EL CAMINO DE ADVIENTO – Día 5: “Jueces, reyes y profetas”

Todo sería tan sencillo si los hombres se sometiesen al amoroso dominio del Señor, se dejaran llenar por su Espíritu y, en esta relación de amor con Dios y unos con otros, llevaran una vida plena y santa.

¿Es solo un sueño? ¿Es simplemente un deseo que habita en nuestra fantasía porque queremos evadirnos de una realidad que a menudo se muestra tan distinta? ¿Es una mera utopía?

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EL CAMINO DE ADVIENTO – Día 3: “Dios busca al hombre”

«Adán, ¿dónde estás?» (Gen 3,9).

El Corazón de Dios busca al hombre que, tras haber caído en la seducción de los poderes de las tinieblas, le dio la espalda.

Como nos hace entender Jesús en la parábola del hijo pródigo, Dios siempre está a la espera, aguardando nuestro retorno.

El hombre deambula por este mundo sin saber de dónde viene ni a dónde va. Ya no conoce a Dios tal y como es en verdad. Con cada nuevo descarrilamiento, se desvanece más el recuerdo de aquel trato confiado con Dios, el recuerdo de su verdadero hogar: el Paraíso.

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EL CAMINO DE ADVIENTO – Día 2: “Dios nos ama desde toda la eternidad”

El primer paso en nuestro camino de Adviento consiste en asimilar profundamente el concepto de la bondadosa Providencia de Dios, ya que éste nos permite comprender que fue el amor de Dios el que nos llamó a la existencia y nos bendice constantemente con su presencia. No somos un producto casual ni un capricho de la naturaleza, que va y viene hasta disolverse en la nada. ¡No! Dios nos ha creado para que vivamos en comunión con Él y para hacernos partícipes de su plenitud (cf. Ef 1,4-6). El Señor nos dice:

“Te llamé por tu nombre, y eres mío” (Is 43,1).

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San Cuthbert Mayne: Mártir del catolicismo en la Inglaterra anglicana

Una gran tribulación sobrevino a los fieles de Inglaterra y Gales cuando el rey Enrique VIII se separó de la autoridad de Roma en 1531 y fundó la así llamada «Iglesia de Inglaterra». La situación empeoró aún más bajo el gobierno de Isabel I. Los católicos eran tratados y perseguidos como enemigos del Estado. Ya no quedaban obispos católicos, por lo que no era posible ordenar sacerdotes católicos. La Iglesia Católica, que había tenido una posición destacada en Inglaterra, parecía a punto de extinguirse.

Pero Dios no permitió que esto sucediera.

Un sacerdote que había tenido que huir de Inglaterra, William Allen, logró fundar un seminario en Douai (Francia) para formar sacerdotes que, una vez ordenados, fueran enviados como misioneros a Inglaterra. Las vocaciones debían ser firmes, ya que en su tierra de origen les esperarían la persecución y la muerte. El propio William Allen escribió varios libros en defensa de la verdadera fe.

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San Esteban el joven: Víctima del iconoclasmo

Antes de entrar en la historia del santo de hoy, ¿qué es el iconoclasmo?

A raíz del Concilio de Calcedonia, surgió una controversia en la Iglesia de Oriente acerca de si era admisible representar a Cristo en íconos. Influenciados por la doctrina islámica de la inaccesibilidad de Dios, los detractores de las imágenes argumentaban que, al ser Cristo verdadero Dios, no podía ser representado, y consideraban que un ícono ponía demasiado énfasis en su humanidad. Los defensores de las imágenes, por el contrario, afirmaban que el Espíritu de Dios impregnaba las representaciones visibles del Dios invisible. En el año 726, el emperador León III prohibió las imágenes y ordenó su destrucción en todas las iglesias y monasterios.

Los «iconoclastas», es decir, los detractores de las imágenes, se basaban en la prohibición del Antiguo Testamento de hacer representaciones de Dios. Esta disputa, que se libró con ferocidad durante casi un siglo, finalizó cuando la Iglesia definió de forma vinculante que se podían venerar los íconos de Cristo y de los santos.

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San Barlaam y Josafat: El verdadero rey

Al acercarnos al final del año litúrgico, me gustaría hablaros de dos santos que, probablemente, hoy en día desconocemos, pero cuya historia era tan popular en la Edad Media que se decía que algunos la conocían mejor que las Sagradas Escrituras.

Se trata del ermitaño san Barlaam y el príncipe indio Josafat. Se considera como autor de su historia a san Juan Damasceno, un padre de la Iglesia nacido alrededor del año 650.

Las antiguas crónicas de la India relatan que algunos ermitaños del desierto de Tebaida se desplazaron a la tierra de los hindúes, donde habrían conquistado para el cristianismo a personas de todas las castas. Muchos de ellos imitaron el ejemplo de los apóstoles de Egipto y se dedicaron a la contemplación en la soledad. Su número era considerable, por lo que la «nueva religión» atrajo la atención de los reyes. Entonces se levantó Abener, un poderoso rey de la India cuyo reino se encontraba en las fronteras de Persia, y comenzó a perseguir a los cristianos. Él adoraba al dios Brahma y no desdeñaba ningún placer sensual. Pero, por muy rico que fuera el tesoro de su palacio y por más que sus ropas abundaran en oro y piedras preciosas, su alma era pobre en sabiduría.

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Santa Catalina de Alejandría: Yo os daré las palabras y la sabiduría

 

Hoy celebramos la memoria de Santa Catalina de Alejandría, que vivió entre el siglo III y IV en Alejandría (Egipto). Catalina, hija única de un gobernador pagano llamado Costus, recibió una buena educación. Siendo aún muy joven, abrazó la fe cristiana.

Cuando se enteró de que el emperador Majencio había ordenado que todo el pueblo acudiera a Alejandría para ofrecer sacrificios a los dioses, Catalina se dirigió deprisa al lugar donde se encontraban los cristianos, atemorizados frente a la muerte que les esperaba si se negaban a sacrificar.

Con valentía, la joven se presentó ante el Emperador y le dijo:

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La virtud de la fortaleza (Parte III)

Habíamos reflexionado sobre la virtud de la fortaleza en contexto con las lecturas del libro de los Macabeos; aquellos hombres y mujeres valientes del Pueblo de Israel. También señalé que necesitamos esta virtud para nuestro testimonio cristiano en el mundo, que, en un caso extremo, puede llegar hasta el martirio. Podemos entrenarnos en la virtud de la fortaleza, y no debemos dejarnos desanimar en caso de que seamos temerosos por naturaleza. La historia de la novicia Blanca de la Force (narrada en la novela de Gertud von Le Fort: “La última del cadalso”) puede alentar a estas almas temerosas, mostrándoles que también ellas pueden ser capaces de actos heroicos.

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La virtud de la fortaleza (Parte II)  

La fortaleza –que es considerada como una de las cuatro virtudes cardinales­– hace parte del equipamiento básico de un soldado. Si éste no se vuelve valiente, no se podrá contar con él en las batallas más duras, pues el miedo se apoderaría de él, de tal manera que la situación se pondría peligrosa para todos sus compañeros.

Es fácil hacer esta constatación cuando pensamos en una guerra física. Pero la guerra física es un reflejo del combate espiritual en el que nos encontramos. En el capítulo 6 de la carta a los Efesios, San Pablo nos hace entender que nuestra lucha se dirige contra “los principados, las potestades, los dominadores de este mundo tenebroso y los espíritus del mal que están en el aire” (v. 12).

La guerra en la que nos encontramos debe librarse a muchos niveles, y el Señor no nos exonera de hacer la parte que nos corresponde. Cada uno a su manera y según las circunstancias en que se encuentra, necesita la virtud de la fortaleza y debe aprender a vencer toda cobardía y a refrenar su temerosidad, para que no le impida hacer aquello que el Señor quiere de él.

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