Miércoles de Ceniza: “Inicio de la Cuaresma”

2Cor 5,20–6,2

Hermanos: somos embajadores en nombre de Cristo, como si Dios os exhortase por medio de nosotros. En nombre de Cristo os rogamos: reconciliaos con Dios. A él, que no conoció pecado, lo hizo pecado por nosotros, para que llegásemos a ser en él justicia de Dios. Como colaboradores suyos os exhortamos también a que no recibáis en vano la gracia de Dios. Porque dice: “En el tiempo favorable te escuché. Y en el día de la salvación te ayudé”. Mirad, ahora es el tiempo favorable, ahora es el día de la salvación.

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También hoy hace falta un arca

Gen 6,5-8; 7,1-5.10

Viendo Yahvé que la maldad del hombre cundía en la tierra y que todos los proyectos de su mente eran puro mal de continuo, le pesó a Yahvé de haber creado al hombre en la tierra, y se indignó en su corazón. Así pues, dijo Yahvé: “Voy a exterminar de sobre la faz del suelo al hombre que he creado –desde el hombre hasta los ganados, los reptiles y hasta las aves del cielo–, porque me pesa haberlos hecho.” Pero Noé halló gracia a los ojos de Yahvé.

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El primer fratricidio

Gen 4,1-15.25

Conoció el hombre a Eva, su mujer, la cual concibió y dio a luz a Caín, y dijo: “He adquirido un varón con el favor de Yahveh.” Volvió a dar a luz, y tuvo a Abel su hermano. Fue Abel pastor de ovejas y Caín labrador. Pasado algún tiempo, Caín hizo a Yahveh una oblación de los frutos del suelo. También Abel hizo una oblación de los primogénitos de su rebaño, y de la grasa de los mismos. Yahveh miró propicio a Abel y su oblación, mas no miró propicio a Caín y su oblación, por lo cual se irritó Caín en gran manera y se abatió su rostro.

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Adán, ¿dónde estás?

Gen 3,9-24

El Señor Dios llamó al hombre y le dijo: “¿Dónde estás?” Él contestó:
“Oí tu ruido en el jardín, me dio miedo, porque estaba desnudo, y me escondí”. El Señor Dios le replicó: “¿Quién te ha hecho ver que estabas desnudo?, ¿has comido acaso del árbol del que te prohibí comer?” Dijo el hombre: “La mujer que me diste por compañera me ofreció del fruto y comí”.

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¿Cómo obtener un corazón puro? (Parte II)

Continuamos hoy con el tema que estuvimos tratando ayer. Nos enfocamos sobre todo en estas palabras del evangelio del 10 de febrero:

“Lo que realmente contamina al hombre es lo que sale de él. Porque de dentro, del corazón de los hombres, salen los malos pensamientos, las fornicaciones, los robos, los homicidios, los adulterios, los deseos avariciosos, las maldades, el fraude, la deshonestidad, la envidia, la blasfemia, la soberbia y la insensatez. Todas estas perversidades salen de dentro y contaminan al hombre.” (Mc 7,20-23)

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Hipocresía y enfriamiento del corazón

Mc 7,1-13

En aquel tiempo, se reunieron junto a Jesús los fariseos y algunos escribas que habían llegado de Jerusalén. Y al ver que algunos de sus discípulos comían con manos impuras, es decir no lavadas –es que los fariseos y todos los judíos no comen sin haberse lavado las manos hasta el codo, aferrados a la tradición de los antiguos, y al volver de la plaza, si no se bañan, no comen; y hay otras muchas cosas que observan por tradición, como la purificación de copas, jarros y bandejas–, los fariseos y los escribas le preguntaron: “¿Por qué tus discípulos no viven conforme a la tradición de los antepasados, sino que comen con manos impuras?”

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Jesús quiere sanar

Mc 6,53-56

En aquel tiempo, terminada la travesía, llegaron a tierra en Genesaret y atracaron. Apenas desembarcaron, le reconocieron en seguida. Recorrieron entonces toda aquella región y comenzaron a traer a los enfermos en camillas adonde oían que él estaba. Y dondequiera que entraba, en pueblos, ciudades o aldeas, colocaban a los enfermos en las plazas y le pedían que les dejara tocar siquiera la orla de su manto; y cuantos la tocaban quedaban curados.

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El dulce deber de evangelizar

1Cor 9,16-19.22-23

Predicar el evangelio no es para mí ningún motivo de vanagloria, pues estoy bajo el deber de hacerlo. ¡Ay de mí si no predico el Evangelio! Si lo hiciera por propia iniciativa, ciertamente tendría derecho a una recompensa; y si lo hiciera forzado, al fin y al cabo es una misión que se me ha confiado. Ahora bien, mi recompensa consiste en predicar el Evangelio gratuitamente, renunciando al derecho que me confiere su proclamación.

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