“¡QUÉ BUENO QUE DIOS SEA DIOS!”

 

«Me regocijo en el hecho de que Dios sea Dios» (San Charles de Foucauld).

De todo corazón podemos hacer nuestras las palabras de san Charles de Foucauld: «¡Qué bueno que Dios sea Dios!». Esta constatación puede brotar de lo más profundo de nuestro corazón como una constante alabanza. Ya en el Antiguo Testamento, el rey David exclama: «Caigamos en manos del Señor, que es grande su misericordia. Prefiero no caer en manos de los hombres» (1Cro 21,13).

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“NUESTRO PADRE LO ES TODO”

«Dios dice: ‘Yo soy Padre, esposo, familia, alimento, vestido, raíz, cimiento… ¡Todo lo que quieras, soy para ti! También seré tu servidor, pues no he venido para ser servido, sino para servir. También soy tu amigo, miembro, cabeza, hermano, hermana y madre; lo soy todo. ¡Sólo tienes que confiar en mí!» (San Juan Crisóstomo).

En nuestro Padre encontramos todas las expresiones posibles del verdadero amor, de modo que Él lo es todo y puede convertirse en nuestro todo. Santa Teresa de Ávila lo expresa en pocas palabras: «Solo Dios basta».

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“DIOS NOS ATRAE HACIA SU CORAZÓN”  

«Con amor eterno nos ha amado Dios. Por eso, al ser elevado sobre la tierra, nos ha atraído hacia su corazón, compadeciéndose de nosotros» (Antífona de Laudes de la Solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús).

No nos resulta tan fácil imaginarnos un amor eterno porque, como seres humanos, somos tan limitados. Sin embargo, existen momentos en la vida que desearíamos que nunca terminaran. Así puede sucederles a los enamorados o nos puede ocurrir cuando Dios nos toca profundamente en la oración y el transcurso del tiempo pasa a segundo plano. Entonces el alma dice: «Quiero quedarme aquí para siempre. Ya no busco nada más».

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“TUS OJOS GUARDARÁN MIS CAMINOS”

«Hijo, dame tu corazón, y tus ojos guarden mis caminos» (Antífona de la Solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús).

«Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios» (Mt 5,8), nos dice el Señor en el Sermón de la Montaña. Esta promesa se corresponde con la antífona que hemos escuchado hoy. Cuando entregamos nuestro corazón a nuestro Padre Celestial, se abren los ojos de nuestra alma y empezamos a ver todo lo que nos rodea —incluso a Dios mismo— bajo su luz. «Porque en ti está la fuente viva, y tu luz nos hace ver la luz» (Sal 35, 10).

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“MEJOR UN PECADOR HUMILDE QUE UN SOBERBIO FARISEO”

«Prefiero un pecador humilde que un orgulloso fariseo, porque con el primero puedo recorrer mis caminos. Por eso permito las humillaciones y por momentos retiro mi gracia tangible» (Palabra interior).

Ciertamente, para nuestro Padre es difícil guiar a una persona soberbia que siempre cree tener la razón y está poco o nada dispuesta a dejarse instruir. ¿Qué caminos le quedan entonces a nuestro amado Padre? De ningún modo pretendemos dar consejos a nuestro Señor, fuente de toda sabiduría, «pues ¿quién conoció los designios del Señor?, o ¿quién llegó a ser su consejero?» (Rom 11,34).

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