“El Señor asegura los pasos del hombre, se complace en sus caminos; si tropieza, no caerá, porque el Señor lo tiene de la mano” (Sal 36,23-24).
“El Señor asegura los pasos del hombre, se complace en sus caminos; si tropieza, no caerá, porque el Señor lo tiene de la mano” (Sal 36,23-24).
Jn 2,23-25; 3,1-8
Mientras estuvo en Jerusalén, por la fiesta de la Pascua, muchos creyeron en su nombre al ver los signos que realizaba. Pero Jesús no se confiaba a ellos, porque los conocía a todos; y no necesitaba que alguien le dijera cómo son las personas, pues él conocía lo que hay en el ser humano. Había entre los fariseos un hombre llamado Nicodemo, magistrado judío. Fue éste donde Jesús de noche y le dijo: “Rabbí, sabemos que has venido de Dios como maestro, porque nadie puede realizar los signos que tú realizas, si Dios no está con él.” Jesús le respondió: “En verdad, en verdad te digo que el que no nazca de nuevo no puede ver el Reino de Dios.” Nicodemo le preguntó: ¿Cómo puede uno nacer siendo ya viejo? ¿Puede acaso entrar otra vez en el seno de su madre y nacer?” Respondió Jesús: “En verdad, en verdad te digo que el que no nazca de agua y de Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios.
“Sé primero un orante y después un orador” (San Agustín).
“En cuanto tengamos el verdadero deseo de amar, ya habremos empezado a amar” (San Francisco de Sales).
Jn 2,13-22
Se acercaba la Pascua de los judíos y Jesús subió a Jerusalén. Y encontró en el Templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas en sus puestos. Entonces hizo un látigo con cuerdas, echó a todos fuera del Templo, con las ovejas y los bueyes, desparramó el dinero de los cambistas y les volcó las mesas; y dijo a los vendedores de palomas: “Quitad esto de aquí. No convirtáis la casa de mi Padre en un mercado.” Sus discípulos se acordaron de que estaba escrito: “El celo por tu casa me devorará.”
Jn 2,1-12
Al tercer día se celebraron unas bodas en Caná de Galilea, y estaba allí la madre de Jesús. También fueron invitados a la boda Jesús y sus discípulos. Y, como faltó vino, la madre de Jesús le dijo: “No tienen vino”. Jesús le respondió: “¿Qué tengo yo contigo, mujer? Todavía no ha llegado mi hora”. Dijo su madre a los sirvientes: “Haced lo que él os diga”. Había allí seis tinajas de piedra preparadas para las purificaciones de los judíos, cada una con capacidad de unas dos o tres metretas. Jesús les dijo: “Llenad de agua las tinajas”. Y las llenaron hasta arriba. Entonces les dijo: “Sacadlas ahora y llevadlas al maestresala”. Así lo hicieron. Cuando el maestresala probó el agua convertida en vino, sin saber de dónde provenía –aunque los sirvientes que sacaron el agua lo sabían– llamó al esposo y le dijo: “Todos sirven primero el mejor vino, y cuando ya han bebido bien, el peor; tú, al contrario, has reservado el vino bueno hasta ahora”.
“Vuestra medida no son las sombras; sino el fuego de mi amor” (Palabra interior).
Jn 1,44-51
Felipe era de Betsaida, la ciudad de Andrés y de Pedro. Felipe encontró a Natanael y le dijo: “Hemos encontrado a aquel de quien escribieron Moisés en la Ley y los Profetas: Jesús de Nazaret, el hijo de José”. Entonces le dijo Natanael: “¿De Nazaret puede salir algo bueno?” “Ven y verás” -le respondió Felipe. Vio Jesús a Natanael acercarse y dijo de él: “Aquí tenéis a un verdadero israelita en quien no hay engaño”. Le contestó Natanael: “¿De qué me conoces?” Respondió Jesús y le dijo: “Antes de que Felipe te llamara, cuando estabas debajo de la higuera, te vi”. Respondió Natanael: “Rabbí, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel”.
“Sé vigilante, pero sin miedo; sé valiente, pero sin ligereza; sé recogido, pero a la vez activo” (Palabra interior).
“Las grandes ocasiones de servir a Dios son poco frecuentes; las pequeñas, en cambio, se nos presentan constantemente” (San Francisco de Sales).