La verdadera libertad, que será el tema de nuestras próximas meditaciones, es aquella que solamente puede obtenerse en la entrega total a Cristo. No se trata, entonces, de la libertad que el hombre posee como don de Dios, por el simple hecho de ser hombre; sino que es una libertad que puede alcanzarse únicamente en la perfección cristiana.
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La verdadera sencillez (Parte II)
Como habíamos visto en la meditación de ayer, al orientarnos hacia el amor y la verdad, nuestra vida empieza a concentrarse y hacerse más sencilla.
De ninguna manera puede entenderse como “sencilla” y deseable una vida que esté únicamente enfocada en la conservación material de la existencia. Tampoco se relaciona con la verdadera sencillez la falta de aptitud intelectual, que, al no comprender los contenidos más profundos, simplemente se queda con lo que le resulta más entendible. Tampoco es verdadera sencillez simplificar los contenidos y contentarse con explicaciones abreviadas y sin profundidad; ni es sencillez aquel “infantilismo”, que no se confronta a los problemas, sino que pasa por encima de ellos con ligereza, sin llegar jamás a una solución.
El don de entendimiento y de sabiduría
El don de entendimiento
Mientras que el don de ciencia nos ayuda a escapar de la atracción de las criaturas y a reconocer en una mirada interior su nada, a la vez que nos hace comprender que toda vida y belleza proceden de Dios; el don de entendimiento nos ayuda a penetrar más profundamente en el misterio de Dios.
El don de ciencia
“¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si pierde su propia alma?” (Mt 16,26)
A través de los dones de temor, de piedad, de fortaleza y de consejo, el Espíritu Santo guía sobre todo nuestra vida moral. A través de los dones de ciencia, de entendimiento y de sabiduría, en cambio, Él conduce directamente nuestra vida sobrenatural; es decir, nuestra vida centrada en Dios.
El don de consejo
“Habla, Señor, tu siervo escucha.” (1Re 3,9)
El Espíritu Santo nos recuerda todo lo que Jesús dijo e hizo (cf. Jn 14,26). Él mora en nosotros y nos aconseja para que apliquemos las enseñanzas de Jesús en las situaciones concretas de nuestra vida. A través del don de consejo, somos capaces de percibir la voz silenciosa del Espíritu Santo que habla a nuestro interior, y aprendemos a diferenciarla de aquellas otras voces que no proceden de Él. Vale aclarar que, para ello, se requiere de la capacidad de callar interiormente y de estar dispuestos a escapar del caos de tantas diversas opiniones y puntos de vista, procedentes tanto de nuestro interior como del exterior.
El don de piedad y el don de fortaleza
El don de piedad
“El Espíritu mismo se une a nuestro espíritu para dar testimonio de que somos hijos de Dios.” (Rom 8,16)
Si el don de temor de Dios nos lleva a adherirnos a Él con amor filial, evitando a toda costa ofenderlo, con el don de piedad el Espíritu Santo toca nuestra vida espiritual de manera muy suave y delicada, perfeccionando nuestra relación con Dios y con el prójimo, y haciéndola más sencilla.
El don de temor de Dios
“Primicia de la sabiduría es el temor del Señor.” (Sal 111,10)
“Trabajad con temor y temblor por vuestra salvación.” (Fil 2,12)
El don de temor de Dios produce en el alma del hombre un fuerte rechazo hacia el pecado, que evitará minimizar o relativizarlo. Ésta es una de las primeras lecciones que el Espíritu Santo concede al alma que busca la santidad, para prepararla para la unificación con Dios. El amor ha despertado ya en el alma, y ella entiende que sólo el pecado puede separarla de Dios. Por eso trabaja con temor y temblor por su salvación.
El Espíritu Santo como Maestro interior
El Espíritu Santo no solamente guía a la Iglesia y a los apóstoles en lo que refiere a la evangelización y a la doctrina de la fe; sino que Él es también el Maestro de nuestra vida interior. Después de haber vivido una auténtica conversión a Cristo, Él nos conduce hacia un auténtico y concreto seguimiento del Hijo de Dios. Bajo su suave influjo nos vamos transformando, y entonces pueden madurar en nosotros aquellos frutos del Espíritu sobre los que habíamos meditado antes de Pentecostés.
El Espíritu Santo: el alma de la verdadera evangelización
Después de haber meditado los frutos del Espíritu Santo, no podemos cesar de alabar a la tercera Persona de la Santísima Trinidad. Precisamente en este día, en que descendió sobre nosotros de forma tan maravillosa, enviado por el Padre y el Hijo, nuestro corazón se eleva lleno de gratitud, por el consolador prometido por Jesús, que permanecerá siempre junto a nosotros. Por eso queremos seguir meditando sobre Él y aprender a comprenderlo y amarlo cada vez más.
Meditaciones sobre el Espíritu Santo: “La paciencia”
Amado Espíritu Santo, ¡que todos Tus frutos crezcan y maduren en nosotros, para que podamos glorificar a Aquél de quien todo procede y dar testimonio de Ti en el mundo! Para ello se requiere paciencia, porque estos frutos van madurando poco a poco, día tras día. Sobre todo necesitamos paciencia para el trato con las otras personas, sabiendo esperar a que ellas puedan acoger lo que Dios les tiene preparado.