CARTA A LOS ROMANOS (Rom 8,14-17): “El Espíritu da testimonio de que somos hijos de Dios”    

Rom 8,14-17

Los que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios. Porque no recibisteis un espíritu de esclavitud para estar de nuevo bajo el temor, sino que recibisteis un Espíritu de hijos de adopción, en el que clamamos: ‘¡Abbá, Padre!’ Pues el Espíritu mismo da testimonio junto con nuestro espíritu de que somos hijos de Dios. Y si somos hijos, también herederos: herederos de Dios, coherederos de Cristo; con tal de que padezcamos con él, para ser con él también glorificados.

San Pablo recuerda a los cristianos de Roma la gran gracia que actúa en ellos a través de la fe. Son hijos de Dios, y es el mismo Espíritu quien da testimonio de ello, Él que se ha convertido en su guía. Él les asegura su filiación divina y les hace reconocer que tienen un Padre amantísimo.

Aunque ciertamente estamos bien familiarizados con esta verdad, no siempre vivimos con la conciencia de ser amados hijos de nuestro Padre Celestial. Un falso temor —que no debe confundirse con el don de temor de Dios— a menudo enturbia la relación con nuestro Padre, y el demonio se sirve de él para perturbar o incluso destruir nuestra confianza en Dios. Además, se trata de una gran injusticia para con Dios, porque nos impide reconocer el amor que Él nos ha mostrado a los hombres, y distorsiona su verdadera imagen hasta el punto de hacerla irreconocible.

El Espíritu Santo, por el contrario, nos transmite la verdadera imagen de Dios y está siempre dispuesto a despertar y hacer crecer en nosotros la conciencia de su amor, de tal manera que éste se convierta en nuestro alimento y en nuestra dicha, y nos confiera la seguridad que necesitamos en este mundo.

A continuación, san Pablo hace alusión al sufrimiento que sobrellevamos como herederos de Dios y coherederos de Cristo:

“Estoy convencido de que los padecimientos del tiempo presente no son comparables con la gloria futura que se va a manifestar en nosotros. En efecto, la espera ansiosa de la creación anhela la manifestación de los hijos de Dios. Porque la creación se ve sujeta a la vanidad, no por su voluntad, sino por quien la sometió, con la esperanza de que también la misma creación será liberada de la esclavitud de la corrupción para participar de la libertad gloriosa de los hijos de Dios. Pues sabemos que la creación entera gime y sufre con dolores de parto hasta el momento presente. Y no sólo ella, sino que nosotros, que poseemos ya los primeros frutos del Espíritu, también gemimos en nuestro interior aguardando la adopción de hijos, la redención de nuestro cuerpo” (Rom 8,18-23).

Pablo no nos oculta que en el seguimiento del Señor nos esperan sufrimientos. Antes bien, nos invita a sobrellevarlos con vistas a la gloria que nos espera en la eternidad. Esta indicación es muy útil en la práctica, ya que nos enseña a no ver esta vida solo desde la perspectiva terrenal, sino a elevar siempre nuestra mirada hacia Dios. Si anclamos nuestra esperanza en Dios y en la vida eterna, nuestros sufrimientos terrenales se verán relativizados. Además, tenemos la motivación de que, si los soportamos por causa del Señor, todos los padecimientos nos serán acreditados por Dios como mérito y nos darán la oportunidad de «completar lo que falta a los padecimientos de Cristo» (Col 1,24).

Incluso la Creación irracional está incluida en este sufrimiento, esperando la manifestación de los hijos de Dios; es decir, de aquellos que recorren su camino de acuerdo con la Voluntad de Dios y así se muestran como sus verdaderos hijos. La Biblia Allioli-Arndt hace el siguiente comentario a este pasaje: «Las criaturas serán elevadas a aquella libertad que traerá consigo el estado de transfiguración que experimentarán los hijos de Dios, porque entonces cada criatura servirá a su propósito de glorificar a Dios, y en su perfección originaria revelarán más claramente el infinito poder, la sabiduría, la bondad y los otros atributos de Dios, y ya no serán abusadas por los hombres (por ejemplo, para la idolatría)».

“Asimismo también el Espíritu acude en ayuda de nuestra flaqueza: porque no sabemos lo que debemos pedir como conviene; pero el mismo Espíritu intercede por nosotros con gemidos inefables. Pero el que sondea los corazones sabe cuál es el deseo del Espíritu, porque intercede según Dios en favor de los santos” (Rom 8,26-27).

En todos los aspectos, los creyentes pueden contar con la inestimable asistencia del Espíritu Santo. Él mismo nos inspira lo que debemos pedir y ora en nuestros corazones. En este contexto, quisiera sugerir a mis oyentes la «oración del corazón», sobre la que he dado una conferencia (https://www.youtube.com/watch?v=K8NmWQ1W0Ks&t=7s). Una vez que nos hayamos habituado a esta oración mediante la práctica regular, puede suceder que el Espíritu mismo ore en nosotros y que así entremos fácilmente en una fructífera oración interior. Esto nos ayudará a comprender mejor las palabras conclusivas del octavo capítulo de la Carta a los Romanos, que nos fortalecen en la confianza en el Señor:

“Estoy convencido de que ni la muerte, ni la vida, ni los ángeles, ni los principados, ni las cosas presentes, ni las futuras, ni las potestades, ni la altura, ni la profundidad, ni cualquier otra criatura podrá separarnos del amor de Dios, que está en Cristo Jesús, Señor nuestro” (vv. 38-39).

Meditación sobre el evangelio del día: https://es.elijamission.net/edificar-la-casa-sobre-la-confianza-en-dios-3/

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