Antes de adentrarnos en la vida de esta beata, incluimos una nota introductoria sobre las beguinas, la asociación a la que pertenecía, que experimentó su auge en los siglos XIII y XIV. Eran mujeres piadosas, solteras o viudas, que vivían juntas y cultivaban la vida espiritual. A diferencia de las órdenes religiosas, las beguinas conservaban sus posesiones y solo hacían promesas de obediencia temporales, que renovaban cada año. Por tanto, estas mujeres podían volver al mundo. Elegían una «maestra» que se encargaba de dirigir la casa durante uno o dos años. A pesar de las abundantes posesiones que algunas de ellas aportaban a la comunidad, trabajaban con sus propias manos para ganarse la vida y vivían en sencillez y pobreza. Partiendo de Flandes (Bélgica), las casas de las beguinas se extendieron por Europa Occidental, aunque también había «beguinas itinerantes». Algunas casas adoptaban la regla de la Tercera Orden de San Francisco o de Santo Domingo.
Los conflictos con el clero se intensificaron, ya que muchos no comprendían el estilo de vida de las beguinas. Las tensiones llegaron hasta Roma, donde los obispos alemanes lograron que se condenara a las beguinas. Posteriormente, incluso fueron perseguidas y prohibidas. En la actualidad, quedan unas pocas casas de beguinas en Flandes.
A pesar de la persecución que sufrieron, la asociación de las beguinas dio lugar a varios santos. Hoy conmemoramos a una beata que vivió con ellas y que estuvo particularmente expuesta a los ataques de los espíritus malignos.
La beata Cristina de Stommeln nació en el siglo XIII cerca de Colonia. A los trece años, pidió ser admitida en un convento de beguinas. Allí llevó una vida muy ascética. Desde muy joven, experimentó fenómenos místicos, como éxtasis en los que se sumergía completamente en la Pasión de Cristo.
Experimentó intensas tentaciones del diablo, que la halagaba por el fervor que mostraba en su vida religiosa y trataba de convencerla de que, si se suicidaba, iría rápidamente al cielo. A partir de entonces, la joven Cristina sufrió repetidamente la tentación de acabar con su vida, de tirarse a un pozo o de quitarse la venda tras una sangría médica, siempre acosada por los espíritus del mal para que lo hiciera de inmediato. Sin embargo, Cristina se mantuvo firme en la certeza de que esta clase de muerte sería un pecado y así logró vencer esta tentación.
Puede que nos parezca extraño que una persona tan santa como Cristina tuviera que luchar durante medio año contra una tentación y una mentira tan evidentes. La tentación del suicidio suele estar relacionada con el hecho de creer que uno ya no es capaz de soportar la vida y que las cargas son tan pesadas que, en su desesperación, piensa que puede librarse de ellas de esta manera. Probablemente, no sea tan frecuente que esta tentación esté relacionada con la esperanza de llegar pronto al cielo, aunque puede seguir sucediendo en ciertas sectas con sus concepciones religiosas erróneas.
En el caso de Cristina, la tentación del suicidio se valía de su anhelo de Dios. Cuando el Maligno ataca masivamente el entendimiento y los sentimientos, incluso una persona pura como la joven Cristina puede verse confrontada a sugestiones tan absurdas. Además, en el caso de los santos, siempre hay que tener presente que también sufrieron tales tentaciones en ofrecimiento por la liberación de otras personas.
El Señor la fortaleció y Cristina luchó con todas sus fuerzas. Por tanto, también podemos pedir su ayuda para las personas confundidas por tan graves tentaciones, que hoy en día se han convertido en una gran plaga. En algunos países, incluso se presenta el «suicidio asistido» (la eutanasia) como una posibilidad socialmente aceptada para poner fin a la propia vida. Se pretende quitar ese sano horror ante la muerte y convertirla en un acto de misericordia con rostro amable. ¡Vade retro, Satana!
Volviendo a la historia de Cristina, sus tentaciones continuaron. El demonio quería incitarla a intensificar aún más su vida de penitencia, que ya era suficientemente dura, y le sugería que castigara su cuerpo con espinas. Esta vez se le presentó bajo la apariencia de san Bartolomé, con quien ella tenía una relación particular. Pero el Espíritu de Dios advirtió a Cristina de que no debía sobrepasar cierta medida en la ascética. Así, rechazó nuevamente los insidiosos ataques del diablo, aunque no sin antes escuchar sus acusaciones y amenazas de que sería asesinada por su desobediencia y acabaría en el infierno. La decidida respuesta de Cristina hizo que el diablo se retirara por un tiempo: «No tendrías ningún poder sobre mí si no se te hubiera dado desde lo alto. No puedes quitarme la vida porque Dios está conmigo».
Más adelante, el demonio continuó atormentándola e intentó impedir que recibiera la Santa Comunión. Se le aparecía en forma de serpiente o de sapo, molestándola mientras comía, entre otras muchas cosas. Durante la Cuaresma, mientras contemplaba el sufrimiento del Señor, el adversario le insinuó que todo aquello no era real. Intentó despertar en ella el deseo de una vida normal en el mundo, mostrándole una familia feliz y haciéndole ver que esa vida sería mucho mejor que su miserable existencia en el monasterio. Incluso le sugirió que el matrimonio había sido ordenado por Dios desde el principio y que todos los que vivían el celibato habían caído en un engaño y una herejía. Cristina volvió a resistir, por lo que el demonio la amenazó con difundir un malicioso rumor sobre ella.
Muchas otras tentaciones rechazó la beata hasta que, un día, los espíritus malignos la dejaron en paz, de modo que pudo llevar su vida espiritual con tranquilidad durante veinticuatro años más.
He querido compartir este breve esbozo de su vida, o más bien de su lucha espiritual, porque quiero contar con la beata Cristina como aliada en el combate contra los poderes de las tinieblas, y también quiero animaros a vosotros a librar este combate con la fuerza de Cristo. Es posible que nuestra profunda entrega al Señor provoque la ira del diablo, que intentará apartarnos del camino de la santidad. Sin embargo, Dios nos fortalecerá y mantendrá a estos espíritus en sus límites. Así, cooperaremos en la expansión del Reino de Dios.
Beata Cristina, ruega por nosotros para que sepamos reconocer y rechazar los insidiosos ataques del diablo. ¡Vade retro, Satana!
