(Esta escena tiene lugar en una cantina.)

CLAUDIO: ¡Mirad al gran abogado defensor! Habéis fracasado, Aurelio Valeriano. ¡Así pasa cuando se defiende lo imperdonable! Y ahora finalmente se cumplirá mi deseo… Todo marchó a la perfección, tal como lo pensé desde un inicio. Inés se negó a ser mía; ahora tendrá que serlo a la fuerza.

AURELIO VALERIANO: ¡Aguardad, muchacho! ¡Habéis bebido de más! Aún es demasiado pronto para cantar victoria. Esta niña tiene defensores más potentes que yo… ¿Ya habéis oído que hoy, cuando fue llevada a la casa de la deshonra, un ser invisible se plantó en la entrada, impidiendo que sea tocada por la impureza?

CLAUDIO: ¡Un ser invisible! Pues esta noche tendrá que demostrar su poder, porque nada ni nadie me detendrá.

AURELIO VALERIANO: Desde que vi por primera vez a esta niña, se me plantearon tantos enigmas. ¿En qué radica su poder? Es evidente que, en su presencia, en unos se suscita el mal; en otros, el bien. En ti, indudablemente ha despertado el mal; en los centinelas de la prisión, en cambio, el bien. Cuanto más reflexiono sobre Inés, tanto menos descubro lo extraordinario en ella… Exteriormente, es la típica niña en etapa de desarrollo. Bella, pero no fuera de lo común. ¿Dotes intelectuales que sobresalgan? Mmm.. Escuché cada una de sus afirmaciones en el proceso… ¿Algo que llamara la atención? No, solamente una cierta ingenuidad de niña y algo de perspicacia. Sin embargo, ¡ese poder que ejerce sobre las personas! No me explico de dónde viene… ¿Sabríais decírmelo vos, Claudio?

CLAUDIO (entre dientes): ¡La bruja!

AURELIO VALERIANO: ¡Cuidado, cuidado! No he notado ni el más mínimo indicio de brujería. Vuestro enloquecimiento de amor es asunto vuestro. De hecho, la niña no quiere nada con vos y, por tanto, tampoco tendría motivo de embrujaros para que os enloquezcáis por ella. ¡No, muchacho, ella no es una bruja! Pero, os lo advierto, no desafiéis ese poder que actúa en ella.

CLAUDIO: ¡Nada ni nadie podrá interponerse en mi plan!

ESCENA 14

AMBROSIO: Y así aquel corazón pervertido emprendió el camino hacia su propio juicio. Pero cuando las tinieblas se densan y están seguras de su victoria, Dios hace resplandecer su luz sobre los suyos. De repente, cuando Claudio se disponía a cruzar el umbral de la puerta para deshonrar a Inés, una alta llama de fuego se elevó. No, en realidad, no era una llama de fuego; era un ser de fuego; un ser de luz, un ser más divino que humano. Claudio se tambaleó hacia atrás, soltó un grito y  cayó muerto por tierra. Inmediatamente vino su padre, el Prefecto, y lloró a su hijo perdido. Levantó el cadáver y lo colocó a los pies de la virgen Inés…

PREFECTO MINUCIO RUFO: Inés, mi querida niña, ¿qué ha sucedido?

(Breve silencio)

INÉS: Claudio pretendió deshonrarme. Pero Aquel cuyos mandatos quiso violar, ha manifestado su poder sobre él y le ha matado. Dios quiso preservarlo del pecado y envió a su ángel para salvarlo.

PREFECTO: ¡Haz algo, Inés! ¡Haz algo! ¡Devuélveme a mi hijo!

INÉS: ¿Yo?

PREFECTO: ¿No dijiste tú que tu Amado es Aquel que con el solo soplo de su boca revive a los muertos?

AMBROSIO: Entonces la doncella se arrodilló temblorosa frente al cadáver, cruzó sus brazos sobre su pecho e invocó silenciosa y humildemente al Dios de vivos y muertos.

INÉS: Oh, Cordero de Dios, ten piedad de nosotros. Oh Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo, ten piedad de nosotros. Agnus Dei, qui tollis peccata mundi: miserere nobis.

AMBROSIO: Y he aquí que el que había muerto volvió a respirar, se incorporó y, habiendo recuperado la vida, no sólo del cuerpo sino aún mucho más la del espíritu, se unió a la plegaria de la doncella.

CLAUDIO: Oh Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo, ten piedad de nosotros. (Un breve silencio) Confieso a tu Dios y mi Dios, Jesucristo, nuestro Señor y Redentor.

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