Con motivo de la Solemnidad de San José, interrumpimos por hoy la serie de meditaciones sobre el “Mensaje del Padre”, para reflexionar algo sobre aquel a quien Dios escogió para ser padre nutricio de Nuestro Señor Jesucristo. Tomo en esta ocasión la meditación del año anterior.leer más
“Es la Sangre de mi Hijo, que en cada instante se derrama sobre vosotros, siempre y cuando la aceptéis, tanto a través del sacramento de la penitencia, como en el Santo Sacrificio de la Misa.”
Palabras del Padre tomadas del Mensaje a la Madre Eugenia Ravasio:
“La mayor parte de los hombres conoce todos estos hechos, pero ignora lo esencial: es decir, ¡que fue el amor el que movió a todo esto!
Sí, es el amor, y es esto lo que quiero haceros notar. Ahora este amor está olvidado. Quiero recordároslo para que aprendáis a conocerme así como soy. No debéis estar atemorizados como esclavos, ante un Padre que os ama hasta el extremo.
Palabras del Padre tomadas del Mensaje a la Madre Eugenia Ravasio:
Cuando constaté que ni los patriarcas, ni los profetas podían darme a conocer entre los hombres, y que no habían logrado que los hombres me amasen, decidí venir yo mismo. Pero, ¿cómo hacer para encontrarme en medio de los hombres? No había otro medio que el de ir yo mismo en la Segunda Persona de mi Divinidad.
Palabras del Padre tomadas del Mensaje a la Madre Eugenia Ravasio:
“Oh hombres, concluid que por toda la eternidad he tenido un solo deseo: darme a conocer a los hombres y ser amado por ellos. ¡Deseo estar incesantemente junto a ellos! ¿Queréis una prueba auténtica de este deseo que acabo de expresar? ¿Por qué habría ordenado a Moisés que construyera el tabernáculo y el Arca de la Alianza, si no es porque tenía el ardiente deseo de venir a mis criaturas, los hombres, y vivir junto a ellas, como Padre, hermano y amigo de confianza?
Palabras del Padre tomadas del Mensaje a la Madre Eugenia Ravasio:
“Siempre he querido quedarme en este mundo entre los hombres. Y así, durante el diluvio estaba junto a Noé, el único justo de aquel tiempo. También durante las otras plagas encontré siempre un justo en el cual podía morar y, a través de él, permanecer en medio de los hombres de su tiempo. ¡Siempre fue así! Gracias a mi infinita bondad para con la humanidad, el mundo ha sido frecuentemente purificado de su corrupción. Entonces, seguía escogiendo almas en las cuales me complacía, para que, por medio de ellas, pudiera deleitarme en mis criaturas, los hombres.
“El mal creció tanto en el corazón de los hombres que me vi obligado a dejar que viniesen plagas sobre el mundo, para que el hombre se purificara por medio del sufrimiento (…). Así ocurrió el diluvio.”
“Cuanto más crecía el mal, tanto más mi bondad me apremiaba a revelarme a almas justas, para que ellas transmitieran mis instrucciones a los causantes del desorden. Y así, a veces, tuve que usar la severidad para reprenderlos, no para castigarlos, porque eso sólo hubiera provocado más maldad. De esta manera, quería alejarlos del vicio y traerlos de vuelta a su Padre y Creador, a quien ingratamente habían olvidado y desconocido. Más tarde, el mal creció tanto en el corazón de los hombres que me vi obligado a dejar que viniesen plagas sobre el mundo, para que el hombre se purificara por medio del sufrimiento, la destrucción de sus bienes y hasta la pérdida de su vida. Así ocurrió el diluvio, la destrucción de Sodoma y de Gomorra, las guerras del hombre contra el hombre, etc.”
“Para vivir entre los hombres, creé y escogí en el Antiguo Testamento a los profetas, a quienes comunicaba mis deseos, mis penas y mis alegrías, para que ellos las transmitieran a todos.”
En vista de la actual pandemia, tocaré en la meditación de mañana el tema de esta situación, porque el texto del “Mensaje del Padre” se prestará particularmente para ello. Hoy les invito a acoger profundamente las palabras que escucharemos, porque precisamente en tiempos de necesidad y circunstancias inusuales –como ciertamente lo es una pandemia–, hemos de arraigar nuestra confianza en Dios e intensificar nuestra oración por toda la situación.
Resulta difícil ignorar la situación en la que actualmente nos encontramos a causa del coronavirus, correspondido con medidas gubernamentales de gran alcance y por algunas órdenes eclesiásticas incomprensibles.
En particular, la medida tomada por la Conferencia Episcopal Italiana –de que ya no se celebren Santas Misas con público– va hacia una dimensión que ninguno de nosotros pudo haber imaginado.
Empecemos escuchando las palabras del Mensaje del Padre:
“Vengo para traer esperanza a los hombres y a las naciones. ¡Cuántos la han perdido desde hace mucho tiempo! Esta esperanza les permitirá vivir en paz y seguridad, trabajando para la salvación de su alma.
Vengo para darme a conocer así como soy; para que la confianza de los hombres crezca en proporción a su amor por mí, su Padre, que tiene una sola preocupación: velar sobre todos los hombres, y amarlos como hijos.”
Empecemos con un breve pasaje del Mensaje de Dios Padre:
“He aquí el verdadero objeto de mi venida: Vengo para eliminar el temor excesivo que mis criaturas tienen de mí, y para hacerles comprender que mi alegría está en ser conocido y amado por mis hijos, es decir, por toda la humanidad presente y futura.”