En estos tiempos difíciles, no pocos nos han pedido ofrecerles alguna ayuda espiritual, lo cual hacemos con gusto. En ese sentido, quisiera hoy presentarles una oración que nosotros rezamos cada mañana para iniciar el día. Se la puede cantar, recitar o también simplemente rezarla en el corazón. leer más
Duelo por el Señor; dolor por los hombres, que no han reconocido a su Redentor y lo han crucificado… Duelo de la Madre por el Hijo amado; luto y desconcierto entre los discípulos, que se dicen confundidos: “Nosotros esperábamos que él sería quien redimiera a Israel” (Lc 24,21).
Pero el Señor descendió a los infiernos, donde aquellos que todavía estaban a la espera de la Redención, y también a ellos los colmó con su amor.
Judas completó su traición y Jesús fue apresado. Esto sucede después de que el Señor, en Getsemaní, había aceptado el sufrimiento de manos de su Padre y había dado su ‘sí’ a todo lo que le esperaba. Un SÍ que tuvo que atravesar la angustia y la agonía; un SÍ, después de haberle pedido al Padre que, si era posible, aquel cáliz pasara sin tener que beberlo (cf. Mt 26,39-44); un SÍ que expresa la entrega incondicional al Padre; un SÍ por amor a nosotros, los hombres.
Nota preliminar: Estas meditaciones las escribí en el 2018; es decir, que son repeticiones. En ese entonces, aún no se podía prever la situación dolorosa que actualmente estamos viviendo. Es por eso que hay algunas formulaciones que hacen referencia a la celebración eucarística, en el marco de cómo podíamos frecuentarla hasta hace poco.
A pesar de ello, no modificaré esta meditación; sino que se la ofreceré al Señor, pidiéndole que, cuanto antes, los fieles vuelvan a tener acceso a los santos sacramentos, y que se digne acoger esta privación involuntaria como reparación por tantos sacrilegios.
Judas Iscariote fue donde los sumos sacerdotes y les dijo: “¿Qué me daréis, si os lo entrego?” Ellos le asignaron treinta monedas de plata. (Mt 26,14-15)
La traición de Dios a cambio del dinero injusto… ¡Cuántas veces se repite esta historia! ¡Cuántas veces las personas se venden a cambio de dinero, de honor, de placeres desordenados, de poder!
En aquel tiempo, estando Jesús a la mesa con sus discípulos, se turbó en su espíritu y dio testimonio diciendo: «En verdad, en verdad os digo: uno de vosotros me va a entregar».
“En verdad, en verdad os digo que uno de vosotros me entregará.” (Jn 13,21b)
¡Cuán aterradora es esta afirmación! En ella, se nos muestran las más profundas oscuridades que pueden habitar en el hombre. Traicionar el amor, traicionar al amigo, traicionar al Maestro y Señor…
“María, tomando una libra de perfume de nardo puro muy caro, ungió los pies de Jesús y los secó con sus cabellos.” (Jn 12,3)
¡Qué gesto tan tierno de parte de María se nos muestra en este pasaje! Es una ternura que corresponde al ser de la mujer, y que refleja algo de su belleza y capacidad de entrega. María le ha regalado todo su corazón a Jesús, y cuánto consuelo habrá sido para Él, en medio de tanta hostilidad, el ver aquella alma amante. Algo similar le sucederá en el Viacrucis, cuando Verónica enjuga su rostro.
“¡Hosanna al Hijo de David! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! ¡Hosanna en las alturas!” (Mt 21,9)
Todo el pueblo está congregado y durante un breve tiempo sucede aquello que corresponde a la realidad de que el Hijo de Dios ha venido. Entre júbilo y alegría lo aclaman; el pueblo da la bienvenida a su verdadero Rey, a su Mesías, al prometido y esperado por tanto tiempo.
Con la meditación de hoy, llegamos al final de la primera parte del “Mensaje del Padre”. Éste nos acompañó a lo largo de la Cuaresma hasta el Domingo de Ramos, precisamente en estos difíciles momentos de crisis que la humanidad está padeciendo a causa de la pandemia, cuya gravedad aún no puede medirse.
Palabras del Padre tomadas del Mensaje a la Madre Eugenia Ravasio:
“¡Cuánto me complazco en las almas que viven en la justicia y en la gracia santificante; cuán feliz me hace morar en ellas! Yo me dono a ellas. Les transmito el uso de mi poder, y en mi amor encuentran un anticipo del Paraíso; en mí, su Padre y Redentor.”