Est 4, 17 k-m, r-t (Lectura correspondiente a la memoria de Santa Edith Stein)
En aquellos días, la reina Ester se refugió en el Señor, presa de mortal angustia. Despojándose de sus magníficos vestidos, se vistió de angustia y duelo. En vez de exquisitos perfumes, echó sobre su cabeza ceniza y suciedad, humilló su cuerpo hasta el extremo, encubrió con sus desordenados cabellos la gozosa belleza de su cuerpo, y suplicó al Señor, Dios de Israel, diciendo: “Señor y Dios nuestro, tú eres único. Ven en mi ayuda, que estoy sola y no tengo socorro sino en ti, y mi vida está en peligro. Yo oí desde mi infancia en mi tribu paterna, que tú, Señor, elegiste a Israel de entre todos los pueblos, y a nuestros antepasados de entre todos sus mayores, para ser herencia tuya para siempre, cumpliendo en su favor cuanto dijiste.