“MI AMIGO DIVINO” (Parte I)

Quiero hablaros de mi Amigo divino, porque Él es tan bueno conmigo que realmente tengo que compartirlo con vosotros. No es que piense que vosotros no lo conocéis y que es exclusivamente Amigo mío. ¡Por supuesto que no! Pero, si os hablo de Él, tal vez lo conozcáis un poco mejor. En efecto, cuanto más escuchemos hablar de Él y cuanto más tiempo pasemos con Él, mejor lo conoceremos.

Nunca nos cansaremos de estar con Él y siempre será una alegría encontrarnos con Él.

Éste mi amigo divino es muy fuerte, pero también reservado. Él no se impone, pero está siempre presto si tan sólo lo invocamos y le pedimos que venga. Él no titubea.

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DOMINGO DE PENTECOSTÉS: “Pentecostés: el gran suceso”

¡Ahora has descendido, Amado Espíritu Santo! En esta ocasión, llegaste en la tormenta, en una “impetuosa ráfaga de viento” (cf. Hch 2,2); y no en una “suave brisa” como cuando te manifestaste a tu amigo, el Profeta Elías (cf. 1Re 19,11-13). A él te mostraste más escondida y suavemente, así como sueles actuar en las almas de aquellos que te dejan entrar. Pero hoy, en el acontecimiento de Pentecostés, fue distinto… ¡Cuán maravilloso y convincente fue tu actuar! Los apóstoles hablaban y anunciaban en su propia lengua; pero todos los allí presentes los entendían cada cual en su propio idioma.

“Al producirse aquel ruido, la gente se congregó y se llenó de estupor porque cada uno les oía hablar en su propia lengua. Estupefactos y admirados, decían: ‘¿Acaso no son galileos todos estos que están hablando? Pues ¿cómo cada uno de nosotros les oímos en nuestra propia lengua nativa? Aquí estamos partos, medos y elamitas; hay habitantes de Mesopotamia, Judea, Capadocia, el Ponto, Asia, Frigia, Panfilia, Egipto y la parte de Libia fronteriza con Cirene; también están los romanos residentes aquí, tanto judíos como prosélitos, cretenses y árabes. ¿Cómo es posible que les oigamos proclamar en nuestras lenguas las maravillas de Dios?’” (Hch 2,6-11)

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PREPARACIÓN PARA PENTECOSTÉS: “El pueblo de Dios”    

“Reparte tus siete dones, según la fe de tus siervos;
por tu bondad y gracia, dale al esfuerzo su mérito;
salva al que busca salvarse y danos tu gozo eterno.”

Los siervos de Dios, el pueblo de Dios… ¿Quién forma parte de él? Desde el punto de vista de la vocación, todos los hombres pertenecen al pueblo de Dios, pues Él quiere que todos se salven (1Tim 2,4). Por eso envió a su propio Hijo al mundo, para que conduzca a los hombres de regreso a casa, convirtiéndolos en hijos suyos.

Sin embargo, hay una diferencia decisiva entre aquellos que acogen este llamado y viven de acuerdo a él y aquellos que pasan de largo ante la invitación del Señor.

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PREPARACIÓN PARA PENTECOSTÉS: “Ven, divina luz”    

“Entra hasta el fondo del alma, divina luz, y enriquécenos. Mira el vacío del hombre, si tú le faltas por dentro; mira el poder del pecado, cuando no envías tu aliento.

Riega la tierra en sequía, sana el corazón enfermo, lava las manchas, infunde calor de vida en el hielo, doma el espíritu indómito, guía al que tuerce el sendero.”

El Espíritu de Dios penetra profundamente en nuestras almas; es decir, quiere llegar hasta el centro de nuestro ser y morar allí, junto con el Padre y el Hijo que ponen su morada en nosotros, según las palabras de Jesús (cf. Jn 14,23). Una vez establecido en nuestro corazón, el Espíritu de Dios podrá moldearnos a imagen de Dios, siempre y cuando se lo permitamos. Esta es la gran obra del Espíritu Santo, una vez que ha llevado al hombre a la conversión y lo ha traído de regreso a la obediencia de amor hacia Dios.

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PREPARACIÓN PARA PENTECOSTÉS: “Fuente del mayor consuelo”    

“Fuente del mayor consuelo. Ven, dulce huésped del alma, descanso de nuestro esfuerzo, tregua en el duro trabajo, brisa en las horas de fuego, gozo que enjuga las lágrimas y reconforta en los duelos.”

El Espíritu Santo es el consolador que el Señor nos ha otorgado. El Apóstol San Pablo nos dice: “Él nos consuela en todas nuestras tribulaciones, para que nosotros podamos consolar a los que se sienten atribulados, ofreciéndoles el consuelo que nosotros mismos recibimos de Dios” (2Cor 1,4).

Este consuelo que recibimos de Dios y estamos llamados a ofrecer a los atribulados puede extenderse a muchos ámbitos: consuelo en las necesidades materiales, cuando el Espíritu nos mueve a compartir con los demás; consuelo en la aflicción del alma, cuando el Espíritu nos ayuda a asistir a otros en sus dificultades, recordándoles que Dios está con ellos y nunca los abandona; consuelo en medio del sufrimiento de los hombres, para atestiguar que, aun en medio del dolor, Dios está presente.

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PREPARACIÓN PARA PENTECOSTÉS: “Ven, Padre amoroso del pobre”  

“Ven, padre amoroso del pobre; don, en tus dones espléndido; luz que penetra las almas.”

En el término ‘pobres’ estamos incluidos todos nosotros, especialmente aquellos que están conscientes de su propia pobreza.

En nuestra vida espiritual, aprendemos que siempre estamos necesitados. Es precisamente el Espíritu Santo quien nos enseña cuán grande es el amor de Dios y cuán lejos aún estamos de él.

Sin embargo, esta constatación no se convierte en motivo para sumirnos en tristeza o incluso caer en desesperación. Antes bien, es razón para apoyarnos aún más en el amor de Dios, confiando en que Él se apiadará de nuestra pobreza. Entonces será Dios quien nos haga ricos, pues Él mismo es nuestra riqueza.

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PREPARACIÓN PARA PENTECOSTÉS: “Ven, Espíritu Divino”  

Habiendo concluido nuestro recorrido por los Hechos de los Apóstoles, en el que hemos acompañado a estos incansables testigos del Evangelio en sus viajes misioneros, con todos sus sufrimientos, pero también con la alegría por la expansión de la fe, queremos centrar ahora nuestra atención en el Espíritu Santo, de acuerdo con el tiempo litúrgico. En efecto, fue Él quien guió la misión de los apóstoles, que tuvieron que esperar su venida antes de comenzar su ministerio en todos los pueblos. Con la meditación de hoy, pues, entramos en la inminente preparación para Pentecostés.

Como estrella guía de las siguientes meditaciones, recurro a la Secuencia de Pentecostés, que es, sin duda, una de las oraciones más bellas de la Iglesia:

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HECHOS DE LOS APÓSTOLES: Conclusión de los Hechos de los Apóstoles  

Poco después de que Pablo fuera llevado a Cesarea, el sumo sacerdote Ananías bajó con algunos ancianos y el abogado Tértulo para presentar su acusación ante el procurador Félix (Hch 24,1). Sin embargo, Pablo se defendió y Félix no encontró motivos para condenarlo, por lo que postergó el caso (v. 22). Así que Pablo permaneció en Cesarea durante dos años, custodiado, pero con ciertas libertades. El sucesor de Félix, Porcio Festo, dejó a Pablo prisionero para complacer a los judíos (v. 27).

Nada más tomar posesión de su cargo, Festo tuvo que enfrentarse a las acusaciones de los sumos sacerdotes y los jefes de los judíos contra Pablo (Hch 25,1-2). Éstos le pidieron que lo trasladara de Cesarea a Jerusalén, «porque pensaban organizar una emboscada para matarlo en el camino» (v. 3). Pero Festo se negó y replicó que bajaran ellos a Cesarea (vv. 4-5). Cuando llegaron y presentaron sus acusaciones, Festo preguntó a Pablo si quería subir a Jerusalén para ser juzgado allí (v. 9), a lo que Pablo respondió:

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HECHOS DE LOS APÓSTOLES: Pablo, prisionero de Cristo

Después de la serie de las tres últimas meditaciones, en las que abordamos la crisis de la misión de la Iglesia a la luz del testimonio de los apóstoles, recorreremos los últimos capítulos de los Hechos de los Apóstoles. Lo haremos con un esquema un poco distinto al de las últimas semanas, ya que los últimos capítulos hablan por sí mismos. Solo puedo recomendar vivamente a todos que se tomen el tiempo de leerlos en su totalidad. Son muy ricos en el sentido de que narran los siguientes viajes misioneros de San Pablo y todo lo que aconteció en ellos. Sin embargo, en las siguientes meditaciones me limitaré a resumir los acontecimientos, haciendo énfasis en uno que otro punto clave.

Después de partir de Atenas, Pablo pasó un tiempo muy fructífero en Corinto (Hch 18). Allí fue reconfortado por el Señor a través de una visión, quien le dijo que no tuviera miedo y que nadie podría hacerle daño (vv. 9-10). Pablo permaneció un año y seis meses en Corinto (v. 11).

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HECHOS DE LOS APÓSTOLES: “El testimonio de los apóstoles y la crisis actual de la misión (III)”

Al abordar hoy la cuestión de si hay indicios que sugieren que León XIV reconduzca a la Iglesia por el buen camino, en conformidad con la Sagrada Escritura y la Tradición, me centraré sobre todo en el tema de la misión, del que hemos hablado en las dos últimas meditaciones.

Tenemos un primer discurso del nuevo Pontífice relacionado con el tema que estamos abordando. Se trata del «discurso a las delegaciones ecuménicas e interreligiosas» que les dirigió el 19 de mayo de 2025. Citaré algunos extractos importantes para el tema en cuestión:

“Consciente de que sinodalidad y ecumenismo están estrechamente relacionados, deseo asegurar mi intención de proseguir el compromiso del Papa Francisco en la promoción del carácter sinodal de la Iglesia Católica y en el desarrollo de formas nuevas y concretas para una sinodalidad cada vez más intensa en el ámbito ecuménico”.

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