Hoy hablaremos sobre una beata poco conocida en la Iglesia católica: la beata Stefana. Nació en el siglo XVII en el seno de una familia noble calvinista de Gex (Francia). En aquella época, había grandes tensiones entre los católicos y los protestantes de diversas denominaciones. Se cuenta que Stefana era una muchacha alegre y simpática, pero tan sumida en sus creencias erróneas que se burlaba de las costumbres y ceremonias de nuestra Iglesia, llena de desprecio y rechazo. A veces, se colaba en las iglesias católicas solo para hacer travesuras: por ejemplo, se lavaba las manos en la pila de agua bendita y cometía otras irreverencias similares.
Pero el Señor no dejó a Stefana en la confusión. Como no había nadie que le enseñara y le ayudara a reconocer la verdad, el Señor mismo intervino. En la fiesta del Corpus Christi, Stefana observaba desde su casa la procesión. Entonces, fue como si Cristo la mirara desde la custodia. De repente, un rayo celestial cayó sobre su alma, iluminándola y haciéndole reconocer con total claridad la verdad del catolicismo y la falsedad de la creencia que había profesado hasta entonces. En ese momento, su corazón se decidió instantáneamente a convertirse al catolicismo a cualquier precio y a servir fervientemente al Señor. Entonces, exclamó interiormente con el profeta: «Señor, conviérteme y seré toda tuya» (cf. Jr 31,18).
Stefana quedó tan encendida por esta iluminación que el Señor le concedió, que, siguiendo el consejo de sus amigas, acudió a las ursulinas y les pidió que la instruyeran en la fe católica. Pero no le bastaba con recibir instrucción; deseaba, además, abandonar el mundo y unirse a una orden religiosa. Las ursulinas tuvieron una buena impresión de la joven y le prometieron admitirla cuando las condiciones externas lo permitieran.
Sin embargo, en su casa se encontró con una decidida resistencia, hasta el punto de que, en una ocasión, su madre se plantó delante de la puerta con un cuchillo para amenazarla. Pero la joven no desistió de su propósito y, por la gracia de Dios y con mucha perseverancia, finalmente consiguió que su madre cediera. Stefana se convirtió al catolicismo y entró en el convento de las ursulinas, donde recibió una estricta formación.
Pero le esperaba una gran prueba. Cuando su madre cayó gravemente enferma, Stefana fue enviada desde el convento para visitarla. Como en su casa se congregaban muchos predicadores y fieles calvinistas, Stefana tuvo que defenderse contra todos ellos como única católica. Sin embargo, lo hizo con tal convicción que estos debates, en ocasiones acalorados, terminaban fortaleciendo su fe.
Cuando su madre se recuperó, Stefana volvió al convento y, tras un año de prueba, fue admitida en la orden. Se mostró como una religiosa ferviente y avanzó rápidamente en la vida espiritual. Tenía una conciencia tan piadosa y sensible que la más mínima sombra de pecado la angustiaba. Aceptaba con gran paciencia todas las cruces y adversidades que Dios le enviaba, mostrándose así como una fiel servidora del Señor tanto en el sufrimiento como en la alegría. Pero, sobre todo, vivía en constante unión con Dios, de modo que su espíritu permanecía incesantemente enfocado en Él, no solo durante la oración, sino también en las tareas y ocupaciones más ajetreadas.
El gran deseo en el corazón de Stefana era que quienes aún estaban atrapados en falsas doctrinas encontraran la verdadera fe católica. En este sentido, aprovechaba cualquier ocasión para anunciar la verdad con palabras convincentes a aquellas personas cuya fe había profesado en el pasado.
A los veintiocho años, cayó gravemente enferma y murió el 30 de octubre de 1659. Antes de morir, quiso ver una vez más a sus padres y les habló con gran sinceridad sobre su fe. Había orado intensamente y ofrecido muchos sacrificios por la conversión de sus padres. Sin embargo, estos no abrazaron la fe católica. No obstante, Dios escuchó sus súplicas de otra forma y dos de sus sobrinos se convirtieron al catolicismo.
Quisiera concluir su testimonio de vida con dos reflexiones que hacen alusión al tiempo actual.
Sin duda, es positivo que el ambiente entre católicos y protestantes, así como con los cristianos ortodoxos, haya dejado de ser hostil hasta el punto de rechazarse e insultarse mutuamente. En el marco del diálogo interconfesional, vemos cada vez más prácticas y convicciones de parte de los católicos que ya no señalan las herejías de los calvinistas y los protestantes en general. Se tiende más bien a nivelar las diferencias o a considerarlas irrelevantes.
Sin embargo, esta actitud contrasta radicalmente con el testimonio de la beata Stefana y otros que se convirtieron oficialmente al catolicismo y estuvieron dispuestos a sufrir todo tipo de desventajas por causa de la verdad de su fe.
Aunque el tono haya cambiado y los encuentros puedan ser más cordiales, el contenido no ha variado en absoluto. Sigue habiendo errores doctrinales en las denominaciones protestantes y la Iglesia católica sigue siendo el refugio de la verdad, siempre y cuando no caiga en los errores del modernismo.
A pesar de toda la apertura y el trato cordial que podamos tener con los protestantes, nunca debemos perder de vista ni dejar de anhelar que reciban una iluminación para reconocer la verdad de la Iglesia. Dar testimonio de ello de forma adecuada es un acto de amor, tal y como hizo la beata Stefana al orar y ofrecer sacrificios por los calvinistas para que también ellos encontraran el camino de vuelta a la Santa Iglesia Católica.
Beata Stefana, ¡ruega por el sincero retorno a casa de los protestantes!
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Meditación sobre la lectura del día: https://es.elijamission.net/certeza-de-fe/
