TAMBIÉN NOSOTROS PERDONAMOS

“…como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden” (Mt 6,12).

Sabemos bien cuán importante es para nuestro Padre que, habiendo experimentado su misericordia una y otra vez, también nosotros seamos misericordiosos con los demás. De hecho, una de las peores actitudes es cuando las personas no quieren perdonar. Cierran su corazón y, con su acusación, siguen ejerciendo un cierto poder sobre aquellos que, en su opinión, han hecho cosas imperdonables.

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PERDONA NUESTRAS OFENSAS

 

“Perdona nuestras ofensas” (Mt 6,12).

El gran acto de amor de Dios consiste en perdonarnos nuestras culpas en virtud del sacrificio de su Hijo. ¿Quién podría resistir si no fuera por este amor, siendo así que todos hemos contraído deudas, no sólo por nuestras malas obras, sino también por nuestras omisiones?

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NUESTRO PAN DE CADA DÍA

“Danos hoy nuestro pan de cada día” (Mt 6,10).

Jesús nos invita a incluir con naturalidad en nuestra oración las necesidades de nuestra vida cotidiana. Nuestro alimento diario también procede de nuestro Padre celestial, aunque tengamos que trabajar con el sudor de nuestra frente para conseguirlo (cf. Gen 3,17b). En última instancia, nuestras capacidades y el éxito de nuestro trabajo dependen de la gracia de Dios.

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HÁGASE TU VOLUNTAD

“Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo” (Mt 6,10).

Cumplir la santa voluntad del Padre era el alimento de nuestro Señor Jesucristo (Jn 4,34). Con estas palabras, Jesús expresa la alegría y la naturalidad con la que cumplía la voluntad del que lo había enviado. ¡Esa era su vida!

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VENGA TU REINO (II)

“Venga a nosotros tu Reino” (Mt 6,10).

El Reino de nuestro Padre está lleno de justicia, paz y alegría en el Espíritu Santo (cf. Rom 14,17). Ya aquí, en nuestra vida terrenal, pueden hacerse realidad estas aspiraciones, porque, como decimos en el Padre Nuestro, el Reino de Dios ha de venir a la tierra como es en el cielo.

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VENGA TU REINO

“Venga a nosotros tu Reino” (Mt 6,10).

¿La edificación del Reino de Dios aquí en la tierra es solo un hermoso sueño o un piadoso deseo? ¿Es una promesa cuyo cumplimiento está pendiente o es un mero recuerdo del Paraíso perdido?

Jesús nos enseñó a orar así, y esta petición se eleva desde todos los rincones del mundo. Por tanto, no puede ser una mera ilusión, sino una súplica a Dios para que su Reino, que ya existe en el cielo, se haga realidad también en la tierra.

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SANTIFICADO SEA TU NOMBRE

“Santificado sea tu nombre” (Mt 6,9).

El Nombre de nuestro Padre debe ser santificado por los hombres en la Tierra, así como sucede sin duda en el cielo, donde los ángeles y los santos adoran a nuestro Padre con reverencia y amor, como describe el Libro del Apocalipsis: “Y todos los ángeles estaban de pie alrededor del trono, de los ancianos y de los cuatro seres vivos, y cayeron sobre sus rostros ante el trono y adoraron a Dios, diciendo: ‘Amén. La bendición, la gloria, la sabiduría, la acción de gracias, el honor, el poder y la fortaleza pertenecen a nuestro Dios por los siglos de los siglos’” (Ap 7,11-12).

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PADRE NUESTRO

“Padre nuestro, que estás en el cielo” (Mt 6,9).

La sugerencia de un hermano y la costumbre de arrodillarse durante la oración del Padrenuestro en la Liturgia de las Horas del Tiempo Cuaresmal me han impulsado a hacer una serie de meditaciones sobre esta oración, deteniéndome en cada una de sus afirmaciones y situándolas en contexto con el Mensaje de Dios Padre a sor Eugenia.

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SUPREMA SABIDURÍA

“Escuchar al Espíritu es suprema sabiduría; vivir en intimidad con Él, una fuente de alegría” (Palabra interior).

El Padre y el Hijo no nos han dejado huérfanos (Jn 14,18), sino que nos han enviado al Espíritu Santo para instruirnos y fortalecernos en todo. Él es el Maestro y guía seguro de nuestra vida espiritual. Si no abandonamos ni relativizamos la auténtica doctrina y enseñanza moral que la Iglesia nos ha transmitido desde siempre, entonces cumplimos las condiciones para que nuestro Maestro pueda instruirnos cada vez más profundamente.

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VERDAD Y LIBERTAD

“Mientras el hombre no viva en la verdad, no podrá gustar la verdadera libertad” (Mensaje de Dios Padre a Sor Eugenia Ravasio).

La verdadera libertad consiste en vivir conforme a la voluntad de Dios. Todo lo que nos desvía de Él conduce inevitablemente a una carencia de libertad, porque, como dice el Padre en su mensaje, nos encontramos entonces fuera de la verdadera Ley para cuyo cumplimiento fuimos creados. En consecuencia, vivimos en oposición al sentido más profundo de nuestra existencia y no podemos disfrutar del fruto de la verdadera libertad, que nuestro Padre solo puede concedernos en plenitud cuando vivimos de acuerdo con su Voluntad.

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