En este día, concluiremos el texto del autoengaño y de la ceguera espiritual que habíamos venido leyendo en los últimos días. Después, hará falta mencionar algunas conclusiones y recomendaciones acerca de las causas que favorecen el autoengaño y cómo podemos despertar de él. A esto nos dedicaremos en la reflexión de mañana.
Ahora retomemos el texto del P. Sladek con algunos comentarios personales míos.
A partir de ayer, estamos reflexionando sobre un importante tema espiritual, que ha de ayudarnos a despertar enteramente a la verdad, para que nuestro seguimiento de Cristo quede libre de ilusiones y nuestro testimonio pueda así ser más eficaz en el mundo. Se trata del “autoengaño”…
En uno de los salmos podemos leer las siguientes palabras: “¿Quién se da cuenta de sus propios yerros? De las faltas ocultas límpiame.” (Sal 19,13). En varios pasajes del Nuevo Testamento, Jesús señala la ceguera de los fariseos y de los escribas. Dios conoce el corazón del hombre y nada está escondido ante Él.
Durante los próximos días, trataremos un tema de mucha importancia, que podrá ser de gran provecho para nuestro camino de seguimiento de Cristo: el autoengaño. Tomaremos como base un texto escrito por el Padre Paulus Sladek OSA. Éste podrá servirnos en muchos aspectos, pero en primer lugar será para conocernos mejor a nosotros mismos, lo cual es esencial para llevar una auténtica vida espiritual. Por otra parte, el texto también nos dará pautas para realizar un discernimiento de los espíritus más acertado, de manera que podamos ayudar a personas que viven en un autoengaño, sea total o parcial.
Aquí se hace referencia al Espíritu Santo como precioso don para los fieles.
Hay que trazar una clara diferencia entre aquellas personas que aún no conocen ni han acogido la verdadera fe, y aquellas que son creyentes. Mientras que, en el primer caso, el Espíritu Santo las atrae y las llama, queriendo convencerlas de la verdad del evangelio; en el segundo caso, es decir, en quienes creen y viven en gracia de Dios, Él puede penetrar hasta el fondo del alma.
Llamar al Espíritu Santo con el nombre de “Consolador” se vuelve particularmente actual en estos tiempos, pues precisamente en épocas de tribulación y sufrimiento el Espíritu Santo está presente. Hay un tiempo para llorar y un tiempo para hacer duelo (cf. Qo 3,4). Esto hace parte de nuestra vida, y si vemos personas que no conocen tales reacciones, nos parece ser que no tienen corazón. Jesús mismo lloró por Lázaro (cf. Jn 11,35), y más aún lloró sobre Jerusalén, porque no reconoció la hora de gracia de Su Venida (cf. Lc 19,41). También Raquel lloró por sus hijos (Jer 31,35), y esta escena se repite cuando Herodes manda matar a los infantes (cf. Mt 2,18)…
Padecemos de un desasosiego, tanto a nivel exterior como interior. En lo que refiere al nivel exterior, fácilmente nos dejamos absorber por la dinámica del trabajo y de los quehaceres. También los muchos encuentros y contactos, junto con las posibilidades de comunicación que hoy son prácticamente ilimitadas, generan a nuestro alrededor una inquietud casi constante. El santo silencio se lo encuentra cada vez menos. Incluso las iglesias se convierten más y más en sitios de intranquilidad; en vez de ser lugares valiosos de recogimiento.
El Espíritu Santo es la luz que penetra también la oscuridad de nuestro corazón. ¡Y es que de este corazón sale todo lo malo en nosotros (cf. Mt 15,19)! Por eso, ha de ser purificado por la luz divina. Así, el Espíritu Santo puede impregnarnos, siempre y cuando vivamos en estado de gracia. Entonces percibimos Su presencia como una clara luz, que nos une más profundamente a Dios. Allí donde esta luz resplandece, choca con la oscuridad de nuestro corazón, y entonces nos invita a abrir esta oscuridad a Su luz.
“Si el Espíritu Santo quiere ejercer Su paternidad espiritual, la respuesta adecuada por parte del hombre es la apertura de su alma, así como la Virgen María la tuvo.”
Llamar al Espíritu Santo con el nombre de “Padre” nos resulta poco común. Pero lo entenderemos si lo consideramos bajo el concepto de “engendrar”, que tan relacionado está con la paternidad. El Espíritu Santo engendra y vivifica. Al reflexionar sobre el término “Padre amoroso del pobre”, se nos viene a la mente una de las bienaventuranzas:
“Dichosos los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los cielos.” (Mt 5,3)
Ayer habíamos concluido con la pregunta de qué significaría el acontecimiento de Pentecostés, y ahora trataremos de encontrar una primera respuesta a ello…
Gracias a la obra redentora de Jesucristo, Dios nos saca del caos del pecado y de la confusión, y nos introduce a la verdadera relación con Él. ¡Ésta es la obra del Espíritu Santo! Es Él quien suscita la verdadera unidad entre los hombres.
A partir de hoy, en las meditaciones diarias iremos desarrollando parte por parte las conferencias del retiro de Pentecostés. Quien quisiera escuchar directamente estas charlas, podrá encontrarlas en el siguiente canal: Elijerusalem
“Ven Espíritu Divino,
manda tu luz desde el cielo,
Padre amoroso del pobre;
don en tus dones espléndido;
luz que penetra las almas.”