Oh Llave de David y Cetro de la casa de Israel;
que abres y nadie puede cerrar;
cierras y nadie puede abrir:
ven y libra a los cautivos
que viven en tinieblas y en sombra de muerte.
Oh Llave de David y Cetro de la casa de Israel;
que abres y nadie puede cerrar;
cierras y nadie puede abrir:
ven y libra a los cautivos
que viven en tinieblas y en sombra de muerte.
Oh Adonai, Pastor de la casa de Israel,
que te apareciste a Moisés en la zarza ardiente
y en el Sinaí le diste tu ley:
ven a librarnos con el poder de tu brazo.
“Oh, Sabiduría, que brotaste de los labios del Altísimo,
abarcando del uno al otro confín,
y ordenándolo todo con firmeza y suavidad:
ven y muéstranos el camino de la salvación.”
Tú, oh Sabiduría, pones todo en un orden santo, porque procedes del Padre Eterno. Todo lo penetras y, con Tu fuerza y suavidad, restableces el orden divino.
Quien lleve un buen tiempo siguiendo mis meditaciones diarias, sabrá que el día 7 de cada mes está reservado a reflexionar sobre un pasaje del Mensaje de Dios Padre a la Madre Eugenia Ravasio (una revelación privada que ha sido aprobada por la Iglesia). Algunas personas se muestran escépticas ante las revelaciones privadas, y argumentan que –a diferencia de la Sagrada Escritura y de la doctrina de la Iglesia– éstas no forman parte del depósito de la fe y, por tanto, no son vinculantes para los fieles. Podemos respetar una postura tal. Pero ¿es realmente el escepticismo y el rechazo la actitud adecuada cuando la Iglesia ha examinado y aprobado una revelación privada? ¡Cuántos mensajes importantes han marcado la vida de la Iglesia!
1Tes 3,12–4,2
Hermanos, que el Señor os haga progresar y sobreabundar en el amor mutuo -y en el amor para con todos-, como es nuestro amor para con vosotros. De ese modo, se consolidarán vuestros corazones con santidad irreprochable ante Dios, nuestro Padre, de cara a la Venida de nuestro Señor Jesucristo, con todos sus santos. Por lo demás, hermanos, os rogamos y os exhortamos en el Señor Jesús a que os comportéis y agradéis a Dios tal como nosotros os enseñamos, y a que continuéis progresando en ese camino. Sabéis, en efecto, las instrucciones que os dimos de parte del Señor Jesús.
Hoy celebramos la memoria de Santa Catalina de Alejandría, que vivió entre el siglo III y IV. En su vida se aplican perfectamente las palabras de Jesús que habíamos escuchado en el evangelio de ayer:
“No os propongáis preparar vuestra defensa; porque yo os daré palabras y sabiduría que no podrán resistir ni contradecir todos vuestros adversarios” (Lc 21,14-15).
En la meditación de ayer, habíamos escuchado que, según San Juan de la Cruz, cuando uno toma la decisión de emprender más intensamente el camino de seguimiento de Cristo, el Diablo trata de impedir el paso decisivo, infundiéndonos miedo, distrayéndonos y tentándonos de diversas formas. No pocas veces los obstáculos pueden venir de parte de las personas más cercanas a nosotros, pero que no se han decidido por seguir enteramente al Señor, ni entienden este camino. Incluso pueden ser personas piadosas, pero que no tienen una relación lo suficientemente profunda con el Señor como para comprender el misterio entre Dios y el alma llamada por Él. Así, puede suceder que estas personas crean tener que desaconsejar o incluso advertir de emprender este camino más intenso.
Habíamos reflexionado sobre la virtud de la fortaleza en contexto con las lecturas del libro de los Macabeos; aquellos hombres y mujeres valientes del Pueblo de Israel. También señalé que necesitamos esta virtud para nuestro testimonio cristiano en el mundo, que, en un caso extremo, puede llegar hasta el martirio. Podemos entrenarnos en la virtud de la fortaleza, y no debemos dejarnos desanimar en caso de que seamos temerosos por naturaleza. La historia de la novicia Blanca de la Force (narrada en la novela de Gertud von Le Fort: “La última del cadalso”) puede alentar a estas almas temerosas, mostrándoles que también ellas pueden ser capaces de actos heroicos.
La fortaleza –que es considerada como una de las cuatro virtudes cardinales– hace parte del equipamiento básico de un soldado. Si éste no se vuelve valiente, no se podrá contar con él en las batallas más duras, pues el miedo se apoderaría de él, de tal manera que la situación se pondría peligrosa para todos sus compañeros.
Las lecturas de los últimos días nos presentaron impresionantes ejemplos de fe, fidelidad y fortaleza. Por ello, he decidido dedicar la meditación de hoy y de los próximos dos días a la virtud cardinal de la fortaleza. En estos tiempos de confusión, resulta particularmente importante aspirar y practicar esta virtud, para poder resistir a las diversas tentaciones que se nos ofrecen. Tomemos como modelo a aquellas personas que conocimos en las lecturas de los últimos días, que nos mostraron que la obediencia y la fidelidad a Dios están por encima de todos los valores terrenales y que, con la ayuda de Dios, incluso es posible vencer el miedo.