Gracias al regalo de la fe, vuelve a despertar en el hombre su destinación eterna. La Palabra de Dios lo alimenta día a día, ilumina su entendimiento y ahuyenta las tinieblas de la ignorancia y del error. Pero para que esto llegue a ser eficaz en lo más profundo, sus culpas deben haber sido perdonadas, pues ellas son un peso en la vida de la persona y oscurecen su relación con Dios.
Ayer habíamos empezado a ver el proceso de sanación que tiene inicio cuando se acoge la fe, abarcando a la persona en su totalidad. Gracias a la fe, que es nuestra respuesta al amor de Dios que tanto nos ha buscado, se activa la vocación trascendente de nuestra vida. Se reestablece una consciente relación con Dios y la vida divina puede comunicársenos.
Hoy saldremos del marco acostumbrado de nuestras meditaciones bíblicas, para dedicarle algunos días a un tema sobre el cual he dado dos conferencias últimamente: Se trata de la sanación interior. El tema de la sanación me parece particularmente importante en estos tiempos, porque muchas personas la buscan y a menudo recurren a métodos que son cuestionables y dudosos.
En esta respuesta, nos limitaremos a la así llamada “magia negra”, es decir, aquella que se propone causar daño; aunque quisiera decir explícitamente que también la así llamada “magia blanca” es dañina.
En ocasiones nos llegan preguntas de parte de los que escuchan a diario nuestras meditaciones. Cuando se trata de cuestiones que sean de interés para todos, quisiera dedicar los últimos días del mes a responderlas. Hoy tenemos una pregunta que es muy amplia y que, dentro de este marco, podré responder sólo en parte.
Lectura correspondiente a la memoria de San Agustín
Hermanos, los rogamos y les exhortamos en el Señor Jesús, que vivan conforme a lo que han aprendido de nosotros sobre la manera de comportarse para agradar a Dios.De hecho, ustedes ya viven así: hagan mayores progresos todavía. Ya conocen las instrucciones que les he dado en nombre del Señor Jesús. La voluntad de Dios es que sean santos, que se abstengan del pecado carnal, que cada uno sepa usar de su cuerpo con santidad y respeto, sin dejarse llevar de la pasión desenfrenada, como hacen los paganos que no conocen a Dios.
Moisés habló al pueblo diciendo: “Pregunta, pregunta a los tiempos antiguos que te han precedido, desde el día en que Dios creó al hombre sobre la tierra: ¿Hubo jamás desde un extremo a otro del cielo cosa tan grande como ésta? ¿Se oyó algo semejante? ¿Hay algún pueblo que haya oído como tú has oído la voz del Dios vivo hablando de en medio del fuego, y haya sobrevivido? ¿Algún dios intentó jamás venir a buscarse una nación de en medio de otra por medio de pruebas, señales, prodigios, en la guerra, con mano fuerte y tenso brazo, con portentos terribles, como todo lo que Yahvé vuestro Dios hizo con vosotros en Egipto, ante vuestros propios ojos?
A través de las meditaciones de los últimos días, hemos podido encontrarnos más de cerca con Dios Padre. A veces las experiencias negativas que hemos tenido en nuestra vida nos impiden reconocer la verdadera imagen de Dios, por ejemplo, si la relación con nuestro padre biológico ha sido más bien problemática. Sin embargo, uno no debe sucumbir bajo estas experiencias, sino que entonces será tanto más necesario que descubramos a Dios como nuestro amoroso Padre, que puede sanar nuestras heridas y llenar consigo mismo cualquier vacío interior.
¡La dicha de Dios es estar entre nosotros, los hombres! ¡Y esto cuenta para cada persona en particular!
Lamentablemente lo conocemos muy poco. Incluso a nosotros, los cristianos, nos hace falta vivir en una relación de plena confianza con Él. ¡Pero qué preciosa sería la vida si en todo descubriéramos el amor de nuestro Padre; si supiéramos que en Él está nuestro refugio; si percibiésemos cómo Su amor está obrando en nosotros, conduciéndonos por el camino de la perfección!
Lo mejor que podemos darle al Padre es nuestro sincero amor. Recordemos que Jesús nos dijo: “El que tiene mis mandamientos y los guarda, ése es el que me ama” (Jn 14,21). Esta es la respuesta constante y necesaria, de manera que el amor de Dios no sólo tenga que buscarnos, sino que además pueda penetrarnos. Mientras no vivamos de acuerdo a los mandamientos, Dios llamará a la puerta de nuestro corazón, para que lo dejemos entrar. Si le abrimos la puerta, vendrá el Padre junto al Hijo y al Espíritu Santo para poner su morada en nosotros (cf. Jn 14,23).