CARTA A LOS ROMANOS: El ineludible combate  

Al principio del sexto capítulo de la Carta a los Romanos, san Pablo explica que, a través del bautismo, somos partícipes de la muerte y resurrección de Cristo y que, a partir de él, hemos de caminar una vida nueva. Esta nueva vida exige un esfuerzo por nuestra parte para desprendernos de la vieja vida, pecaminosa y vana. Así escribe el Apóstol:

“También vosotros debéis consideraros muertos al pecado, pero vivos para Dios en Cristo Jesús. Por lo tanto, que no reine el pecado en vuestro cuerpo mortal de modo que obedezcáis a sus concupiscencias, ni ofrezcáis vuestros miembros al pecado como armas de injusticia; al contrario, ofreceos vosotros mismos a Dios como quienes, muertos, han vuelto a la vida, y convertid vuestros miembros en armas de justicia para Dios; porque el pecado no tendrá dominio sobre vosotros, ya que no estáis bajo la Ley sino bajo la gracia” (Rom 6,11-14).

El combate contra las concupiscencias es ineludible y tenemos que librarlo. Nos acompañará a lo largo de toda nuestra vida, incluso si, con la ayuda de Dios, conseguimos refrenar cada vez más nuestras apetencias. Nunca debemos rendirnos en esta lucha, porque si las pasiones obtienen dominio sobre nosotros, nos veremos privados de nuestra libertad. Hay que librar este combate con prudencia, determinación y perseverancia.

Dios conoce nuestras debilidades y, por tanto, siempre podemos refugiarnos en Él y ser fortalecidos. Esto implica levantarse después de las derrotas y seguir luchando. En efecto, toda nuestra vida debe servir ahora al Reino de Dios. Si en nuestra vida pasada nuestra boca profería palabras vanas y confusas, ahora, bajo la influencia de la gracia, ha de pronunciar palabras de consuelo y de verdad. Si antes estábamos dispuestos a todo para satisfacer nuestras pasiones, ahora hemos de poner todas nuestras fuerzas al servicio del Reino de Dios. Así lo expresa San Pablo en la continuación de su epístola:

“Gracias a Dios, vosotros, que fuisteis esclavos del pecado, obedecisteis de corazón a aquel modelo de doctrina al que fuisteis confiados y, liberados del pecado, os hicisteis esclavos de la justicia. Hablo a lo humano en atención a la flaqueza de vuestra carne. Igual que ofrecisteis vuestros miembros al servicio de la impureza y de la iniquidad para cometer iniquidades, ofreced ahora vuestros miembros al servicio de la justicia para la santidad” (Rom 6,17-19).

El punto decisivo es que los romanos obedecieron a la enseñanza de Cristo y cooperaron con la gracia que se les concedió. Es el Espíritu de Dios quien actúa en los creyentes, guiando sus pasos por el camino de la paz.

San Pablo insiste en que el pecado ya no debe esclavizar a los cristianos, sino que éstos han de convertirse en «esclavos de la justicia». También podríamos expresarlo de la siguiente manera: los fieles se someten voluntariamente al yugo de Cristo. Este yugo conduce a la santidad y a la vida, mientras que la esclavitud al pecado conduce a la muerte.

Más adelante, el Apóstol llama nuestra atención sobre un punto muy importante que nos ayuda a entender mejor nuestra condición:

“Querer el bien lo tengo a mi alcance, mas no el realizarlo, puesto que no hago el bien que quiero, sino que obro el mal que no quiero (…). Descubro, pues, esta ley: aun queriendo hacer el bien, es el mal el que se me presenta. Pues me complazco en la ley de Dios según el hombre interior, pero advierto otra ley en mis miembros que lucha contra la ley de mi razón y me esclaviza a la ley del pecado que está en mis miembros” (Rom 7,18b-19.21-23).

Aquí San Pablo describe la lucha que se libra en el corazón de los fieles: quieren servir conscientemente al Señor, aman el bien y quieren ponerlo en práctica, y perciben el esplendor de la verdad en los mandamientos de Dios, que les atrae a guardarlos. Sin embargo, sucumben una y otra vez a la ley del pecado que aún actúa en ellos, aunque no lo quieran.

Ciertamente, todos estamos familiarizados con esta situación en el camino de seguimiento de Cristo. La clara descripción que hace San Pablo de esa contradicción interior puede servirnos de orientación y hacernos ver que no se trata solo de un problema personal cuando somos débiles. El Apóstol también experimentó esa contradicción, así como cada uno de nosotros de manera distinta.

Sin embargo, no debemos detenernos en esta dificultad, ya que la gracia nos impulsa a luchar por las virtudes y a desplegar los dones del Espíritu Santo, de manera que pueda obrar cada vez más eficazmente en nosotros y equiparnos para el combate.

En vistas de esta lucha interior, San Pablo exclama: “¡Pobre de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo que me lleva a la muerte?” (Rom 7,24). A lo que él mismo responde: “¡Gracias sean dadas a Dios por Jesucristo nuestro Señor! Así pues, soy yo mismo quien con la razón sirve a la ley de Dios, mas con la carne, a la ley del pecado” (v. 25).

Así, pues, se nos encomienda esta batalla contra las obras de la carne, que hemos de librar con la ayuda del Espíritu de Dios.

Meditación sobre el evangelio del día: https://es.elijamission.net/falsos-profetas-3/

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