“Puedes confiarme todo y derramar siempre ante mí tu corazón” (Palabra interior).
¡Qué invitación tan grata y trascendental nos dirige nuestro Padre! Él no sólo nos escucha, sino que nos comprende hasta lo más profundo de nuestro ser.
“Puedes confiarme todo y derramar siempre ante mí tu corazón” (Palabra interior).
¡Qué invitación tan grata y trascendental nos dirige nuestro Padre! Él no sólo nos escucha, sino que nos comprende hasta lo más profundo de nuestro ser.
“Elevad la mirada junto a mí hacia el Padre, y entonces todo saldrá bien, sea lo que sea” (Palabra interior).
Estas palabras son una invitación de nuestro Señor a imitarlo siguiendo el mismo camino que Él siguió, y a recorrerlo de la mano de Él.
“A veces paso días e incluso años cerca de ciertas almas, para poder asegurarles la felicidad eterna. Ellas no saben que estoy ahí, esperándolas, que las llamo a cada instante del día… Sin embargo, yo no me canso nunca (…).
“Te compadeces de todos, porque todo lo puedes, y pasas por alto los pecados de los hombres para que se arrepientan” (Sab 11,23).
Estas palabras de la Sagrada Escritura nos revelan por qué nuestro Padre a menudo espera tanto tiempo hasta que los hombres se conviertan, mientras que nosotros ya hace mucho habríamos perdido la paciencia e invocado el juicio sobre ellos. También los discípulos tuvieron que aprender esta lección, cuando hubieran querido hacer bajar fuego del cielo sobre una aldea que no dio acogida a Jesús (Lc 9,51-56).
El amor de nuestro Padre se derrama sobre nosotros especialmente a través del Santo Sacrificio de la Misa, cuya digna celebración y participación Él nos encomienda. Aquí nuevamente somos nosotros los receptores y los invitados –siempre y cuando estemos en estado de gracia– y simplemente le damos a Dios la oportunidad de colmarnos de sus bienes, como tanto le gusta hacerlo.
Después de haber tematizado en los dos últimos impulsos diarios la bondad de nuestro Padre Celestial y su deseo de perdonar incluso los pecados repugnantes como el fango, quisiera hoy simplemente “dejar hablar” al Padre mismo, citando dos pasajes del Mensaje a la Madre Eugenia Ravasio sobre este tema.
“Aunque vuestros pecados fuesen repugnantes como el fango, vuestra confianza y vuestro amor me los harán olvidar, a tal punto que no seréis juzgados. Es verdad que soy justo, ¡pero el amor lo paga todo!” (Mensaje del Padre a Sor Eugenia Ravasio).
“¡Yo soy el mejor de los padres! ¡Conozco las debilidades de mis criaturas! ¡Venid, venid a mí con confianza y amor! Y si os arrepentís, yo os perdonaré” (Mensaje del Padre a Sor Eugenia Ravasio).
“Nada es difícil cuando se ama a Dios” (Venerable Anne de Guigné).
“Manteneos siempre en la oración y la súplica, orando en toda ocasión por medio del Espíritu, velando juntos con perseverancia e intercediendo por todos los santos” (Ef 6,18).
Con esta advertencia final del Santo Apóstol, concluimos nuestra pequeña serie sobre la armadura de Dios.