CANTAD A DIOS DE CORAZÓN

 “Cantad a Dios de corazón y agradecidos, salmos, himnos y cánticos inspirados” (Col 3,16b).

¡La alabanza de Dios nunca debe enmudecer en nuestro corazón! Siempre encontraremos algo con qué alabar al Señor, y si se expresa en el canto, nos unimos a los ángeles, que nunca se cansan de hacer resonar las alabanzas de Dios de esta forma tan sublime.

Ciertamente, la música sacra será una de las cosas más bellas que encontraremos en la eternidad. Pero incluso aquí en la tierra, ¡cuánto puede el canto sacro glorificar a Dios y, como dice Santa Hildegarda de Bingen, traernos una memoria del Paraíso y ofrecernos un anticipo de la eternidad!

Es cierto que podemos alabar a Dios de muchas maneras distintas, pero sin duda el canto destaca entre todas ellas. No sólo es quizá la expresión más bella de la alabanza de Dios para gloria del Padre; sino que también deleita nuestro corazón y toca sus profundidades.

Sin duda, el Padre Celestial ha querido atraernos hacia sí especialmente a través del canto sacro, pues nuestra alma no querrá –y en cierto modo tampoco podrá– sustraerse de su sublime santidad, inspirada por el Espíritu.

Por tanto, no dudemos en cantar las alabanzas de Dios en nuestro corazón, incluso cuando estemos solos. Todo se volverá más fácil y ligero, y a menudo podremos superar de esta manera la turbación de nuestra alma. Recordemos que así podemos alegrar a nuestro amado Padre, pues a Él le encanta que pensemos en Él y alabemos sus obras. Y nuestra alma también se deleitará en ello, porque ha sido creada para el Señor y el canto sacro la llama a casa.