“CADA DÍA ES IMPORTANTE”

 

«Ningún día está perdido si permaneces en vela» (Palabra interior).

Hace algunos días escuchamos la sugerencia de santa Matilde de Hackeborn sobre cuánto podemos ganar en un solo día si alabamos al Señor y cumplimos con nuestros deberes. Sin duda, el espíritu de piedad actuaba con fuerza en esta santa. La frase de hoy respira más bien el espíritu del temor de Dios. Ahora bien, estos dos dones del Espíritu Santo van de la mano. El primero se centra en agradar a Dios, y el segundo, en vivir vigilante para evitar ofenderle. Así, estos dones también se complementan en la manera de afrontar nuestro día a día. Hay días en los que no podemos avanzar a pasos agigantados, en los que estamos como paralizados o nuestra alma carece del impulso necesario. En esos días, el objetivo es simplemente perseverar, mantener la cabeza fuera del agua y evitar cualquier cosa que pueda perjudicar nuestro seguimiento del Señor.

En estos casos, la vigilancia bajo una carga es lo que podemos ofrecerle a nuestro Padre, de modo que no echemos a perder ese día y luego tengamos que recuperar lo perdido. En general, la vigilancia es una actitud básica que debemos renovar día a día. Imaginemos que estamos en una guerra: sería fatal mecernos en una falsa sensación de seguridad. Y, en efecto, nos encontramos en una guerra espiritual que, evidentemente, se intensifica cada vez más.

La clave consiste en considerar cada día como una nueva etapa que el Padre nos concede en el camino hacia Él, tanto si tenemos que arrastrarnos y sufrir combates –quizá incluso derrotas–, como si avanzamos ágilmente en nuestra jornada. El día no está perdido, sino ganado para la eternidad. Nuestro Padre nos lo recompensará y ese día nos servirá para seguir edificando. Si Dios quiere, mañana amanecerá un nuevo día en el que podremos ganar mucho, si velamos cuidadosamente para no echarlo a perder.