La virtud de la fortaleza (Parte II)  

La fortaleza –que es considerada como una de las cuatro virtudes cardinales­– hace parte del equipamiento básico de un soldado. Si éste no se vuelve valiente, no se podrá contar con él en las batallas más duras, pues el miedo se apoderaría de él, de tal manera que la situación se pondría peligrosa para todos sus compañeros.

Es fácil hacer esta constatación cuando pensamos en una guerra física. Pero la guerra física es un reflejo del combate espiritual en el que nos encontramos. En el capítulo 6 de la carta a los Efesios, San Pablo nos hace entender que nuestra lucha se dirige contra “los principados, las potestades, los dominadores de este mundo tenebroso y los espíritus del mal que están en el aire” (v. 12).

La guerra en la que nos encontramos debe librarse a muchos niveles, y el Señor no nos exonera de hacer la parte que nos corresponde. Cada uno a su manera y según las circunstancias en que se encuentra, necesita la virtud de la fortaleza y debe aprender a vencer toda cobardía y a refrenar su temerosidad, para que no le impida hacer aquello que el Señor quiere de él.

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La virtud de la fortaleza (Parte I)  

Las lecturas de los últimos días nos presentaron impresionantes ejemplos de fe, fidelidad y fortaleza. Por ello, he decidido dedicar la meditación de hoy y de los próximos días a la virtud cardinal de la fortaleza. En estos tiempos de confusión, resulta particularmente importante aspirar y practicar esta virtud, para poder resistir a las diversas tentaciones que se nos ofrecen. Tomemos como modelo a aquellas personas que conocimos en las lecturas de los últimos días, que nos mostraron que la obediencia y la fidelidad a Dios están por encima de todos los valores terrenales y que, con la ayuda de Dios, incluso es posible vencer el miedo.

La fortaleza no significa ausencia de miedo. No es, entonces, ese ideal de valentía que nos transmiten las historias de los héroes, que no le temen a nada ni a nadie. También una persona miedosa puede, por la gracia, llegar a ser fuerte y valiente, porque es Dios quien la hace capaz de ello. Pero ella, por su parte, tendrá que ejercitarse en esta virtud e irla adquiriendo. No es que podamos simplemente evitar que nos invada ese miedo que aparece sin que lo busquemos, pero lo que sí podemos hacer son actos concretos, para que no nos paralice, impidiéndonos hacer lo que nos ha sido encomendado.

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San Gregorio Taumaturgo: Milagros al servicio de la evangelización

En el calendario tradicional, se celebra hoy la memoria de San Gregorio Taumaturgo. Se trata de un santo a quien el Señor acreditó con extraordinarios milagros. En la meditación de hoy, describiré algunos de ellos. Sabemos que el ministerio de Nuestro Señor y de los apóstoles también estuvo acompañado de grandes milagros, que manifiestan la amorosa omnipotencia de Dios.

Aunque los milagros no deben ocupar la posición central en nuestra fe, ni debemos caer en una especie de sensacionalismo buscando fenómenos extraordinarios, de ningún modo podemos pasarlos por alto ni mucho menos negarlos. Los milagros siguen ocurriendo hoy en día, como es el caso de Lourdes (Francia), donde incluso se los somete a una investigación científica.

Podemos maravillarnos de los muchos milagros que San Gregorio obró en nombre de Dios, que acreditaron su mensaje y llevaron a muchas personas a la fe. En efecto, este último es el gran milagro que puede suceder en la vida de una persona: despertar a la verdadera fe y comenzar a vivir como hijo de Dios.

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San Otmar, abad: Calumniado y desterrado

Hoy se conmemora a un santo muy vinculado a la región del Lago de Constanza, donde se encuentra la casa madre de la Comunidad Agnus Dei.

Otmar nació alrededor del año 690, probablemente en el seno de una familia noble del pueblo alamán. Gracias a su hermano, fue recibido de niño en la corte del conde Víctor en Chur (Suiza), donde gozó de una buena educación y destacó no solo por su talento y diligencia, sino también, y sobre todo, por su devoción y piedad.

Fue ordenado sacerdote y, durante un tiempo, prestó sus servicios en la iglesia de San Florín. Sin embargo, poco después, el tribuno Waltram lo puso al frente de la ermita de San Galo, el mismo lugar donde hoy se encuentra el monasterio de San Galo. La celda eremítica de este misionero irlandés, que había traído la fe a esa región, estaba a punto de caer en ruinas apenas un siglo después de su construcción. La pequeña comunidad cristiana que aún se congregaba en torno a la tumba de San Galo estaba a punto de extinguirse. Otmar logró fundar una comunidad monástica allí y sustituyó la celda de madera del santo por una iglesia de piedra.

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San Serapio: Mártir de la fe y de la caridad cristiana

Cuando la necesidad es grande, Dios envía a sus mensajeros para ofrecer ayuda y consuelo. Grande era la necesidad de los cristianos cautivos bajo el yugo musulmán. Al ver su sufrimiento, San Serapio se conmovió tanto que se entregó a sí mismo como rehén, ya que no había suficiente dinero para pagar el rescate de todos los prisioneros.

¿Quién era este Serapio?

Nacido en Inglaterra hacia finales del siglo XII, había emprendido la carrera militar en su juventud y participó en una campaña contra los moros en España bajo el mando del duque de Austria. Decidió quedarse en la Península al servicio del rey Alfonso IX de Castilla, pero luego dejó las armas para ingresar en la Orden de la Merced, que acababa de ser fundada en Aragón por san Pedro Nolasco, con el expreso propósito de rescatar a los cristianos cautivos y esclavizados por los musulmanes.

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San Josafat de Lituania: Un santo para la unidad

En el nuevo calendario litúrgico, se celebra hoy, 12 de noviembre, la memoria de San Josafat, mientras que en el calendario tradicional se lo conmemora el día 14.

El santo de hoy fue un religioso y obispo que sacrificó su vida por la unidad de las iglesias de Oriente y Occidente. En la actualidad, en el marco del diálogo ecuménico, a menudo se emprenden otros caminos y se defiende un concepto de unidad distinto al que aspiraba san Josafat. Echemos un vistazo a su vida.

Josafat Kuncewicz nació en 1580 en Volinia, que entonces pertenecía a la Gran Polonia y hoy se encuentra en el oeste de Ucrania. Provenía de una familia respetada; su padre, Gabriel, era concejal. Fue bautizado en la fe ortodoxa con el nombre de Juan. Se cuenta que ya de niño era muy piadoso e incluso tuvo una visión de Dios.

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San Andrés Avelino: Un sacerdocio a medias no basta

Un joven de buena apariencia no suele tenerlo fácil para escapar de las damas que se han fijado en él. Así le sucedió a Lanceloto Avelino, nacido en 1521 en Castronuovo (Italia), hijo mayor de Giovanni Avelino y Margherita Apelli. En más de una ocasión le sucedió como a José en casa del egipcio Potifar, pero el recuerdo de su querida madre, una mujer de extraordinaria virtud, le preservó de caer en la tentación. No obstante, el interés de las mujeres le persiguió en muchas etapas de su vida y siempre tuvo que velar celosamente por su castidad.

Lanceloto —ese era su nombre de pila— aspiraba al sacerdocio. Cuando era subdiácono, se encargó de la catequesis de los niños, guiándolos hacia una vida piadosa. Pero las insinuaciones del sexo femenino no cesaban, por lo que tuvo que huir a Nápoles. Incluso allí tuvo que cambiar de residencia en varias ocasiones para librarse de las aventuras amorosas de las damas de la alta sociedad. Dominaba su propia concupiscencia mediante un trabajo intenso y un ritmo de vida muy ordenado. Además de teología, Lanceloto estudiaba jurisprudencia. Así, obtuvo muy pronto y con honores el título de doctor en Derecho.

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Beata Cristina de Stommeln: Una aliada en la lucha contra el demonio

Antes de adentrarnos en la vida de esta beata, incluimos una nota introductoria sobre las beguinas, la asociación a la que pertenecía, que experimentó su auge en los siglos XIII y XIV. Eran mujeres piadosas, solteras o viudas, que vivían juntas y cultivaban la vida espiritual. A diferencia de las órdenes religiosas, las beguinas conservaban sus posesiones y solo hacían promesas de obediencia temporales, que renovaban cada año. Por tanto, estas mujeres podían volver al mundo. Elegían una «maestra» que se encargaba de dirigir la casa durante uno o dos años. A pesar de las abundantes posesiones que algunas de ellas aportaban a la comunidad, trabajaban con sus propias manos para ganarse la vida y vivían en sencillez y pobreza. Partiendo de Flandes (Bélgica), las casas de las beguinas se extendieron por Europa Occidental, aunque también había «beguinas itinerantes». Algunas casas adoptaban la regla de la Tercera Orden de San Francisco o de Santo Domingo.

Los conflictos con el clero se intensificaron, ya que muchos no comprendían el estilo de vida de las beguinas. Las tensiones llegaron hasta Roma, donde los obispos alemanes lograron que se condenara a las beguinas. Posteriormente, incluso fueron perseguidas y prohibidas. En la actualidad, quedan unas pocas casas de beguinas en Flandes.

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Beato Enrique de Zwiefalten: Un santo desconocido

Hoy, 4 de noviembre, se conmemora a San Carlos Borromeo, gran obispo y reformador de la Iglesia. Con justa razón, la liturgia alaba a Dios por el testimonio de este siervo suyo. Sin embargo, me parece importante dar a conocer a ciertos santos que han caído en el olvido, para regocijarnos en ellos y dar gracias al Señor por su vida. También cabe esperar que ellos se alegren cuando los recordamos.

Uno de estos santos un tanto olvidados es el beato Enrique de Zwiefalten, cuya tumba no se sabe dónde está y en cuyo honor no se ha erigido un altar o capilla, o si los hay, son muy desconocidos. Sin embargo, está grabado en la memoria de Dios y también las antiguas crónicas cuentan su historia, que es muy conmovedora.

El beato Enrique nació en el castillo de Zwiefalten alrededor del año 1200. Tenía grandes dotes naturales, sus padres eran ricos y creció mimado por todos. Sin embargo, esto no le hizo bien y comenzó a disfrutar de una «dulce vida» llena de fiestas, bailes y vino, para preocupación de sus padres, que veían cómo su hijo empezaba a despilfarrar sus abundantes talentos. ¡Pero esta vida indigna lo había cautivado! Descuidó sus estudios y se dedicó a los placeres, que se volvieron cada vez más extravagantes, convirtiendo el castillo en un lugar de encuentro y centro de todo tipo de actividades que, sin duda, desagradaban sobremanera al Señor.

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Santa Ida de Toggenburg: De una vida en palacio a la reclusión en el bosque

Al revisar en el santoral los santos que se celebran el 3 de noviembre, me conmovió particularmente la historia de santa Ida de Toggenburg, una ermitaña del siglo XIII.

Su piadoso padre, el conde Hartmann, la dio en matrimonio al conde Enrique de Toggenburg cuando ella tenía 17 años. Ida se mudó con su esposo a Suiza. Este noble, propietario de muchos castillos y respetado como buen guerrero, tenía un temperamento muy iracundo. Ida, que había sido educada en el temor de Dios y en la virtud, lo soportó con paciencia y mansedumbre. La pareja no pudo tener hijos, por lo que Ida tomó a los pobres como hijos suyos, convirtiéndose en un «ángel de consuelo» para muchas personas en las aldeas y cabañas. Además, se ocupaba de todos los habitantes del castillo y los guiaba hacia una vida piadosa con sus palabras y su ejemplo. Era muy querida por todos.

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