La virtud de la justicia

“La justicia es la constante y firme voluntad de dar a cada uno lo que le corresponde.” (Santo Tomás de Aquino)

En esta sencilla definición encontramos la base para la práctica de esta virtud cardinal. La justicia se dirige, en primer lugar, a Dios mismo, pues no hay nada que sea más justo que rendirle a Él el culto que le corresponde como Creador y Padre: la adoración, el honor, la gloria, la gratitud, la confianza, el fiel cumplimiento de sus mandamientos, el humilde y entregado servicio a Él…

A nivel objetivo, la omisión de todas estas cosas es la mayor injusticia, aun si por lo demás procurásemos practicar la justicia para con el prójimo, respetando sus derechos y cumpliendo las diversas obligaciones que tenemos hacia él.

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La virtud de la prudencia

“Porque es el Señor quien da la sabiduría y de su boca brotan el saber y la prudencia” (Prov 2,6).

La virtud de la prudencia suele considerarse como la “auriga virtutum”; es decir, la moderadora o conductora de las otras virtudes, porque ella nos ayuda a aplicar la virtud que corresponda en las circunstancias dadas, de forma sabia y sensata. Con ella aprendemos a discernir debidamente las cosas, y nos enseña a dar la respuesta correcta en cada situación.

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La virtud de la templanza

Ayer habíamos tematizado la virtud de la fortaleza, que es tan importante para seguir firme y perseverantemente al Señor. Hoy nos fijaremos en otra de las cuatro virtudes cardenales: la templanza.

“Si vivís según la carne, moriréis. Pero si con el Espíritu hacéis morir las obras del cuerpo, viviréis.” (Rom 8,13)

El desorden que quedó en el hombre a consecuencia del pecado original, ha de retornar al orden dispuesto por Dios, a través de su gracia y nuestra cooperación. Es necesario refrenar sabiamente la rebelión de los sentidos y pasiones contra el espíritu.

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La vida espiritual (Parte II)

 

Habíamos concluido la meditación de ayer con estas palabras del Señor: “Sed perfectos como es perfecto vuestro Padre del cielo” (Mt 5,48).

Para entender mejor el camino de la transformación interior que Dios obra en nosotros, miremos primero atrás, para fijarnos en el estado originario que gozaba el hombre en el Paraíso y cuáles fueron las consecuencias que marcó en el alma la caída en el pecado.

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La vida espiritual (Parte I)

Puesto que durante las próximas semanas llevaremos a cabo una misión que nos llevará a varias partes de América, saldremos durante algunos días del marco acostumbrado de las meditaciones diarias. Sin embargo, esto no debería ser una desventaja, pues trataremos temas que son importantes para el desarrollo de una vida espiritual sana. Aunque ya hayamos escuchado este tema, siempre resulta provechoso repetirlo, pues, como dice el refrán, “la repetición es la madre de la sabiduría”.

Después de esta pequeña serie sobre la vida espiritual, meditaremos a partir de la próxima semana las lecturas del Libro del Apocalipsis que la Iglesia nos propone antes de cerrar el año litúrgico.

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