Israel era Vid frondosa, acumulaba frutos: cuanto más fruto producía, más multiplicaba los altares; cuanto mejor era su tierra, mejores estelas construía. Su corazón está dividido, pero ahora lo van a pagar; él romperá sus altares, demolerá sus estelas. Entonces dirán: “No tenemos rey, porque no hemos temido a Yahvé, y el rey, ¿qué nos podría hacer?”
Así dice el Señor: “Han entronizado reyes en Israel sin contar conmigo; han nombrado príncipes sin mi conocimiento. Con su plata y oro se han fabricado ídolos, para su perdición. ¡Rechaza tu becerro, Samaría! Mi cólera está ardiendo contra ellos: ¿hasta cuándo no podrán purificarse? ¡Es obra de Israel!, pues lo ha fabricado un artesano, y eso no puede ser Dios. Así que quedará hecho trizas el becerro de Samaría.
Así habla el Señor: “Yo la seduciré, la llevaré al desierto y le hablaré a su corazón. Allí, ella responderá como en los días de su juventud, como el día en que subía del país de Egipto. Aquel día -oráculo del Señor- tú me llamarás: ‘Mi esposo’ y ya no me llamarás: ‘Mi Baal’.
En aquella ocasión Jesús declaró: “Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a los sabios y entendidos y las has revelado a los pequeños. Sí, Padre, porque así te ha parecido bien. Todo me lo ha entregado mi Padre, y nadie conoce al Hijo sino el Padre, ni nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquél a quien el Hijo quiera revelarlo. Venid a mí todos los fatigados y agobiados, y yo os aliviaré. Llevad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis descanso para vuestras almas: porque mi yugo es suave y mi carga es ligera.”
Aquel día levantaré la cabaña ruinosa de David; repararé sus brechas, restauraré sus ruinas; la reconstruiré para que quede como en los días de antaño, para que lleguen a poseer lo que queda de Edom y todas las naciones sobre las que se invocó mi nombre, oráculo de Yahvé, el que hace esto.
Evangelio correspondiente a la Fiesta del Apóstol Tomás
Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Los otros discípulos le dijeron: “Hemos visto al Señor.” Pero él les contestó: “Si no veo en sus manos la señal de los clavos y no meto mi dedo en el agujero de sus clavos y mi mano en su costado, no creeré.”
El sacerdote de Betel, Amasías, mandó decir a Jeroboam, rey de Israel: “Amós conspira contra ti en medio de la casa de Israel; ya no puede la tierra soportar todas sus palabras. Porque Amós anda diciendo: ‘A espada morirá Jeroboam, e Israel será deportado de su suelo.’” Y Amasías dijo a Amós: “Vete, vidente; huye a la tierra de Judá; come allí tu pan y profetiza allí. Pero en Betel no has de seguir profetizando, porque es el santuario del rey y la Casa del reino.”
Buscad el bien, no el mal. De ese modo viviréis, y estará con vosotros Yahvé Sebaot, tal como decís. Aborreced el mal, amad el bien, implantad el derecho en la Puerta; quizá Yahvé Sebaot tenga piedad del Resto de José. Yo detesto, odio vuestras fiestas, no me aplacan vuestras solemnidades. Si me ofrecéis holocaustos… no me satisfacen vuestras oblaciones, ni miro vuestros sacrificios de comunión, de novillos cebados. ¡Aparta de mí el rumor de tus canciones, no quiero oír la salmodia de tus arpas! ¡Que fluya, sí, el derecho como agua y la justicia como arroyo perenne!
Cuando Jesús bajó del monte, fue siguiéndole una gran muchedumbre. En esto, un leproso se le acercó, se postró ante él y le dijo: “Señor, si quieres puedes limpiarme.” Él extendió la mano, lo tocó y dijo: “Quiero, queda limpio.” Y al instante quedó limpio de su lepra. Jesús le dijo: “Mira, no se lo digas a nadie. Pero vete, muéstrate al sacerdote y presenta la ofrenda que prescribió Moisés, para que les sirva de testimonio.”
Jesús dijo a sus discípulos: “No todo el que me diga: ‘Señor, Señor’, entrará en el Reino de los Cielos, sino el que haga la voluntad de mi Padre celestial. Muchos me dirán aquel Día: ‘Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre expulsamos demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros?’ Y entonces les declararé: ‘¡Jamás os conocí; apartaos de mí, agentes de iniquidad!’ Así pues, todo el que oiga estas palabras mías y las ponga en práctica, será como el hombre prudente que edificó su casa sobre roca: cayó la lluvia, vinieron los torrentes, soplaron los vientos, y embistieron contra aquella casa; pero ella no cayó, porque estaba cimentada sobre roca.