Mirad a vuestro Dios

Is 35,4-7a

Decid a los desalentados: ¡Sed fuertes, no temáis: mirad a vuestro Dios! Llega la venganza, la represalia de Dios: Él vendrá y os salvará. Entonces se abrirán los ojos del ciego, las orejas de los sordos se destaparán. Entonces saltará el cojo como ciervo, la lengua del mudo gritará de júbilo. Pues manarán aguas en el desierto y correrán torrentes por la estepa; el páramo se convertirá en estanque, y el país árido en manantial de aguas.

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No ir más allá de lo escrito

 

1Cor 4,6b-15

Me he puesto como ejemplo a mí y a Apolo, en orden a vosotros; para que aprendáis de nosotros aquello de «No ir más allá de lo que está escrito» y para que nadie se engría en favor de uno contra otro. Pues ¿quién es el que te distingue? ¿Qué tienes que no lo hayas recibido? Y si lo has recibido, ¿a qué gloriarte cual si no lo hubieras recibido? ¡Ya estáis hartos! ¡Ya sois ricos! ¡Os habéis hecho reyes sin nosotros! ¡Y ojalá reinaseis, para que también nosotros reináramos con vosotros! Porque pienso que a nosotros, los apóstoles, Dios nos ha asignado el último lugar, como condenados a muerte, puestos a modo de espectáculo para el mundo, los ángeles y los hombres.

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Nuevos caminos sobre sendas seguras

Lc 5,33-39

En aquel tiempo, los fariseos y escribas le dijeron a Jesús: “Los discípulos de Juan ayunan frecuentemente y recitan oraciones, igual que los de los fariseos, pero los tuyos no se privan de comer y beber.”  Jesús respondió: “¿Podéis acaso hacer ayunar a los invitados a la boda mientras el novio está con ellos? Días vendrán en que les será arrebatado; entonces ayunarán, cuando lleguen esos días.” Les dijo también una parábola: “Nadie rompe un vestido nuevo para echar un remiendo a uno viejo, porque, si lo hace, desgarraría el nuevo, y al viejo no le iría el remiendo del nuevo.

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¡Que nadie se engañe!

1Cor 3,18-23

¡Que nadie se engañe! Si alguno de vosotros se cree sabio según los criterios de este mundo, mejor es que se vuelva necio, para llegar a ser sabio. Pensad que, para Dios, la sabiduría de este mundo no es más que necedad. En efecto, dice la Escritura: “El que enreda a los sabios en su propia astucia.” Y también: “El Señor conoce cuán vanos son los pensamientos de los sabios”. Así que nadie se gloríe en las personas, pues todo es vuestro; ya sea Pablo, Apolo, Cefas, el mundo, la vida, la muerte, el presente, el futuro…, todo es vuestro. Y vosotros sois de Cristo, y Cristo, de Dios.

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Vencer la actitud terrenal

1Cor 3,1-9

Yo, hermanos, no pude hablaros como a personas espirituales, sino como a carnales, como a niños en la fe de Cristo. Os di a beber leche, y no alimento sólido, pues todavía no lo podíais soportar. Y ni siquiera ahora lo soportáis, pues seguís siendo carnales. Porque, mientras haya entre vosotros envidia y discordia, ¿no creéis que seguís siendo carnales y vivís a lo humano? Cuando dice uno: “Yo soy de Pablo”, y otro: “Yo soy de Apolo”, ¿no estáis procediendo según criterios humanos? ¿Quién es, pues, Apolo? ¿Y quién es Pablo?… ¡Servidores, por medio de los cuales habéis creído! Cada uno trabajó según el designio del Señor: yo planté y Apolo regó, mas fue Dios quien proporcionó el crecimiento.

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Resistencia contra el mal

Lc 4,31-37

En aquel tiempo, Jesús bajó a Cafarnaún, población de Galilea, y los sábados les enseñaba. La gente quedaba asombrada de su doctrina, porque hablaba con autoridad. Había en la sinagoga un hombre que tenía el espíritu de un demonio impuro y se puso a gritar a grandes voces: “¡Ah! ¿Qué tenemos nosotros contigo, Jesús de Nazaret? ¿Has venido a destruirnos? Sé quién eres: el Santo de Dios.” Jesús entonces le conminó: “Cállate y sal de él.” Y el demonio, arrojándole en medio, salió de él sin hacerle ningún daño.

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El Señor en Nazaret

Lc 4,16-30

En aquel tiempo, Jesús fue a Nazaret, donde se había criado. El sábado entró como de costumbre en la sinagoga y se levantó para hacer la lectura. Le presentaron el libro del profeta Isaías y, abriéndolo, encontró el pasaje donde estaba escrito: El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha consagrado por la unción. Él me envió a llevar la Buena Noticia a los pobres, a anunciar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, a dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor. Jesús cerró el Libro, lo devolvió al ayudante y se sentó. Todos en la sinagoga tenían los ojos fijos en él.

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Poned por obra la palabra

St 1,17-18.21b-22.27

Toda dádiva buena y todo don perfecto que recibimos viene de lo alto, desciende del Padre de las luces, en quien no hay cambio ni fase de sombra. Nos engendró por su propia voluntad, con palabras de verdad, para que fuésemos las primicias de sus criaturas. Por eso, desechad todo tipo de inmundicia y de mal, que tanto abunda, y recibid con mansedumbre la palabra sembrada en vosotros, capaz de salvar vuestras almas. Poned por obra la palabra y no os contentéis sólo con oírla, engañándoos a vosotros mismos. La religiosidad pura e intachable ante Dios Padre es ésta: ayudar a huérfanos y viudas en sus tribulaciones y conservarse incontaminado del mundo.

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Mi Juez es el Señor

1Cor 4,1-5 

Que la gente nos tenga por servidores de Cristo y administradores de los misterios de Dios. Ahora bien, lo que se exige de los administradores es que sean fieles. Aunque a mí lo que menos me importa es ser juzgado por vosotros o por un tribunal humano. ¡Ni yo mismo me juzgo! Cierto que mi conciencia nada me reprocha, pero eso no significa que carezca de culpa. Mi juez es el Señor. Así que no juzguéis nada antes de tiempo, hasta que venga el Señor. Él iluminará los secretos de las tinieblas y pondrá de manifiesto las intenciones de los corazones. Entonces recibirá cada cual la alabanza que le corresponda.

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La necedad de la cruz

1Cor 1,17-25

No me envió Cristo a bautizar, sino a predicar el Evangelio, y no con palabras sabias, para no desvirtuar la cruz de Cristo. Pues la predicación de la cruz es una necedad para los que se pierden; mas para los que se salvan –para nosotros- es fuerza de Dios. Porque dice la Escritura: “Destruiré la sabiduría de los sabios y desecharé la inteligencia de los inteligentes. ¿Dónde está el sabio? ¿Dónde el docto?” ¿Dónde el intelectual que se ciñe a simples criterios humanos? ¿Acaso no entonteció Dios la sabiduría del mundo? De hecho, como el mundo, mediante su propia sabiduría, no conoció a Dios en su divina sabiduría, quiso Dios salvar a los creyentes mediante la necedad de la predicación.

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