LA CONFIANZA DE DIOS EN NOSOTROS

«No hay mejor medida del amor que la confianza» (Maestro Eckhart).

Cuanto más confiamos en Dios, más le amamos. Podemos entender bien esta medida y recurrir a ella para examinar el estado de nuestro amor. Lo mismo se puede decir a la inversa: cuanto menos confiamos, menos ha triunfado el amor en nosotros. Si incluso hubiera desconfianza en nuestro corazón, sería señal de que éste está cerrado y nuestra relación con el Padre Celestial se ha oscurecido.

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EL REGALO DE NUESTRO PADRE CELESTIAL

«¡Elevaos todos a esta dignidad de hijos de Dios!» (Mensaje de Dios Padre a Sor Eugenia Ravasio).

La dignidad que el Padre nos otorga no la alcanzamos por nuestros propios esfuerzos. Es sencillamente un regalo de su bondad. En otro pasaje del Mensaje a Sor Eugenia, el Padre nos dice: “Fue Él [Jesús] quien vino a trazaros el camino a la perfección. A través de Él os adopté en mi amor infinito como verdaderos hijos, y, desde entonces, ya no os llamo por el simple nombre de ‘criaturas’; sino que os llamo ‘hijos’.”

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AMISTAD EN LA VERDAD

«No puede haber amistad entre personas con una visión moral opuesta» (San Ambrosio).

La verdadera amistad se basa en valores comunes, y éstos deben ser acordes a la verdad. De lo contrario, sería una especie de camaradería. La amistad se destruye cuando uno de los amigos abandona el fundamento común. Esto es especialmente importante en el caso de los valores morales. En una amistad, uno se fortalece y apoya mutuamente en la visión común de la verdad y comparte los mismos principios, por lo que no puede subsistir tal relación si las convicciones morales divergen. ¡Esta es una deuda con la verdad!

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LA PRIMACÍA DE LA VERDAD

“Si la verdad constituye un escándalo, que se produzca el escándalo y se diga la verdad” (San Ambrosio).

Nunca se puede sacrificar el bien supremo de la verdad en aras de una falsa unidad. De hecho, sería solo una aparente unidad que no podría perdurar. Sería como pretender vivir en comunión y en paz con nuestro Padre y, al mismo tiempo, despreciar sus mandamientos y no esforzarnos por cumplirlos. Esto se puede aplicar a muchos ámbitos y siempre llegaríamos a la misma conclusión: la verdad es un bien tan alto que debemos someternos a ella. Dios mismo es la verdad y nunca puede actuar sin ella.

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DIOS NOS ESPERA EN NUESTRO CORAZÓN

“Dios está siempre en nosotros; somos nosotros quienes rara vez estamos en casa” (Maestro Eckhart).

¡Con qué insistencia los místicos nos exhortan a buscar la vida interior, es decir, la vida de Dios en nuestra propia alma! Es allí donde la Santísima Trinidad ha establecido su morada. Nuestro Padre está siempre presto a entablar el diálogo más íntimo con nosotros. Pero, como dice el Maestro Eckhart, rara vez estamos en casa, es decir, nuestros pensamientos y aspiraciones a menudo están centrados en lo exterior y, por tanto, nos dejamos llevar fácilmente por la inquietud de este mundo.

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UN AMOR INCOMPARABLE

“¿Quién nos ama más que el Padre Celestial? ¡Nadie!” (Palabra interior).

Nosotros, los hombres, dependemos fundamentalmente del amor. Fue él quien nos llamó a la existencia, es nuestra vida y nos perfecciona. Por eso siempre estamos en busca del amor. Una vida sin amor es difícil, casi insoportable y acaba marchitándose.

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GLORIFICAR UNÁNIMEMENTE A NUESTRO PADRE

“Que el Dios de la paciencia y de la consolación os dé un mismo sentir entre vosotros según Cristo Jesús, para que unánimemente, con una sola voz, glorifiquéis al Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo” (Rom 15,5-6).

He aquí la fuente más profunda de verdadera unidad entre nosotros, los seres humanos. Jesús conduce a los suyos a esta unanimidad cuando aceptan la gran oferta de amor del Padre, creen en su Hijo y le siguen. Esto glorifica a nuestro Padre y nos introduce en nuestra verdadera destinación, porque a esto hemos sido llamados. ¡Esta es nuestra verdadera alegría y mayor felicidad!

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IMITAR LA ACTITUD DEL SEÑOR

“Una persona no debe dar demasiada importancia a las faltas de nadie si quiere que Dios pase por alto sus propias faltas con misericordia” (Juan Taulero).

Ciertamente, nos damos cuenta de las faltas de los demás y, si está dentro de nuestras posibilidades, sería bueno ayudarles a superarlas con nuestro ejemplo y consejo. Sin embargo, nada tiene que ver con esta actitud la tendencia a hablar extensa y detalladamente de las faltas ajenas, a divulgarlas y a señalarlas una y otra vez. De esta manera, es como si uno mantuviera a la otra persona prisionera de su error y difícilmente podrá uno mismo escapar del peligro de la soberbia.

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LA VERDADERA CONTRICIÓN

“Una verdadera contrición es una segunda inocencia” (Juan Taulero).

Podemos entender bien esta frase si pensamos, por ejemplo, en el arrepentimiento de Pedro, que lloró amargamente tras haber reconocido que negó al Señor, por quien había declarado estar dispuesto a dar la vida (Lc 22,55-62). Lo que Jesús le había predicho habrá ardido en su corazón y, cuando cobró conciencia de su negación, este recuerdo y el dolor lo habrán llevado a una profunda conversión, porque amaba al Señor.

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