La vía purgativa (el camino de purificación) ciertamente está en primer plano al inicio del camino espiritual, y a lo largo de toda nuestra vida tendremos que recorrerlo. Es por eso que he puesto el mayor énfasis en esta primera “vía”. También hace parte de la purificación aquello que en la mística se denomina “noche oscura del espíritu”. Vale aclarar que dicha “noche”, si es que llega, suele darse en un momento más tardío de la vida espiritual. Probablemente no son muchas personas las que experimentan conscientemente este tipo de purificación.
También hay que añadir que el esquema de vía purgavita, iluminativa y unitiva no debe entenderse como una regla rígida; sino que, al fin y al cabo, el Señor es siempre el Soberano, que decide la forma de guiar a cada alma en particular. No obstante, conviene tener al menos una idea de cómo el Espíritu Santo procede para transformar el alma.
La vía iluminativa (el camino de iluminación):
“Señor mío y Dios mío, concédeme todo lo que me acerca a Ti.”
En este camino de intenso seguimiento de Cristo, el Señor concede abundantes gracias, fortaleciéndonos siempre. Cuando hayamos emprendido los caminos de purificación y el Señor ya nos haya purificado en diversos aspectos, la Palabra de Dios empieza a hablarnos más profundamente. La oración se hace más íntima y constante, recibimos los santos sacramentos de forma más consciente y su efecto llega a una mayor profundidad en el alma.
Todos aquello puntos donde, gracias a la purificación, hayamos obtenido una mayor libertad, han quedado también más transparentes y receptivos para el amor de Dios, de modo que éste nos ilumina cada vez más sobre el valor y la belleza de la fe. El esplendor sobrenatural de la fe se despliega con más fuerza en nuestra alma y aprendemos progresivamente a verlo todo a la luz de Dios, que supera nuestro entendimiento humano y lo ilumina. Todo aquello que el Señor, en Su gracia, nos había concedido para iluminarnos, ahora se intensifica; la Palabra va tomando cada vez más forma en nosotros…
Se trata de un proceso que nosotros mismos no podemos provocar directamente. La iluminación es fruto del seguimiento del Señor, si permanecemos fieles a este camino y cooperamos con las gracias que Dios nos concede. ¡El Señor no se deja ganar en generosidad, cuando le pedimos que nos conceda todo aquello que nos acerque a Él! Pero para que los dones de Dios fructifiquen, se requiere de nuestra atención y fidelidad.
La vía unitiva (el camino de unificación):
“Señor mío y Dios mío, despréndeme de mí y entrégame del todo a Ti.”
El mayor obstáculo para la unificación total con Dios no es ni la atracción del mundo, ni la debilidad de la carne, ni los ataques del Diablo; sino el apego a nuestra propia voluntad, que está profundamente arraigada. Muchas veces no estamos realmente conscientes de ello, sino que actuamos conforme a nuestra propia voluntad como algo natural. Para vencerlo más profundamente, no se requiere solamente la así llamada “purificación activa”, en la cual intentamos refrenar nuestra propia voluntad; sino también aquello que en la teología mística se denomina “purificación pasiva”.
En la “purificación pasiva”, Dios permite circunstancias que nosotros no hemos escogido, pero que aprendemos a aceptar en Él. Pueden ser, por ejemplo, enfermedades, giros totalmente inesperados en nuestra vida, persecuciones que surgen de repente; por nombrar sólo algunas posibilidades. Precisamente cuando estas circunstancias se opongan a nuestros proyectos de vida y nos negamos a nosotros mismos, aceptándolas como una formación de parte del Señor, entonces empezamos a unirnos más profundamente a Él. Con cada paso de “negación de nosotros mismos” (cf. Mt 16,24), nos resultará más fácil aceptar y cumplir la Voluntad de Dios para la situación dada.
También esto es un proceso de amor obrado por el Espíritu Santo, porque sólo estando totalmente purificados podremos contemplar cara a cara al Señor por toda la eternidad (cf. Mt 5,8). Si Él nos ofrece este proceso de purificación ya en nuestra vida terrenal, a lo largo del camino de santificación, entonces quiere prepararnos para la unificación con Él en el cielo, y también hacer que el tiempo de nuestra peregrinación en este mundo sea lo más fecundo posible.