SANTA INÉS – Parte II: «Firme en la tribulación»

ESCENA 7

CLAUDIO (en la Corte Suprema de Justicia): Vengo a poner una denuncia pública contra la virgen Inés, hija del patricio Honorio Plácido y su esposa Laurencia. Los cargos que presento contra ella son blasfemia y alta traición. Para evitar una fuga, solicito inmediata aprehensión de la acusada.

AMBROSIO (en la homilía): Fue así como la pequeña Inés, contando apenas 12 años de vida, fue encadenada y encerrada en un calabozo… En la prisión y en el proceso, la doncella demostró que verdaderamente pertenecía al séquito del Cordero, no solo habiendo preservado a todo precio su virginidad, sino también en cuanto que “no se halló mentira en su boca” y la veracidad resplandecía en cada una de sus palabras. leer más

SANTA INÉS – Parte I: «Esposa de Cristo»

ESCENA 1

(Una mujer ve a un hombre que parece algo perdido…)

FIEL: ¿Sois nuevo aquí en Milán?

PAULINO: Sí, vengo de un largo viaje y regreso a Roma, pero he tenido que hacer una parada aquí.

FIEL: Parecéis clérigo.

PAULINO: ¡Lo soy!

FIEL: Pues no querréis perderos hoy el sermón de nuestro obispo Ambrosio. Apresuraos, estamos pasados de la hora tercia. ¡La celebración de los santos misterios ha empezado ya! ¿Lo escucháis? Están cantando el Aleluya…

PAULINO (hablando consigo mismo): Ah, claro, el gran Ambrosio, obispo de Milán…

AMBROSIO: Dominus vobiscum.

ASAMBLEA: Et cum spiritu tuo.

AMBROSIO: Sequentia sancti evangelii secundum Ioannem.

ASAMBLEA: Gloria tibi Domine.

AMBROSIO: En verdad, en verdad os digo que si el grano de trigo no cae en tierra y muere, allí queda, él solo; pero si muere, da mucho fruto. El que ama su vida, la perderá; pero el que odia su vida en este mundo la guardará para una vida eterna. (Jn 12,24-25)

ASAMBLEA: Laus tibi, Christe.

(Todos se sientan.)

AMBROSIO: Hermanos, celebramos hoy el nacimiento para el cielo de una virgen, imitemos su integridad; se trata también de una mártir, ofrezcamos el sacrificio. Es el día natalicio de santa Inés. Sabemos por tradición que murió mártir a los doce años de edad. Destaca en su martirio, por una parte, la crueldad que no se detuvo ni ante una edad tan tierna; por otra, la fortaleza que infunde la fe, capaz de dar testimonio en la persona de una jovencita… Si no fuera porque estos acontecimientos yacen apenas algunas décadas atrás, resultaría difícil creer ésta su historia…

ESCENA 2

(Se escucha el sonido de platos. Crescencia, la nodriza de Inés, está poniendo la mesa en una noble casa romana.)

INÉS: ¿Puedo ayudarte?

CRESCENCIA: Mi pequeña, eso es impropio para la hija de un noble patricio romano. Para eso me tienen a mí y a los otros esclavos…

INÉS: Pero el domingo, en el sermón, nuestro presbítero nos repitió las palabras de Nuestro Señor: “el que quiera ser el primero, sea el servidor de todos”. ¡Y yo quiero ser la primera!

CRESCENCIA: Lo serás, mi niña, si sigues practicando fervorosamente las virtudes.

INÉS: Crescencia, hay algo que nunca he entendido… Si nuestra fe es tan bella, ¿Por qué tenemos que escondernos cuando vamos a la celebración de los santos misterios? ¿Por qué papá y mamá insisten en que en la escuela no mencione el nombre de Cristo? ¡Cuánto quisiera que también mis amigas conocieran al verdadero Dios!

CRESCENCIA: Inés, mi querida, recuerda que Nuestro Señor mismo, que era la luz que vino a este mundo, fue rechazado. Y él ya nos lo dijo: “Si a mí me han perseguido, también os perseguirán a vosotros.” (Jn 15,20). Aunque sin razón, nos ven como traidores del Imperio porque no queremos sacrificar a los dioses romanos.

INÉS: ¿Traidores? ¡Pero si los cristianos amamos Roma! Aunque claro, sabemos que la salvación sólo vendrá de Nuestro Señor Jesucristo. ¡No hay otros dioses fuera de Él que pudiesen salvar, tampoco a Roma! Neptuno, Apolo, Vesta… ¿Sabes que de mi escuela van a elegir a algunas para ser vírgenes y sacerdotisas de la diosa Vesta? ¡Pero conmigo no cuentan! ¡Yo ya sé a quién amo!

CRESCENCIA: Mi niña, ¡cuán contento estará el Señor contigo!

INÉS: No lo sé, pero mi mayor anhelo es agradarle… Desde que recibí el bautismo, he querido pertenecerle a Él. Y, a propósito de bautismo, estoy tan feliz de que Emerenciana, mi hermana de leche, sea ahora una catecúmena.

CRESCENCIA: Y si tú estás feliz, ¡figúrate cómo estoy yo! Pero ahora ve a llamar a tus padres. ¡La cena está servida!

INÉS: Sí, nana…

(Se escuchan pasos mientras Inés se aleja.)

CRESCENCIA: ¡Mis dos pequeñas! ¡Cómo recuerdo cuando las crié a ambas! ¡Y pensar que ahora incluso serán hermanas en la fe!

ESCENA 3

CRESCENCIA: Mis niñas, ¿cómo estuvieron hoy las clases?

EMERENCIANA: Bien, nana.

CRESCENCIA: Si queréis, adelantaos un poco para que podáis hablar vosotras solitas. Yo os sigo.

EMERENCIANA: Inés, ¿verdad que ya no está tan lejos la Pascua? ¡Oh, en este año la anhelo como nunca!

INÉS: ¡Sí! ¡Será una gran fiesta! No puedes imaginar cómo es cuando te sumerjen 3 veces en el agua y escuchas en el fondo las palabras: “Yo te bautizo en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo.”

EMERENCIANA: ¿Y después?

INÉS: Después te imponen una túnica blanca que llevarás puesta durante los próximos 8 días… ¡Y ya verás que harás todo por no mancharla!

EMERENCIANA: Y supongo que aún más por no manchar mi alma, ¿verdad?

INÉS: ¡Exacto! Para estar con el traje de fiesta preparado para las Bodas del Cordero.

EMERENCIANA: ¿Las bodas del Cordero?

INÉS: Lo mismo le pregunté yo al presbítero, y él me dijo que lo entendería en su momento. ¡No sabes cuánto le insisto al Señor en que llegue pronto ese momento!

EMERENCIANA: ¡Oh! ¡El presbítero Ceferino es tan bueno! Nos dijo que el primer día de la semana nos llevaría a repartir limosnas.

INÉS: ¡Cómo me encantaría ir con vosotros! Amo dar lismona a los más pobres, aunque claro, en realidad no son mis limosnas; simplemente doy lo que mis padres generosamente me dan.

CRESCENCIA (llega desde atrás y les susurra en voz baja): Niñas, apresurad el paso…

EMERENCIANA: ¿Pero cuál es el apuro, nana?

CRESCENCIA (todavía en voz baja): No me gusta como ese joven te está mirando, Inés. Si mis ojos no me engañan, es el hijo del prefecto.

ESCENA 4

PREFECTO MINUCIO RUFO: Por eso, la Suprema Corte de Roma y la justicia han decidido este caso a favor de…

CLAUDIO: Padre!

PREFECTO: Finalmente llegas, hijo. ¡Copista, déjanos solos! (Se esuchan pasos que se alejan). Claudio, creo que tenemos algo que aclarar… ¿Qué son esas tonterías que tengo que escuchar sobre vosotros? Andar siguiendo a las niñas a la hora en que salen de la escuela… ¡Como si no hubieran cosas más importantes que hacer! La maestra Elena me ha escrito enfurecida… ¿Qué se supone que debo responderle ahora?

CLAUDIO: Respóndele que esta historia se ha terminado.

PREFECTO: ¡Así que tan rápido te das por vencido ante la furia de la maestra!

CLAUDIO: No, no, ella no me interesa; pero he encontrado a la doncella que buscaba.

PREFECTO: Vamos, deja la poesía. ¿De qué doncella estás hablando?

CLAUDIO: De aquella a la cual amo.

PREFECTO: ¿Quieres hacerme reír?

CLAUDIO: ¡No, padre, hablo en serio!

PREFECTO: Vaya, vaya…. Así que mi hijo Claudio está enamorado… Oh, todas las historias de amor son tristes. Tristes al inicio; tristes al final. Al inicio, porque aún no se tienen; al final, porque se tienen hartos.

CLAUDIO: ¡Te ruego, padre, no te mofes! Éste es el primer asunto serio y verdaderamente grande en mi vida!

PREFECTO: Eso lo piensa todo enamorado…

CLAUDIO: ¡Tú también lo pensarás cuando conozcas a la elegida!

PREFECTO: Entonces, suéltalo: ¿quién es la afortunada?

CLAUDIO: Inés, la hija del patricio Honorio Plácido.

PREFECTO: ¿Qué? ¡Estás loco! ¡Es sólo una niña! Ahora entiendo la furia de la maestra Elena. ¡Menos mal que has dicho que esta historia se ha terminado!

CLAUDIO: Se ha terminado en la salida de la escuela. Pero, por lo demás, esta historia está apenas por iniciar.

PREFECTO: ¿Me estás tomando el pelo? ¡Una niña de doce años!

CLAUDIO: En un año tendrá edad para casarse…

PREFECTO: ¿Y cuántas otras vírgenes habrás descubierto hasta entonces?

CLAUDIO: Ninguna, padre.

PREFECTO: Vamos, hijo, te vendría bien un baño bien frío para apagarte la pasión.

CLAUDIO: Padre, esto no es una simple pasión. ¡Tengo que verla, o moriré! Te lo ruego, acompáñame a la casa del patricio Honorio Plácido. ¡Tú eres Prefecto y Supremo Juez de Roma! ¿Quién podría negarte algo?

(Breve silencio)

PREFECTO: Claudio, te daré una oportunidad. Pero te lo advierto: si noto aun la más mínima señal de que ésta no es más que una de tus aventuras, ten por cierto que nunca más podrás contar conmigo como intermediario para tus historias de amor…

ESCENA 5

INÉS: Mi Jesús, ¿cómo pudo suceder que un hombre me mirara tan feo al regresar de la escuela? ¿Es que soy una pecadora? ¡Jesús mío! ¡Soy toda tuya!

ESCENA 6

(Toca a la puerta de la habitación de Inés.)

CRESCENCIA: Niña Inés, tus padres me han enviado para alistarte…

INÉS: ¿Alistarme para qué, si hoy no es día de escuela?

CRESCENCIA: No, mi niña, pero esperan visita. Ven, siéntate, voy a peinar esa preciosa cabellera. Hoy tus padres quieren verte resplandecer en toda tu belleza.

INÉS: Crescencia, pero yo quiero reservar mi belleza para el Señor; y que mi adorno sean las virtudes en lugar de las perlas.

CRESCENCIA: Te entiendo, pequeña. Ven, sólo cubriré tu cabello con un velo.

(Toca a la puerta de la casa del patricio Honorio Plácido.)

LAURENCIA: De prisa, Crescencia, traed a la niña.

PREFECTO MINUCIO RUFO: Es un honor poder hacer una visita a tu domus, Honorio Plácido. Y a vos, noble señora Laurencia, os traigo un especial saludo de mi esposa. Permitidme presentaros a mi hijo Claudio.

CLAUDIO: Ave.

HONORIO PLÁCIDO: Por favor, sentaos…

CLAUDIO: Antes debo pedir una disculpa a vuestra hija. Inés, recientemente, cuando salías de la escuela, te vi por primera vez y creo que te miré como hipnotizado. Quizá –eso espero– no lo notaste siquiera.

INÉS: Sí me di cuenta, y aparté la mirada y te perdoné.

CLAUDIO: Gracias…

PREFECTO: Joven Inés, mi hijo Claudio quiere entregarte un presente.

CLAUDIO: ¿Puedo regalarte esta copa? ¡Quiero que de ella bebas felicidad! Es una copa griega, dorada y adornada con cinco perlas.

INÉS: No puedo aceptar tu presente.

CLAUDIO: Pero tampoco quiero que me lo regreses.

INÉS: Entonces véndelo y da el dinero a los pobres.

CLAUDIO: Me estás ofendiendo, aunque seguramente no sea esa tu intención.

INÉS: Mi copa está colmada de sufrimiento.

CLAUDIO: ¡Oh, sí! ¡Conozco ese dolor: es el sufrimiento del amor! ¿Me lo entregarías?

INÉS: Otro te lo dará… Aquel a quien yo amo…

CLAUDIO: ¿Aquel a quien amas?

HONORIO PLÁCIDO: ¡Hija! ¿Qué estás diciendo?

INÉS: Te lo digo, Claudio, para que lo sepas de una vez y por todas: jamás seré tu esposa.

PREFECTO: Permíteme que me ría, pequeña. Eso es lo que suelen decir las niñas y no se dan cuenta de que Cupido ya está dispuesto a soltar la flecha. Vamos, Claudio, nada de caras largas…

CLAUDIO: Dime, Inés: ¿soy yo el problema?

INÉS: No, Claudio, te lo repito una vez más: Ya le pertenezco a otro. (Breve silencio) Mi Amado es tan rico que su riqueza no disminuye jamás. Y Él mismo se dona a los pobres. Mi Amado es mucho más noble que un rey por su linaje y su dignidad. Su madre es una virgen y su padre jamás conoció mujer. Amo a Aquel a quien sirven los ángeles y ante cuya belleza se maravillan el sol y la luna. El soplo de su boca revive a los muertos; los enfermos se sanan con sólo tocarlo. Su amor es castidad; su proximidad es santidad; la unión con Él es la virginidad misma. ¿Quién poseyera mayor nobleza; quién poder más fuerte, aspecto más bello, amor más dulce y gracia más abundante? ¡Ese es mi Amado!

PREFECTO: ¡Por Júpiter! ¡Esta niña está loca!

HONORIO PLÁCIDO Y LAURENCIA: ¡Inés!

CLAUDIO: ¿Y cuál es el nombre de ese ridículo amante? ¡Si es que existe! ¡Habla! ¡Di su nombre!

INÉS: Él es… ¡Jesucristo!

(Gran alboroto)

CLAUDIO: ¡Ante tus ojos pisoteo esta copa, así como te pisoteo a ti, miserable cristiana! (Sale por la puerta, mientras grita:) ¡La denunciaré!

Descargar PDF

El combate por la pureza

Durante las tres últimas meditaciones, desarrollamos un consejo indirecto que nos da San Antonio Abad, un sabio padre del desierto. En este contexto, reflexionamos sobre el combate en lo que escuchamos, hablamos y miramos, y vimos cuán necesario es colocar estos importantes ámbitos de la vida humana bajo el dominio de Dios y defenderlos contra múltiples ataques.

“El que está sentado en el desierto y procura tener el corazón calmado, ha quedado a salvo de tres combates: el de la escucha, el del habla y el de la vista. Sólo le queda un combate por librar: la lucha contra la impureza.”

leer más

El combate en lo que miramos

Retomemos una vez más la meditación de estas palabras de San Antonio Abad:

“El que está sentado en el desierto y procura tener el corazón calmado, ha quedado a salvo de tres combates: el de la escucha, el del habla y el de la vista. Sólo le queda un combate por librar: la lucha contra la impureza.”

leer más

El combate en lo que hablamos

En la meditación de hoy, continuamos con el tema que habíamos iniciado ayer, en la memoria de San Antonio Abad. Volvamos a escuchar las palabras de este padre del desierto, para seguir describiendo el combate que los cristianos estamos llamados a librar:

“El que está sentado en el desierto y procura tener el corazón calmado, ha quedado a salvo de tres combates: el de la escucha, el del habla y el de la vista. Sólo le queda un combate por librar: la lucha contra la impureza.”

leer más

El combate en lo que escuchamos

Ef 6,10-13.18 (Lectura correspondiente a la memoria de San Antonio Abad)

Hermanos, fortaleceos por medio del Señor, de su fuerza poderosa. Revestíos de las armas de Dios para poder resistir a las acechanzas del diablo. Porque nuestra lucha no va dirigida contra simples seres humanos, sino contra los principados, las potestades, los dominadores de este mundo tenebroso y los espíritus del mal que están en el aire. Por eso, tomad las armas de Dios, para que podáis resistir en el día funesto; y manteneros firmes después de haber vencido todo. Manteneos siempre en la oración y en la súplica, orando en toda ocasión por medio del Espíritu, velando juntos con perseverancia e intercediendo por todos los santos.

leer más

MEDITACIONES DE NAVIDAD (8/8): La Madre de Dios

Si, al iniciar el año, ponemos nuestra mirada en la Madre del Señor, tal como la Iglesia nos insta a hacerlo, entonces todo se esclarece, a pesar de las nubes oscuras que actualmente se ciernen sobre el mundo.

Todo se esclarece, porque Tú, oh María, fuiste elegida como hija del género humano. Tú no solamente diste a luz al Hijo de Dios; sino que también lo seguiste como discípula. Así, el Señor te incluyó de forma especial en el plan de la salvación. Esto nos da esperanza, porque nuestro Padre, que te confió a su Unigénito, te convirtió también en Madre de la humanidad redimida.

leer más

MEDITACIONES DE NAVIDAD (7/8): Tu luz ahuyentará las tinieblas

Amado Niño, ya casi hemos llegado al final de estas meditaciones de Navidad, y también el año está a punto de culminar.

Amado Señor, ha sido un año tan extraño e incluso absurdo para muchas personas… ¿A quién podrán dirigirse si no a Ti, que incluso en tiempos tan confusos estás presente, y quizá de forma especial cuando ves la necesidad y angustia de las personas?

leer más

MEDITACIONES DE NAVIDAD (6/8): Nada podrá separarnos de Tu amor

Apenas habías llegado al mundo, oh Divino Niño, cuando Tus padres tuvieron que huir contigo a Egipto. Es admirable la obediencia de Tu padre adoptivo, San José, al partir de inmediato en cuanto hubo recibido esta orden en un sueño (Mt 2,13-14).

El esfuerzo, las fatigas y adversidades, el sufrimiento y la muerte caracterizan este mundo como consecuencia del pecado, y estaríamos para siempre perdidos si no fuera porque Tú viniste a nosotros y nos trajiste la luz de la esperanza.

leer más

MEDITACIONES DE NAVIDAD (5/8): Luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu Pueblo Israel

Como judíos fieles a la Ley del Señor, a los ocho días de Tu Nacimiento Tus padres te circuncidaron y te pusieron el nombre de Jesús, el Salvador (Lc 2,21).

Cuando, cuarenta días después, te llevaron al Templo para presentarte al Señor, te encontraste con Simeón, uno de los fieles de Tu Pueblo (Lc 2,22-25). El Espíritu Santo le había revelado que no moriría antes de haberte visto. ¡Y así sucedió! Lleno del Espíritu Santo y tomándote en Sus brazos, pronunció sobre Ti aquellas inolvidables palabras:

leer más