LA DELICADEZA DEL AMOR

Vivir en una íntima relación con Dios Padre, tal como Él la desea e incluso la pide, conlleva una gran responsabilidad de nuestra parte. Pensemos en los sacerdotes, a quienes les ha sido encomendado el gran tesoro de los sacramentos. Fijémonos especialmente en el más grande de ellos, el Cuerpo de Cristo presente en el Sacramento del Altar. ¿Cómo lo trata el sacerdote? ¿Con suma reverencia y respeto o con cierta indiferencia y descuido? De alguna manera, podríamos decir que el Señor se entrega en sus manos, y él, por su parte, debe tener mucha delicadeza para corresponder de forma apropiada a la confianza que se le brinda.

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DIOS ME CONFORTA

“Todo lo puedo en Aquel que me conforta” (Fil 4,13).

Con estas palabras, San Pablo expresa cómo en todas las situaciones de su vida apostólica encontraba una salida porque sabía afrontarlas en el Señor. Así, nos da también a nosotros el sabio consejo de confiar firme e inquebrantablemente en Dios.

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EL PADRE SE DIRIGE A LA JUVENTUD

Servir a nuestro Padre Celestial significa tener parte en su amorosa preocupación por los hombres. Él no excluye a nadie de su amor. Sin embargo, el hombre mismo puede cerrarse a este amor. Precisamente esto es lo que el Padre quiere evitar, y para ello llama a sus “apóstoles” a dar auténtico testimonio de Él. 

Su mirada de amor se posa hoy sobre la juventud, que fácilmente se deja engañar por falsos ideales:

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EL TESORO DE DIOS EN NOSOTROS

Dios nos creó a partir de la nada. Su única motivación fue su amor por nosotros. Por ello, creó al hombre a su imagen y semejanza (Gen 1,27) y lo revistió de una gran dignidad.

Así nos lo transmite el Padre en el Mensaje a la Madre Eugenia:

“Cuando Yo creo a una persona de la nada, del polvo, del elemento de la tierra, le concedo algo muy grande; algo que procede de mí: el espíritu, el alma. Así, cuando la persona llega a este mundo, es ya muy grande, pues porta en sí misma aquel tesoro de la belleza que procede de Dios, su Padre, y que hace que esta alma sea divina.”

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PEDIR EN EL NOMBRE DE JESÚS 

“Os aseguro también que, si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra sobre cualquier cosa que quieran pedir, mi Padre que está en los cielos se lo concederá. Pues donde hay dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos”(Mt 18,19-20).

Jesús nos invita a vivir en una verdadera unidad con Él. Él mismo es el fundamento de esta unidad, porque nuestro Padre lo ha constituido como vínculo entre todo el género humano.

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PESCADORES DE HOMBRES

“Echaré una vez más la red de mi amor” (Palabra interior).

En medio de tiempos oscuros, cuando la Iglesia yace debilitada y desorientada, nuestro Padre quiere echar una vez más la red de su amor. Así como en aquel tiempo el Señor llamó a Pedro y a los otros discípulos a ser pescadores de hombres (Mt 4,19), así Él no deja de echar la red de su amor y de llamarnos a cooperar en la pesca, aun en los tiempos más difíciles.

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PENSAR A LO GRANDE DEL AMOR DE DIOS 

“Todavía pensáis demasiado en pequeño de mi bondad y mi amor” (Mensaje del Padre a Sor Eugenia Ravasio).

Podemos interpretar estas palabras de nuestro Padre Celestial de varias maneras. Por una parte, es una afirmación que nos trae a la memoria las frecuentes exhortaciones de Jesús a sus discípulos por su falta de fe (cf. p.ej. Mt 16,9). Ciertamente nuestro Padre quiere hacernos entender que su bondad y su amor son inconmensurables, y que le apena mucho que aún no los conozcamos lo suficiente. Sabemos que Él quiere darnos todo en abundancia –más aún, en sobreabundancia–, y que somos nosotros quienes ponemos límites si aún no confiamos suficientemente en Dios, para que su amor se derrame sobre nosotros.

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“OS OFREZCO NUEVAS GRACIAS” 

“Anhelo colmaros más y más de bendiciones. Por eso os ofrezco constantemente nuevas gracias y os traigo a la memoria aquellas que dejáis pasar sin aprovecharlas para vuestras almas” (Mensaje del Padre a Sor Eugenia Ravasio).

La bondad y la gracia de nuestro Padre Celestial son inagotables, y por eso anhela colmarnos con ellas. No se trata sólo de un deseo general de nuestro Padre de hacernos el bien; sino que éste es su anhelo más profundo. Nosotros a menudo no lo entendemos, y por eso fácilmente pasamos de largo ante aquello que Dios quiere concedernos o titubeamos a la hora de responder a sus deseos; nos detenemos en cosas innecesarias y tendemos a volvernos perezosos cuando se trata de cumplir con gran fervor lo que verdaderamente cuenta y lo que nos ha sido encomendado.

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NUESTRA GENEROSA RESPUESTA

“Da al Altísimo como él te ha dado a ti, con ojo generoso, con arreglo a tus medios” (Sir 35,9).

¡Qué maravillosa invitación a honrar a nuestro Padre y vivir en una relación de amor con Él! Se trata de cobrar cada vez más consciencia de su bondad y responder a ella con generosidad. Si seguimos esta sabia indicación, muchas cosas cambiarán.

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