LA CAUSA DE DIOS ES MI CAUSA

«La causa de Dios es mi causa: nada de lo que le concierne me es ajeno» (San Bernardo de Claraval).

Así habla un alma encendida de amor, que ya se ha acercado mucho a nuestro Padre Celestial y a la que Él ha colmado de su amor. Se puede percibir la intimidad entre San Bernardo y nuestro Padre, y reconocemos esta profunda relación en otra hermosa frase en la que invita a sus hermanos a acercarse al Padre. En esta amorosa invitación, que escucharemos a continuación, vemos cómo había hecho de la causa de Dios su propia causa, pues sabemos bien que nuestro Padre anhela ardientemente que todos los hombres estén cerca de Él para conocerle, honrarle y amarle. Entonces podrá darles todo lo que les tiene preparado.

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ALEGRÍA INAGOTABLE

«Tú, Señor, has puesto en mi corazón más alegría que si abundara en trigo y en vino» (Sal 4,9).

Los placeres terrenales, aunque puedan conmocionar e incluso deleitar nuestros sentidos, pasan de prisa y luego hace falta repetirlos. Los goces espirituales, en cambio, dejan una profunda huella en nuestra alma y son capaces de moldearla. Si aspiramos con demasiada intensidad a los placeres terrenales, corremos el peligro de caer en dependencias y de buscar cada vez menos las alegrías espirituales. Por tanto, aunque podamos deleitarnos en el «trigo y el vino», solo debemos hacerlo en tal medida que no adquieran un valor demasiado alto para nosotros y no perdamos de vista las verdaderas alegrías.

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NO PRESTAR ATENCIÓN NI PRACTICAR LA CALUMNIA

 

«La calumnia sólo perjudica a aquellos que se la toman a pecho» (San Francisco de Sales).

Una de las horribles afrentas que nosotros, los hombres, nos infligimos mutuamente son las calumnias. En otras palabras, se trata del vicio tan común de hablar mal de otras personas. Si lo miramos más de cerca, es una especie de homicidio psicológico contra la persona afectada. Por desgracia, no ocurre solo de vez en cuando. Incluso hemos tenido que presenciar una especie de «ejecución pública» de personas a través de los medios de comunicación y, hoy en día, también a través del internet.

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HE TOMADO POSESIÓN DE TI

«En mi amor, he tomado posesión de ti. ¡Eres mío!» (Palabra interior).

Conocemos una frase similar en la Sagrada Escritura: «No temas, que yo te he rescatado, te he llamado por tu nombre. Tú eres mío» (Is 43,1). Y San Pablo exclama: «Ni la altura, ni la profundidad, ni cualquier otra criatura podrá separarnos del amor de Dios, que está en Cristo Jesús, Señor nuestro» (Rom 8,39).

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¿POR QUÉ PREOCUPARSE SI DIOS ESTÁ AHÍ?”



 

«Comprendo que alguien sufra o se sienta afligido, pero ¿por qué preocuparse si Dios está ahí?» (Venerable Anne de Guigné).

Estas palabras salen de la boca de una santa muy joven. Fue la misma Anne de Guigné quien dijo: «Nada es difícil si se ama a Dios». Nos encontramos aquí con una santa sencillez que simplemente asimila y deja penetrar en su alma las enseñanzas del Señor. Así se convirtieron para Anne en una realidad natural.

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LA CASA DEL PADRE



 

«Dios mío, Santísima Trinidad, sé mi morada y mi cobijo; la casa del Padre que nunca quiero abandonar» (Santa Isabel de la Santísima Trinidad).

Un alma enamorada de Dios expresa en sus cartas lo que el Padre Celestial nos ofrece una y otra vez en el Mensaje a la Madre Eugenia: la relación más íntima del alma con su Creador y Salvador. Todos los libros del mundo no pueden describir cabalmente este amor. Hay que leer más en aquel libro del que hablaba Santa Juana de Arco: escuchar atentamente al Corazón de Dios y conocer a nuestro Padre tal y como es.

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LEER EN UN LIBRO DISTINTO






«Escucha atentamente el Corazón de Dios. Eso es más importante que leer muchas cosas» (Palabra interior).

Nunca se pierde tiempo al escuchar atentamente al Corazón de nuestro Padre. En cambio, perdemos mucho tiempo cuando no aprovechamos su invitación y dejamos pasar esos momentos. A menudo estamos tan inmersos en nuestras tareas y tan habituados a ellas, que ni siquiera percibimos realmente los valiosos momentos de silencio en nuestra vida. Sin embargo, son precisamente esos momentos los que más nos marcan y nos convierten en personas interiores.

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UN DULCE DOLOR



«Oh, mi buen Señor, si tan sólo mi alma pudiera llamarse tu amada»(Beato Enrique Suso).

Esta exclamación procede de un místico inflamado de amor, el beato Enrique Suso, que experimentó el fuego del Espíritu Santo en su encuentro interior con el Señor, despertando así al amor a Dios. Hay un despertar tan profundo al amor de Dios que el alma ansía la unificación con el Amado y anhela con creciente intensidad el encuentro con Él. Sufre un «dulce dolor». Por un lado, es dulce, puesto que llena el alma con la dicha del incomparable amor de Dios; por otro lado, representa un dolor, ya que suscita en ella un hambre de amor cada vez mayor, que no puede saciarse plenamente en esta vida y que solo se consuela con la perspectiva de la eternidad.

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