VESTIDO DE PERLAS Y BROCADO

“Escucha, hija, mira: inclina el oído, olvida tu pueblo y la casa paterna; prendado está el rey de tu belleza: póstrate ante él, que él es tu señor” (Sal 44,11-12).

¡He aquí el llamado del Rey Celestial a darle nuestro amor indiviso! Estos versos expresan el anhelo del Padre por el alma del hombre, a la que quiere convertir en una reina en su Reino de amor, si tan sólo ella inclina el oído, escucha su llamado y deja todo atrás para seguir al Señor. Entonces, el alma recibe su más noble dignidad de manos del Padre Celestial, quien la adorna espléndidamente y la reviste con un vestido “de perlas y brocado” (cf. Sal 44,14-15).

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LA PRIMACÍA DE LA VIDA ESPIRITUAL

“Realiza tus deberes con fidelidad, pero convencido de que no hay deber más importante que la salvación de tu alma” (San Francisco de Sales).

Nos encontramos aquí una vez más con la frecuente exhortación a no perder de vista la jerarquía de las cosas y a tener siempre presentes las palabras del Señor en el Evangelio: “Una sola cosa es necesaria: María ha escogido la mejor parte”(Lc 10,42); o aquella otra máxima suya: “Buscad primero el Reino de Dios y su justicia, y todo lo demás se os dará por añadidura” (Mt 6,33).

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EL PADRE ENJUGARÁ TODA LÁGRIMA 

“[Dios] enjugará toda lágrima de sus ojos” (Ap 21,4a).

Es sabio no fijarnos sólo en el breve tiempo de nuestra vida terrena, sino considerarnos como peregrinos hacia nuestro hogar eterno.  Debemos cobrar consciencia de ello especialmente cuando nuestro Padre permite que nos sobrevengan sufrimientos, que tal vez tengamos que soportar durante un buen tiempo o incluso hasta el final de nuestra vida. En su bondad, Dios nos dará la fuerza para sobrellevarlos, e incluso podemos hacerlos fructíferos para la salvación de las almas si los aceptamos y los ofrecemos al Señor como sacrificio. ¡Cuánto fruto puede surgir cuando se carga una cruz de esta manera! ¡Y qué consuelo es para nosotros saber que toda nuestra vida y nuestras pesadas cruces pueden tornarse fructíferas!

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EL AMOR ES LA BELLEZA DEL ALMA

“En la medida en que el amor crece en ti, crece también tu belleza. Porque el amor es la belleza del alma” (San Agustín de Hipona).

La verdadera belleza de una persona brota de la íntima unión con su Padre Celestial. Cuando estamos llenos de su amor, nuestros ojos brillan y nuestro corazón se regocija. ¡Qué fría es, en cambio, una belleza meramente exterior cuando no procede del amor que calienta el corazón! ¡Con qué facilidad se convierte incluso en una máscara, cuando el Padre no puede morar en el corazón con su gracia santificante!

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PERMANECER UNIDOS AL PADRE

“No tengáis miedo alguno; permaneced unidos a mí siempre y en toda circunstancia” (Palabra interior).

Sabemos que muchas veces el Señor nos exhorta a no tener miedo. Al hombre suele resultarle ajeno el mundo sobrenatural y no pocas veces le asustan las realidades naturales. En el contexto de la palabra interior que estamos meditando, conviene hacer énfasis en “no tener miedo alguno”. Evidentemente nuestro Padre quiere una confianza indivisa de nuestra parte; una confianza que sea tan grande y fuerte que ninguna circunstancia, por difícil que sea, pueda atemorizarnos.

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“EL SEÑOR PROTEGE AL FORASTERO” 

“El Señor protege al forastero, sustenta al huérfano y a la viuda” (Sal 145,9).

En su amor y providencia, nuestro Padre tiene en vista a todas las personas; y nos exhorta a que también nosotros prestemos especial atención a aquellas que fácilmente son marginalizadas. Los forasteros están expuestos a ser explotados y engañados, si el amor no se hace cargo de ellos y se encuentra con delicadeza con su carácter extranjero, para que se sepan cobijados por este amor.

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LA MISERICORDIA DEL SEÑOR  ABARCA A TODO EL MUNDO

“La misericordia del hombre sólo alcanza a su prójimo, la misericordia del Señor abarca a todo el mundo” (Sir 18,13).

El amplio Corazón de nuestro Padre tiene en vista a todos los hombres de todos los tiempos. A nadie excluye de su amor; sólo el hombre mismo puede rechazarlo y darle la espalda. Nuestro amor humano, en cambio, es limitado y a menudo se dirige sólo a nuestro prójimo.

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MARAVILLAS MEMORABLES

“Ha hecho maravillas memorables, el Señor es piadoso y clemente” (Sal 110,4).

No sólo los grandes portentos que el Señor realizó en la historia del Pueblo de Israel deben permanecer grabados en nuestra memoria; sino que cada día suceden ante nuestros ojos incontables maravillas de nuestro Padre, que han de despertar en nosotros la gratitud y el amor que corresponden. Si las pasamos por alto, entonces no somos capaces de percibir realmente la amorosa Providencia de nuestro Padre y, en consecuencia, nuestro corazón no se eleva tan fácilmente a Él. Por ello, el salmista nos exhorta: “Bendice, alma mía, al Señor, y no olvides sus beneficios” (Sal 102,2).

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