HECHOS DE LOS APÓSTOLES: El testimonio de los apóstoles y la crisis actual de la misión (II)

 

Antes de seguir acompañando a San Pablo a lo largo de los capítulos que nos faltan de los Hechos de los Apóstoles y prepararnos para la cercana Solemnidad de Pentecostés, retomemos el tema que iniciamos ayer y detengámonos en las consecuencias que resultan cuando dejamos de considerar a Jesucristo como el único Salvador del mundo y ya no lo anunciamos con el celo de los apóstoles, tal como había hecho la Iglesia a lo largo de los siglos con gran fidelidad.

Si nos fijamos en la situación actual de la Iglesia con respecto a la misión que le fue confiada, tenemos que constatar que ciertos círculos, que llegan incluso hasta la más alta jerarquía, ya no se sienten comprometidos con el mandato misionero de Jesús de la misma manera que lo cumplió la Iglesia desde el principio.

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“LAS VIRTUDES TEOLOGALES (I)”

«No se debe creer que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo puedan penetrar en una persona que no practica la virtud» (Juan Taulero).

La inhabitación de Dios en nuestra alma tiene condiciones. La primera es que vivamos en estado de gracia y permanezcamos vigilantes para no perderlo, y que acudamos inmediatamente al Trono de la Gracia en caso de que cayéramos, para reconciliarnos con nuestro Padre.

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HECHOS DE LOS APÓSTOLES: El testimonio de los apóstoles y la crisis actual de la misión (I)

En los capítulos de los Hechos de los Apóstoles que hemos recorrido hasta ahora, hemos podido ver claramente cómo el Espíritu Santo, en cooperación con los apóstoles, llevó el Evangelio tanto al mundo judío como al gentil. Arriesgando sus vidas y bajo todo tipo de persecuciones y maltratos, los apóstoles no cesaron de anunciar el Evangelio dondequiera que el Espíritu de Dios los guiara. Inicialmente se enfocaron sobre todo en los judíos, pero, gracias a la guía divina, les fue quedando cada vez más claro que era preciso extender la Buena Nueva por todo el mundo, conforme al mandato que el Resucitado había dejado a sus discípulos: “Id al mundo entero y predicad el Evangelio a toda criatura. El que crea y sea bautizado se salvará; pero el que no crea se condenará” (Mc 16,15-16).

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“DEJAR QUE DIOS ACTÚE Y NOS HABLE”

«Lo mejor y lo más maravilloso que puedes lograr en esta vida es callar y dejar que sea Dios quien actúe y hable» (Maestro Eckhart).

El silencio tiene un valor y una grandeza en sí mismo, siempre y cuando no sea esa mudez que puede surgir del miedo y los respetos humanos. Al saber callar, sustrayéndonos a la tendencia a comunicarlo y comentarlo todo, aprendemos a aceptar las circunstancias dadas, a ponderarlas más profundamente y a afrontarlas con mayor reflexión previa. Así, escapamos del dinamismo de un mundo acelerado, que trae consigo demasiada inquietud y una lógica de «acción-reacción» en la que se actúa con precipitación.

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HECHOS DE LOS APÓSTOLES (Hch 17,16.22-31): “Pablo en Atenas”      

Mientras Pablo los esperaba en Atenas, se consumía en su interior al ver la ciudad llena de ídolos. Entonces Pablo, de pie en medio del Areópago, habló: “Atenienses, en todo veo que sois más religiosos que nadie, porque al pasar y contemplar vuestros monumentos sagrados he encontrado también un altar en el que estaba escrito: ‘Al Dios desconocido’. Pues bien, yo vengo a anunciaros lo que veneráis sin conocer. El Dios que hizo el mundo y todo lo que hay en él, que es Señor del cielo y de la tierra, no habita en templos fabricados por hombres, ni es servido por manos humanas como si necesitara de algo el que da a todos la vida, el aliento y todas las cosas. Él hizo, de un solo hombre, todo el linaje humano, para que habitase sobre toda la faz de la tierra.

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“TODO POR AMOR A DIOS”

«Todo el bien que hagamos hemos de hacerlo por amor a Dios, y el mal que evitemos, evitarlo por amor a Dios» (San Francisco de Asís).

San Francisco nos da un excelente consejo para la vida espiritual. Solo cuando sea ésta nuestra motivación en ambas cosas, el bien que hagamos y el mal que evitemos adquirirán todo el esplendor de la verdad. Entonces constataremos más fácilmente que fue la gracia de Dios la que nos sostuvo y no nos centraremos tanto en nosotros mismos y en nuestros «rendimientos». No siempre es fácil, sobre todo cuando recibimos elogios de otras personas por el bien que hemos hecho o cuando nos complacemos en ser una especie de «benefactores de la humanidad», lo cual puede ser una sutil tentación.

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 HECHOS DE LOS APÓSTOLES (Hch 16,6-15): “Segundo viaje misionero de Pablo”    

Atravesaron Frigia y la región de Galacia, porque el Espíritu Santo les había impedido predicar la palabra en Asia. Llegados cerca de Misia, intentaron ir a Bitinia, pero el Espíritu de Jesús no se lo permitió. Entonces atravesaron Misia y bajaron hasta Tróade. Esa noche Pablo tuvo una visión: un macedonio estaba de pie y le suplicaba diciendo: “Ven a Macedonia y ayúdanos”. En cuanto tuvo la visión, intentamos inmediatamente pasar a Macedonia, convencidos de que Dios nos había llamado para anunciarles el Evangelio. Haciéndonos a la mar, fuimos desde Tróade derechos a Samotracia; al día siguiente a Neápolis, y de allí a Filipos, que es la primera ciudad de la región de Macedonia y colonia romana. En esta ciudad permanecimos varios días. 

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“COMPÁRTEME LO QUE LLEVAS EN EL CORAZÓN”

«Tú eres mi hijo. Pregúntame con confianza y compárteme lo que llevas en el corazón» (Palabra interior).

Sin duda, nuestro Padre sabe lo que llevamos en el corazón, aunque apenas se manifieste tímidamente. También conoce todas nuestras inquietudes: “De lejos penetras mis pensamientos (…). No ha llegado la palabra a mi lengua, y ya, Señor, te la sabes toda” (Sal 138,2.4).

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HECHOS DE LOS APÓSTOLES (Hch 14,20b-28): “Regreso a Antioquía y primera controversia”      

Al día siguiente [Pablo] marchó con Bernabé a Derbe. Después de predicar el Evangelio en aquella ciudad y hacer numerosos discípulos, se volvieron a Listra, Iconio y Antioquía, confortando los ánimos de los discípulos y exhortándoles a perseverar en la fe, diciéndoles que es preciso que entremos en el Reino de Dios a través de muchas tribulaciones. Tras designar presbíteros en cada iglesia, haciendo oración y ayunando, les encomendaron al Señor, en quien habían creído. Atravesaron Pisidia y llegaron a Panfilia; y después de predicar la palabra en Perge bajaron hasta Atalía. Desde allí navegaron hasta Antioquía, de donde habían salido encomendados a la gracia de Dios para la obra que habían realizado. Al llegar, reunieron a la iglesia y contaron todo lo que el Señor había hecho por mediación de ellos y cómo había abierto a los gentiles la puerta de la fe. Se quedaron bastante tiempo con los discípulos.

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