NO CONFIÉIS EN LOS PRÍNCIPES

“No confiéis en los príncipes,

seres de polvo que no pueden salvar (…).

Dichoso a quien auxilia el Dios de Jacob,

el que espera en el Señor, su Dios.”

(Sal 145,3.5)

La invitación que nuestro Padre nos dirige una y otra vez a confiar en todo y del todo en Él, viene acompañada de la advertencia de no buscar ni en los príncipes ni en hombre alguno la seguridad existencial de nuestra vida.

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Enfrentarse a los peligros con sobriedad

2Tes 2,1-3a.14-17

Hermanos, por lo que respecta a la Venida de nuestro Señor Jesucristo y a nuestra reunión con él, os rogamos que no permitáis que vuestro ánimo se altere por cualquier cosa, ni os alarméis por ciertas manifestaciones del Espíritu, por algunas palabras o por alguna carta presentada como nuestra, que os haga suponer que el Día del Señor es inminente. Que nadie os engañe de ninguna manera.

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VIVIR EN ÍNTIMA AMISTAD CON DIOS PADRE

“Vive en íntima amistad conmigo. Ésta se profundizará más y más, hasta que estés del todo conmigo en la eternidad” (Palabra interior). 

 

La amistad con nuestro Padre Celestial es una de las experiencias más bellas en la vida. Así como Jesús llamó a sus discípulos “amigos” (Jn 15,15) y los trató como tales, también el Padre nos invita a vivir en amistad cercana con Él. La palabra “cercana” quiere subrayar aún más la intimidad de esta relación. 

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El dulce reinado de María

Lc 1,26-38 (Lectura correspondiente a la festividad de Santa María Reina)

Al sexto mes fue enviado por Dios el ángel Gabriel a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María. Y entrando, le dijo: “Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo.” Ella se conturbó por estas palabras, y discurría qué significaría aquel saludo. El ángel le dijo: “No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios; vas a concebir en el seno y vas a dar a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús.

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EL TESORO DE DIOS EN LA TIERRA

El Señor nos dice: “Atesorad tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni la herrumbre corroen, y donde los ladrones no socavan ni roban” (Mt 6,20). ¡Sabemos lo que nos quiere decir! En efecto, todo lo que hacemos movidos por el verdadero amor se convierte en el oro más precioso en la tesorería celestial.

Pero también nuestro Padre tiene un tesoro: son los corazones de los hombres que le pertenecen.

“Tu corazón me pertenece, y ése es mi mayor tesoro en la Tierra.” (Palabra interior)

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Resistir al pecado hasta derramar sangre

Hb 12,4-7.11-15

Habéis resistido, pero todavía no habéis llegado a derramar sangre en vuestra lucha contra el pecado. Habéis echado en olvido la exhortación que se os dirige como a hijos: Hijo mío, no menosprecies la corrección del Señor, ni te desanimes cuando te reprenda. Pues el Señor corrige a quien ama, y azota a todos los hijos que reconoce. Es decir, sufrís para corrección vuestra, pues Dios os trata como a hijos.

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La verdadera reverencia

Ez 43,1-7

En aquellos días, el ángel me condujo hacia el pórtico que miraba a oriente: vi la gloria del Dios de Israel que llegaba por la parte de oriente; emitía un ruido como de aguas caudalosas, y la tierra resplandecía de su gloria. Esta visión era como la que yo había tenido cuando vine para la destrucción de la ciudad, y también como lo que había visto junto al río Quebar. Entonces caí rostro en tierra.

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NO PUEDO RETENER MI AMOR

“Cuando miro en mi Corazón, no puedo retener mi amor. Siempre quiere derramarse sobre los hombres, envolverlos y donarse a ellos.”

¡Cómo arde en el Corazón de nuestro Padre el fuego del amor, queriendo entregarse a nosotros!

Así es el amor divino: siempre quiere donarse y jamás se detiene. Ciertamente, uno puede cerrarse a él. Pero esto no puede atenuar ni mucho menos extinguir el fuego en el Corazón de Dios. Aunque no lo dejemos entrar en el corazón para que pueda traernos su luz y calor, el fuego no se apaga.

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La jerarquía de los mandamientos

Mt 22,34-40

En aquel tiempo, los fariseos, al enterarse de que Jesús había hecho callar a los saduceos, se reunieron en grupo. Entonces uno de ellos, que era experto en la Ley, le preguntó para ponerlo a prueba: “Maestro, ¿cuál es el mandamiento mayor de la Ley?” Él le dijo: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente.

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