UNA FIESTA DE VERDADERA LIBERTAD 

“Sí, sois hijos míos y debéis decirme que yo soy vuestro Padre. ¡Pero también debéis confiar en mí como hijos, pues sin esta confianza jamás obtendréis verdadera libertad!” (Mensaje del Padre a Sor Eugenia Ravasio).

Gustosamente aceptamos la invitación de nuestro Padre a sabernos hijos suyos y a vivir consecuentemente en comunión con Él. Un verdadero intercambio de amor implica confianza, que es el fundamento indispensable de nuestra relación con el Padre.

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NUESTRO PADRE SE VALDRÁ DE TODO PARA NUESTRA SALVACIÓN

“Todos tenéis derecho a acercaros a vuestro Padre! ¡Ensanchad vuestro corazón; rezad a mi Hijo, para que os dé a conocer cada vez más mi bondad hacia vosotros!” (Mensaje del Padre a Sor Eugenia Ravasio).

Al inicio del nuevo año, esta amorosa invitación de nuestro Padre Celestial debe convertírsenos en la brújula que guíe nuestro camino a lo largo de este año.

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Octava de Navidad

A lo largo de la Octava de Navidad, junto con el Padre Celestial posamos nuestra mirada en el Niño de Belén, el enviado del Padre. Por tanto, en lugar de los acostumbrados “3 minutos para Abbá”, les invitamos a escuchar y ver cada día las meditaciones de Navidad del Hno. Elías: http://es.elijamission.net

NADIE PODRÍA HABERLO IMAGINADO… 

El Nacimiento del Hijo de Dios está a las puertas y nuestro corazón se prepara para unirse muy pronto al canto de júbilo de los ángeles…

En efecto, la alegría de los ángeles que anuncian el nacimiento del Salvador llena todo el orbe de la tierra (cf. Lc 2,8-14). Nadie hubiera podido imaginar que el Padre escogería este camino para venir en medio de los hombres. Nadie hubiera podido siquiera intuir que el amor de Dios se revelaría de este modo: en la venida del Salvador al mundo.

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DIOS RENUEVA SU AMOR 

“Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su Hijo Unigénito, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna” (Jn 3,16).

Se acerca cada vez más la Fiesta del Nacimiento de Nuestro Señor. Él es el regalo insuperable que nuestro Padre Celestial concede a este mundo, al que le resulta tan difícil reconocer el amor de Dios que se le revela: “Y la luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la recibieron” (Jn 1,5).

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EL ESPÍRITU SIEMPRE NOS LLAMA Y NOS ATRAE 

“El Espíritu y la esposa dicen: ‘¡Ven!’ Y el que oiga, que diga: ‘¡Ven!’ Y el que tenga sed, que venga; el que quiera que tome gratis el agua de la vida (…). Amén. ¡Ven, Señor Jesús!” (Ap 22,17.20b).

El Espíritu del Señor siempre nos llama y nos invita a seguirle y a acoger todo aquello que nuestro Padre Celestial nos tiene preparado. Podemos recibir gratuitamente la abundancia de gracias que el Señor nos ofrece.

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NUESTRO FUTURO CELESTIAL 

“Oí una fuerte voz que decía desde el trono: ‘Ésta es la morada de Dios con los hombres. Pondrá su morada entre ellos. Ellos serán su pueblo y él, Dios-con-ellos, será su Dios. Entonces el que está sentado en el trono dijo: ‘Mira, hago nuevas todas las cosas’” (Ap 21,3.5).

¿Cuál es el futuro que nos aguarda si permanecemos fieles a nuestro Padre? Los últimos capítulos del Apocalipsis nos dan la respuesta: lo que nos espera es la comunión eterna con Dios, la morada del Señor en medio de su pueblo.

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EL JUICIO FINAL 

“Vi a los muertos, grandes y pequeños, de pie delante del trono. Fueron abiertos unos libros, y luego se abrió otro libro, que es el de la vida. Y los muertos fueron juzgados según lo escrito en los libros, conforme a sus obras” (Ap 20,12).

Todas nuestras obras quedan grabadas en la memoria de nuestro Padre Celestial y cada persona será juzgada según el amor y la justicia. Nuestro Padre conoce aun lo más recóndito, lo escondido en el fondo de nuestro corazón.

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ALEGRÍA POR LA CAÍDA DEL REINO DE LAS TINIEBLAS 

“[Un ángel] gritó con voz potente: ‘¡Cayó, cayó la gran Babilonia!’ (…) Alégrate, cielo, por su desastre; y también vosotros, santos, apóstoles y profetas, porque, al condenarla a ella, Dios ha juzgado vuestra causa.” (Ap 18,2.20).

Consideremos a Babilonia como símbolo de los poderíos hostiles a Dios, con los que “fornicaron” los reyes de la tierra y de cuya caída se lamentan las naciones, porque “en una sola hora ha sido arrasada” (v. 19).

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