GOZAD CON EL SEÑOR

 “Alegraos, justos, y gozad con el Señor, aclamadlo, los de corazón sincero” (Sal 31,11). 

El gozo en el Señor que aquí aclama el salmo ha de inundar a los justos, pues ellos se esfuerzan por hacer la Voluntad de Dios. Es en sí mismo una fuente de alegría conocer a Dios y gustar la sabiduría de sus mandamientos, así como caminar por la senda que el Padre, en su bondad, nos ha preparado.

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“TE ENSEÑARÉ EL CAMINO QUE HAS DE SEGUIR”

 “Te instruiré y te enseñaré el camino que has de seguir, fijaré en ti mis ojos” (Sal 31,8).

Los caminos de nuestro Padre son perfectos y, mientras escuchemos y sigamos sus instrucciones, no nos extraviamos.

¿Podría acaso ser de otra manera? Nuestro Padre, que nos creó y nos redimió, llamándonos a su Reino Eterno, ¿no conducirá a los suyos por el sendero recto? Sería imposible imaginar que no lo hiciera, siendo así que Dios es fiel y nos ama con un amor inefable. Él no traicionaría jamás su amor ni jugaría con nuestros sentimientos. En la Persona de su Hijo, nos abrió el camino seguro para llegar a Él (Jn 14,6). ¿Acaso no nos manifestó su insuperable amor en la Cruz? Cuando los hombres traicionaron su amor, ¿no respondió Él con un amor aún más grande? ¿Acaso no estableció su Iglesia como Maestra para todos los pueblos?

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UN RAYO DE PAZ 

“Si alguien me honra y confía en mí, haré descender sobre él un rayo de paz en todas sus adversidades, en todas sus angustias, sufrimientos y aflicciones, sean las que fueren; sobre todo si me invoca y me ama como a su Padre” (Mensaje del Padre a Sor Eugenia Ravasio).

Nuestro Padre sabe muy bien lo que necesitamos en las adversidades. Para alcanzar la paz interior, no siempre es necesario superar todas las dificultades de un momento a otro y que los sufrimientos desaparezcan de inmediato. Lo que es esencial para nosotros es cobrar consciencia de que Dios no nos deja solos, sino que nos da siempre una señal de su presencia, aunque tengamos que hacerlo a través de un acto de fe en contra de nuestros sentimientos.

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“TE PROTEJO COMO A LA NIÑA DE MIS OJOS” 

“No temas, hijo mío: Yo te protejo como a la niña de mis ojos” (Palabra interior).

Sin duda son muchos los peligros que amenazan al hombre en esta vida, tanto desde dentro como desde fuera. En realidad, en ningún sitio está realmente a salvo, por mucho que se esfuerce en adquirir todo tipo de seguridades. Tampoco un optimismo meramente humano es capaz de afrontar la incertidumbre de esta vida terrenal. En todas partes pueden sobrevenirle circunstancias con las que no había contado y para las cuales no está preparado. Por eso Jesús nos dice en el Evangelio: “En el mundo tendréis sufrimientos”, y luego añade: “Pero confiad: yo he vencido al mundo” (Jn 16,33).

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LA DIGNIDAD DE LOS HIJOS DE DIOS

“¡Elevaos todos a esta dignidad de hijos de Dios! ¡Sabed apreciar vuestra grandeza, y yo seré más que nunca vuestro Padre, el más amoroso y misericordioso de los padres!” (Mensaje del Padre a Sor Eugenia Ravasio).

Aquí nuestro Padre aborda una cuestión sumamente esencial para la vida de los hombres. ¿En qué consiste la grandeza y la dignidad del hombre? Incluso los discípulos del Señor discutían entre sí sobre quién de ellos era el más grande (Lc 22,24). En respuesta, Jesús les enseñó que la verdadera grandeza consiste en servir (v. 26).

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“LES ENVIÉ A MI HIJO”

“Les envié a mi Hijo, adornado con toda la perfección divina, siendo el Hijo de un Dios perfecto. Fue Él quien vino a trazarles el camino a la perfección. A través de Él os adopté en mi amor infinito como verdaderos hijos.” (Mensaje del Padre a Sor Eugenia Ravasio).

Ser verdaderos hijos de Dios… Ya no hay límites por parte de nuestro Padre. El hombre ya no es considerado sólo como una criatura suya, sino que, gracias a la Redención que el Hijo de Dios nos alcanzó, se convierte en hijo y coheredero con Cristo (Rom 8,17).

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EL CAMINO REGIO 

“Dios es amor, y el que permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él” (1Jn 4,16b).

Ya sea que se exprese en la contemplación, en la meditación o en las obras, el camino regio es el amor. Si permanecemos en el amor, el Padre permanece en nosotros. Y este camino podemos recorrerlo en todo momento y en cualquier circunstancia: siempre podemos intentar optar por el mayor amor.

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LA MEDITACIÓN 

“Permaneced en mí, como yo en vosotros” (Jn 15,4).

En la contemplación nos encontramos con nuestro Padre en lo más profundo de nuestra alma y permanecemos en Él. Así lo expresan los místicos. La meditación sobre la Palabra de Dios tiene un carácter algo distinto.

Los padres del desierto hablan de que es necesario “rumiar” la Palabra de Dios. A través de su repetición constante, se nos revela cada vez más profundamente su sentido y empieza a asentarse en el alma.

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