Al preparar esta meditación, revisé el texto que había escrito para el 15 de octubre de 2020 sobre el refrenar de la lengua. En el contexto que estamos tratando, considero tan importante este contenido que lo repetiré hoy en gran parte. De hecho, se dice que “la repetición es la madre de la sabiduría”. Y en efecto: solemos repetir oraciones, palabras de la Sagrada Escritura, entre otras cosas; para que se graben profundamente en nuestro interior. Asimismo conviene que recordemos una y otra vez los aspectos esenciales de nuestra vida espiritual. Uno de ellos es el refrenar de nuestra lengua; un tema esencial para el desarrollo en el camino de la santidad.
El combate contra nuestras inclinaciones desordenadas no puede limitarse únicamente a la esfera de los sentidos, que han de ser refrenados para que no nos debiliten e incluso nos dispongan más fácilmente al pecado. También debemos luchar contra las inclinaciones desordenadas a nivel mental y espiritual, porque también éstas afectan al alma.
Un aspecto muy importante de la ascética en este campo –y, por tanto, del combate espiritual– será el manejo de la palabra, y quisiera añadir también el manejo de los pensamientos y sentimientos, que son aún más sutiles…
Todos sabemos que las buenas palabras edifican y fortalecen. En el Libro del Eclesiástico (21,16) se dice: “El necio habla sin pensar, el sabio piensa lo que dice.”
En primera instancia, se trata de refrenar esa necesidad desordenada de hablar. Si uno inmediatamente dice aquello que piensa y siente, sin antes haberlo ponderado interiormente, uno tiene “el corazón en la lengua”, como se dice en alemán; es decir, que habla sin pensar. Quizá uno cree que, al actuar así, está siendo particularmente abierto y sincero; pero no se tiene presente la situación metafísica del hombre. Por lo general, ninguno de nosotros tiene ya un corazón tan purificado como para que toda palabra que salga de su boca –menos aún si son muchas– sea edificación y enseñanza para el otro.
La Sagrada Escritura nos dice: “Que no salga de vuestra boca ninguna palabra mala, sino lo que sea bueno para la necesaria edificación y así contribuya al bien de los que escuchan.” (Ef 4,29) ¡Éste es el criterio para nosotros!
Por tanto, hemos de aprender a controlar nuestra lengua, de la cual el Apóstol Santiago dice que “es un mal siempre inquieto y está llena de veneno mortífero.” (St 3,8). Santiago incluso afirma que “ningún hombre es capaz de domar su lengua.” Entonces, ¿qué hemos de hacer? ¿Es una situación irremediable?
Vale aclarar que la ascética no es solamente un esfuerzo humano. Si la practicamos por causa de Dios, para poder servirle mejor, entonces es inspirada por el Espíritu Santo, lo cual significa que Él también nos apoyará en todos nuestros esfuerzos y nos animará a emprender confiadamente esta ardua tarea de refrenar la lengua. Entonces, podemos responderle al Apóstol diciendo que, con la ayuda de Dios, llega a ser posible aquello que humanamente es imposible. Imploremos al Señor junto con el salmista: “Coloca, Señor, una guardia en mi boca, un centinela a la puerta de mis labios” (Sal 141,3).
Antes de examinar la “calidad” de nuestras palabras (me refiero a percibir si éstas transmiten sentimientos negativos, acusaciones, reproches, soberbia, etc.), lo primero será reducir la “cantidad” de las palabras. Quien hable ininterrumpidamente, no será capaz de escuchar bien, ni dominará sus palabras, ni tampoco sabrá percibir lo suficiente si éstas son o no sanadoras y provechosas para la otra persona.
No se trata únicamente de refrenar aquellas palabras que sean negativas; sino también las muchas palabras inútiles. Si se habla demasiado sobre cosas meramente naturales, la concentración y la fuerza del alma se debilitan, porque es también una forma de dejarse llevar por un impulso que se vuelve cada vez más dominante, sin que lo tengamos bajo control.
¡Pero las palabras son enormemente importantes! De hecho, por cada una de ellas tendremos que rendir cuentas: “Os digo que de toda palabra vana que hablen los hombres darán cuenta en el día del Juicio. Por tus palabras, pues, serás justificado, y por tus palabras serás condenado.” –nos dice el Señor (Mt 12,36-37).
Quien quiera avanzar en el camino espiritual, tendrá que aprender a manejar sus palabras en el Espíritu del Señor. Esto no significa que haya que estar mudos; sino que se trata de examinar cuidadosamente las palabras, tanto en lo que refiere a la “cantidad” como a la “calidad”.