“Buscad almas que luchen desinteresadamente por Mi gloria y honor, y que de buena gana me den este lugar de reposo.” (Mensaje de Dios Padre a Sor Eugenia Ravasio)
Cuando le hemos abierto las puertas de nuestro corazón al Padre Celestial y Él se nos dona, cuando empezamos a disfrutar la dicha de la comunión íntima con Él, entonces nuestro Padre dirige nuestra mirada a las otras personas, pues también ellas están llamadas a tener parte en esta inefable gracia de vivir como verdaderos hijos de Dios.
Así, la motivación más profunda para la misión es nuevamente el amor, pues Dios nos invita a salir junto a Él en busca de estas almas que le son tan queridas.
Una vida impregnada por la presencia de Dios es ya en sí misma una invitación para las otras personas, además de que dará una mayor credibilidad y convicción a nuestras palabras y obras. A fin de cuentas, es el Padre mismo quien llama y atrae a los hombres; y si nosotros actuamos como fidedignos testigos suyos, podremos convertirnos en un puente para que ellos escuchen su voz.
Recordemos que el deseo más profundo y ardiente de nuestro Señor Jesucristo cuando estuvo en la tierra era honrar y glorificar al Padre con su vida. ¡No había nada que fuese más importante para Él! Entonces, si también nosotros vivimos para glorificarlo, penetramos en el mismo amor que inflamó a Jesús y a tantos otros que buscaban su mayor gloria.
Busquemos almas dispuestas a servir al Señor. Recemos para que, a través de nuestro testimonio, podamos servir a Dios y a los hombres. ¡Todos han de enterarse de que tienen un Padre que los ama, y han de escuchar que no hay nada más hermoso que conocer a este Padre y anunciar su amor!
Para ello es necesario que el corazón del hombre se convierta en “lugar de reposo” para Dios, en el cual pueda Él poner su morada (Jn 14,23), sin nunca más ser expulsado por una vida de pecado.
Cuantas más personas vivan en esta relación íntima con Dios, tanto más se extenderá su Reino; aquel Reino en el que se vive en verdadera paz con Dios y entre los hombres; aquel Reino que todos anhelamos y que no puede establecerse con medios meramente humanos.
Los corazones de aquellos en los que Dios puede morar, se convierten en “piedras vivas” con las que el Señor edifica y fortalece su Iglesia, que permanece en pie aun cuando la Iglesia en su estructura visible tambalea, es perseguida y traicionada. A partir de esa profunda relación con Dios surgirá la verdadera fuerza para sanar y renovar a la Iglesia, de modo que la Esposa de Cristo resplandezca en toda su belleza y muchas personas encuentren en ella el camino a casa.